La verdad y la mentira en un mundo relativista

Por Ricardo Vicente López

El contenido de esta nota está lejos de pretender ser un tratado de filosofía ni mucho menos, en un tema tan difícil, como lo es el de la verdad. Sólo intenta proponer una reflexión sobre los recorridos que el tema ha presentado en los últimos siglos. Es sólo una idea para detenernos a pensar sobre una especie de relato periodístico que ayude a entrar, en puntas de pie, al gran salón de los debates filosóficos y teológicos, sin más pretensión que la de ofrecer un comentario para la hora del té, de la tertulia [1] (o del mate en nuestras tierras). Veamos.

La vieja verdad

Durante siglos, para la cultura occidental, la Sagrada Escritura fue una fuente de sabiduría que servía de punto de referencia para distinguir lo verdadero de lo falso. El filósofo francés, Renato Descartes (1596-1650), elevó la Razón a criterio superior del conocimiento. Su famosa afirmación: «pienso, luego existo», fue su propuesta metodológica a la que calificó como “La duda metódica”. Esto puso en un manto de incertidumbre sobre el valor de la verdad bíblica. Profundamente convencido de la potencia de la razón humana, quería crear un método nuevo, científico del conocimiento del mundo, y substituir la fe ciega por la razón y la ciencia. Todo ello le trajo serias dificultades con la Santa Inquisición. En esas circunstancias aceptó la invitación de la Reina Cristina de Suecia (1632-1654) para que le enseñara filosofía. Ella había mostrado su interés por esos temas, lo cual la impulsó a solicitar los servicios del filósofo francés; éste aceptó y se trasladó a Estocolmo, alejándose así de los riesgos del poder eclesiástico católico, (aunque las “malas lenguas” hablan de un posible asesinato del filósofo en Suecia [2]”).

La verdad exacta

El filósofo de la duda había generado serias sospechas cuando sentenciaba que era necesaria una nueva filosofía que debía poner en duda lo ya sabido. En ese siglo nace Isaac Newton (1643-1727), físico, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés, que revolucionaría los criterios para el acceso a la verdad: propone una verdad científica, verificable empíricamente, denostando todo otro modo de acceso. Esta nueva doctrina fue uno de los pilares de la modernidad. Las formas filosóficas padecieron un cierto desprestigio ante el avance de esta nueva verdad. Nos encontramos en el espacio de los dos últimos dos siglos.

La verdad en el mundo revuelto

Esta etapa inspiró al poeta Enrique S. Discépolo (1901-1951) para calificarla como un «siglo veinte, cambalache, problemático y febril…». Frente un mundo como ese cómo definir la verdad ante tanto descalabro y confusión. (¿Qué diría Descartes hoy?)

El famoso poeta español Ramón de Campoamor (1817-1901) también aportó su mirada sobre ese mundo indefinible de fines del XIX y comienzos del XX; de este tiempo dice: «Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira». Lo cual supone una manera de expresar, y admitir, que nada vale definitivamente, que ningún valor es inmutable, y por ello, traidor a la verdad y justicia, según el poeta. La afirmación de Campoamor está muy cerca del desencanto del mundo, al que califica, acompañando a Discépolo en su definición de traidor. Sugiere que el mundo en sí, la realidad, no es confiable, la desconfianza se debe a que todo cambia, se transforma, un día nos muestra un rostro y otro día otro. Ello supone, en ambos poetas, que en sus espíritus campea un desencanto respecto de lo que esperaban y lo que encontraron.

La verdad y los valores

Debiera yo agregar que todo ello fue haciéndose más difícil de entender con la aparición del periodismo profesional, tal como lo califica el periodista catalán Rafael Poch de Feliú (1956). Esta reflexión me la sugirió una nota publicada en el periódico de la Universidad de México: La Jornada. Su autor, David Brooks (1961), periodista canadiense-estadounidense, columnista especializado en política.​ Escribe actualmente en el New York Times, y es conocido por sus puntos de vista conservadores, pero conservador de la vieja escuela. Fue editorialista en The Wall Street Journal; editor en The Weekly Standard desde su fundación; realizó contribuciones en Newsweek y The Atlantic Monthly; entre otros medios.

Su nota sugiere reflexionar sobre la amplitud de criterios, su título: El sueño peligroso; es muy atractivo y prometedor, sobre todo por la utilización del vocablo “revolución” que me hace pensar (tal vez como prejuicio mío) que hubiera encontrado dificultades para publicarla en los EE.UU. Pero vayamos a su texto:

«Martin Luther King pronunció hace 55 años un discurso sobre la necesidad de una revolución en Estados Unidos, cuya vigencia es imponente, aunque es menos conocido que su célebre alocución sobre la igualdad racial “Tengo un sueño”. Hace justo 55 años el 4 de abril de 1967, pronunció uno de los discursos más peligrosos de la historia de Estados Unidos. Es uno de los que, a pesar de que su autor, Martin Luther King, ha sido elevado al Olimpo estadounidense donde viven las figuras heroicas del país y tiene su propio día oficial feriado, ningún presidente o líder político nacional (con algunas excepciones) se atreve a mencionar y menos citar. Tanto en el país como en el extranjero, a Martin Luther King se lo reduce a su versión oficialmente aprobada: “un tipo de santo dedicado a los derechos civiles y su mensaje limitado casi exclusivamente a su famoso discurso sobre igualdad racial conocido como “Yo tengo un sueño” (I Have a Dream) de 1963 en Washington».

Esta afirmación de Brooks me recuerda una reflexión del obispo brasileño Hélder Câmara. (1909-1999): «Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista».

Agrega Brooks:

«Cuatro años después de esa gran alocución, el reverendo Martin Luther King habló de otro sueño y convocó a la lucha por una revolución en Estados Unidos».

Dijo el Pastor en esa segunda oportunidad:

«Estoy convencido de que si queremos ponernos del lado acertado de la revolución mundial, debemos emprender como nación una revolución de valores. Tenemos que empezar de prisa el viraje de una sociedad orientada hacia las cosas hacia una sociedad orientada pensando en las personas. Cuando las máquinas y las computadoras, el afán de lucro y los derechos de propiedad dejen de considerarse más importantes que las personas (…)».

Quiero subrayar de mi parte, que esta afirmación, difícilmente pueda ser comprendida por el ciudadano medio estadounidense. Me apoyo para ello en la declaración de Matt Groening (1956), autor de la caricatura Homero Simpson: consultado sobre su origen confirmó haber tomado al ciudadano medio estadounidense como modelo para su personaje. El monigote Simpson no parece ser una persona excesivamente inteligente y criteriosa. Estas palabras mías pueden sorprender, pero si nos atrevemos a mirar por debajo del manto informativo de las grandes Agencias podemos encontrarnos con otras verdades que no suelen circular por el espacio público [3].

Volvamos a las palabras del Pastor:

«La verdadera compasión es más que arrojar una moneda a un mendigo; no es algo caprichoso y superficial. Consiste en ver que un edificio que produce mendigos necesita restructuración. Una verdadera revolución de valores pronto verá con inquietud el patente contraste entre pobreza y riqueza… y observará a capitalistas de Occidente, al otro lado de los mares, invertir sumas enormes en Asia, África y Sudamérica, sólo para llevarse las ganancias sin ninguna preocupación por el mejoramiento social de los países, y se dirá: “no es justo”… Nuestra única esperanza hoy día reside en nuestra habilidad de recuperar el espíritu revolucionario y salir a un mundo a veces antitético para declarar nuestra hostilidad eterna a la pobreza, al racismo y al militarismo».

Advirtió que Estados Unidos jamás podrá ser salvado mientras destruya las esperanzas más profundas del hombre por todo el mundo. Continúa:

«Este llamado a una hermandad mundial que eleve la preocupación por el prójimo… es en realidad un llamado a un amor incondicional, que abarque a toda la humanidad… ».

Un año después, mientras impulsaba su campaña nacional vinculando la lucha por los derechos civiles a la justicia económica y el antimperialismo, el Pastor King fue asesinado (4-4-1968). La verdad de la violencia de los poderosos se impuso… ¿cambió algo hoy? Sin embrago, eso no debe quitarnos la esperanza de un mañana en el que los sueños del Gran Pastor comiencen a hacerse realidad… a pesar de todo lo que vemos hoy, y, en parte, de nuestras propias conductas.

[1] Reunión de personas que se juntan habitualmente para conversar o discutir sobre una determinada materia o sobre temas de actualidad, normalmente en un café o, públicamente, en un programa de televisión o de radio.

[2] Sobre este tema se puede leer en google diversas hipótesis.

[3] Sugiero leer mis comentarios a la conferencia de John Pilger Geopolítica y concentración mediática – los medios al servicio del Poder concentrado partes I y II, publicados en este columna.