Los pensadores de la Gran Estrategia estadounidense: Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de la administración Bush Jr., y su consejero, el almirante Arthur Cebrowski; el presidente Donald Trump y su secretario comercial Peter Navarro; y el secretario de Estado Mike Pompeo, con su consejero Francis Fannon.
Por Thierry Meyssan
En Estados Unidos se suele creer que el país carece de una Gran Estrategia desde que se cerró la guerra fría.
Una Gran Estrategia es una visión del mundo que se trata de imponer y que todas las administraciones deben respetar. En caso de derrota en un teatro de operaciones, esa estrategia sigue aplicándose en otros hasta que acabe por triunfar. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Washington optó por seguir las directivas que el embajador George Keenan había trazado en su célebre despacho diplomático. Se trataba de describir un supuesto expansionismo soviético para justificar una política de «contención» (containment) frente a la Unión Soviética. El hecho es que, después de haber perdido las guerras en Corea y Vietnam, Estados Unidos acabó ganando.
No es frecuente que se logre concebir una Gran Estrategia, aunque estas han existido, como sucedió en Francia, con Charles De Gaulle.
A lo largo de los 18 últimos años, Washington ha logrado poco a poco fijarse nuevos objetivos y nuevas tácticas para alcanzar esos objetivos.
1991-2001 un periodo de desconcierto
En el momento de la desaparición de la Unión Soviética, el 25 de diciembre de 1991, Estados Unidos, entonces bajo la administración de Bush padre, consideró que ya no tenía rival. El presidente, victorioso por defecto, desmovilizó 1 millón de soldados e imaginó un mundo de paz y prosperidad. Liberalizó las transferencias de capitales para que los capitalistas pudieran enriquecerse y –como él creía– así enriquecer también a sus conciudadanos.
Pero el capitalismo no es un proyecto político sino una forma de ganar dinero. Las grandes empresas estadounidenses –no el Estado federal– se aliaron al Partido Comunista Chino (de ahí el famoso «viaje al sur» de Deng Xiaoping). Esas grandes empresas estadounidenses trasladaron a China las filiales de menor valor agregado que poseían en Occidente, y lo hicieron simplemente porque los trabajadores chinos, con niveles de educación menos elevados, aceptaban salarios 20 veces más bajos que en Occidente. Así se inició el largo proceso de desindustrialización de Occidente.
Para poder manejar con menos trabas sus negocios transnacionales, el Gran Capital trasladó sus haberes a países donde encontraba menos obligaciones fiscales y descubrió así la posibilidad de escapar a sus responsabilidades sociales. Esos países, cuya flexibilidad en materia de impuestos y discreción son indispensables al comercio internacional, se vieron bruscamente implicados en innumerables y gigantescas tramas de «optimización fiscal», una bonita formulación técnica para lo que antiguamente se llamaba «defraudar el fisco», procedimiento con el cual lucraron en silencio. Se abría así el reinado de la Finanza sobre la Economía.
La estrategia militar
En 2001, Donald Rumsfeld, secretario de Defensa y miembro permanente del «Gobierno de Continuidad» [1], creó una Oficina de Transformación de la Fuerza (Office of Force Transformation) que puso en manos del almirante Arthur Cebrowski, quien ya había trabajado en la informatización de las fuerzas armadas y se dedicó entonces a modificar la misión de dichas fuerzas.
Sin la Unión Soviética, el mundo se había hecho unipolar, o sea ya no estaba gobernado por el Consejo de Seguridad sino única y exclusivamente por Estados Unidos. Para mantener su predominio, Estados Unidos se planteó dividir la humanidad en dos partes. De un lado estarían los Estados considerados estables (los miembros del G8 –incluyendo Rusia– y los aliados). Del otro lado quedaría el resto del mundo, convertido en un simple “tanque” de recursos naturales. Washington ya no consideraba el acceso a esos recursos como algo vital para sí mismo, pero estimaba que los Estados estables sólo debían tener acceso a los recursos a través de Estados Unidos. Para imponer esa situación era necesario destruir previamente las estructuras de los Estados en los países considerados “tanques” de recursos, de manera que no pudiesen oponerse a la voluntad de la primera potencia mundial, ni prescindir de esta [2].
Esa es la estrategia que Washington ha estado aplicando. Comenzó por el Gran Medio Oriente o Medio Oriente ampliado –con las guerras en Afganistán, Irak, Líbano, Libia, Siria y Yemen. A pesar de los anuncios de la secretaria de Estado de la administración Obama, Hillary Clinton, sobre el «Giro hacia Asia» (Pivot to Asia), el desarrollo militar de China impidió aplicarla en el Extremo Oriente y ahora Washington apunta a la Cuenca del Caribe, arremetiendo inicialmente contra Venezuela y Nicaragua.
La estrategia diplomática
En 2012, el entonces presidente Barack Obama retomó el leitmotiv del Partido Republicano y convirtió en prioridad nacional la explotación de los hidrocarburos (petróleo y gas) de esquistos mediante el método de fracturación hidráulica. En unos años, Estados Unidos multiplicó sus inversiones en ese sector y se convirtió en el primer productor mundial de hidrocarburos echando así abajo los paradigmas de las relaciones internacionales.
En 2018, Mike Pompeo, ex director de Sentry International, fabricante de maquinaria para la industria del petróleo, se convirtió en director de la CIA y, posteriormente, en secretario de Estado. Pompeo creó un Buró de Recursos Energéticos (Bureau of Energy Resources) que puso bajo la dirección de Francis Fannon. Esta estructura era el equivalente diplomático de lo que fue la Oficina de Transformación de la Fuerza en el Pentágono e instauró una política enteramente enfocada a tomar el control del mercado mundial de los hidrocarburos [3]. Para ello imaginó un nuevo tipo de alianzas como la llamada Región Indo-pacífica Libre y Abierta (Free and Open Indo-Pacific). Ya no se trata de crear bloques militares, como los QADS, sino de organizar alianzas alrededor de objetivos de crecimiento económico basados en la garantía del acceso a fuentes de energía.
Ese concepto encaja en la estrategia Rumsfeld/Cebrowski. Ya no se trata de apropiarse los hidrocarburos del resto del mundo, hidrocarburos que Washington ya no necesita, sino de determinar quién tendrá acceso a ellos para poder desarrollarse y quién no. Esto es una ruptura total con la doctrina del agotamiento del petróleo que la familia Rockefeller y el Club de Roma promovieron desde los años 1960, doctrina retomada después por el Grupo de Desarrollo de la Política Energética Nacional (National Energy Policy Development Group) del vicepresidente estadounidense Dick Cheney. Estados Unidos estima ahora que no sólo no se ha producido la temida desaparición del petróleo sino que además, a pesar del drástico aumento de la demanda, la humanidad cuenta con hidrocarburos suficientes para al menos un siglo.
En este momento, bajo pretextos tan numerosos como variados, Pompeo acaba de bloquear el acceso de Irán al mercado mundial de hidrocarburos, está haciendo lo mismo con Venezuela y, para completar el cierre, Estados Unidos va a mantener tropas en el este de Siria para impedir que ese país pueda explotar los yacimientos existentes en esa parte de su territorio. Simultáneamente, Pompeo ejerce la mayor presión sobre la Unión Europea para que esta renuncie al gasoducto ruso Nord Stream 2 y también sobre Turquía, para que renuncie al Turkish Stream.
La estrategia comercial
En 2017, el presidente Donald Trump trata de que regrese a Estados Unidos al menos una parte de los empleos que las empresas estadounidenses habían transferido a Asia y a la Unión Europea. Basándose en los consejos del economista de izquierda Peter Navarro [4], Trump puso fin a la Asociación Transpacífica y renegoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, llamado en inglés NAFTA y en francés ALENA). Al mismo tiempo instauró derechos de aduana prohibitivos para la importación de automóviles alemanes y la mayoría de los productos chinos y completó todo lo anterior con una reforma fiscal que estimula la repatriación de los capitales estadounidenses. Esa política ya ha permitido mejorar la balanza comercial y reactivar el empleo.
En otras palabras, ya está montado el dispositivo completo en los sectores económico, diplomático y militar, vinculados todos entre sí y cada uno con sus instrucciones precisas.
La principal ventaja de esta nueva Gran Estrategia es que las élites del resto del mundo siguen sin haberla entendido. Washington todavía tiene a su favor el factor sorpresa, acentuado además por el sistema de relaciones públicas deliberadamente caótico de Donald Trump. Pero si observamos los hechos –en vez de dejarnos distraer por los tweets presidenciales–, podemos comprobar que Estados Unidos ha logrado avances después del periodo incierto de los presidentes Clinton y Obama.
[1] El «Gobierno de Continuidad» es una instancia estadounidense creada por el presidente Eisenhower en tiempos de la guerra fría pero que aún sigue funcionando. Su misión es garantizar la continuidad del Estado estadounidense en caso de ausencia o desaparición del ejecutivo –como la muerte del presidente, del vicepresidente y de los presidentes de las dos cámaras del Congreso durante un conflicto nuclear. Aunque la composición exacta del Gobierno de Continuidad es secreta, esa instancia dispone de medios muy importantes.
[2] Esa estrategia fue dada a conocer por el asistente de Cebrowski, Thomas Barnett, en su libro The Pentagon’s New Map, publicado por Putnam Publishing Group en 2004.
[3] “Mike Pompeo Address at CERAWeek”, por Mike Pompeo, Voltaire Network, 12 de marzo de 2019.
[4] Ver Death by China, Peter Navarro, Pearson, 2011 y Crouching Tiger: What China’s Militarism Means for the World, Prometheus Books, 2015.