Breves reflexiones sobre el derrotismo posmoderno – Por Facundo Martín Quiroga

Breves reflexiones sobre el derrotismo posmoderno
Por Facundo Martín Quiroga

El debate político en la Argentina ha colapsado, y recomienza sobre sus sobras, se saca el polvo que cubre sus cenizas, y resucita, pero no en cuerpo, sangre y alma, sino en discurso. El dualismo posmoderno (alma-cuerpo, sexo-género, pensamiento-lenguaje…) tiene su correlato vicioso en la separación acción-discurso, y desde este último, como si automáticamente se pudiesen hacer cosas con palabras, desde hace décadas cimentadas en el férreo relato neoliberal hoy dividido cual hidra de Lerna, se derraman las mieles del engaño. En aquel tiempo de desacralización y frivolización hoy paroxística, se erigió la ideología que llamamos “derrotista”, que es una de las bases del estado de cosas presente.

La definimos como un conjunto de postulados mutantes que, sin perder su base relativista, nos impulsó a abandonar las luchas políticas que pudiesen devenir en una transformación insubordinada de la sociedad argentina respecto del consenso dominante hoy en decadencia. Esas ideas disfrazan sus intenciones y sus actores profundos, a través de la implantación en instituciones, colectivos y subjetividades; inventando falsas y coloridas dicotomías, aferran la voluntad a consignismos cuyo verdadero fin es impedir la construcción de bloques de poder que cuestionen el consenso de base y propongan un modelo posible (de hecho, fue posible) verdaderamente emancipador del Pueblo. Algunas de las cabezas discursivas de la hidra pueden identificarse con las dimensiones sobre las que actúa.

En el caso del derrotismo económico, estuvo basado en aceptar el neoliberalismo a la luz de las medidas económicas de la socialdemocracia, que antes que nada, no se origina en el período kirchnerista sino ni bien comienza la dictadura y se empieza a camuflar con la transición democrática. Este discurso no discute la financiarización de le economía y continúa la idea del achicamiento de lo público en lo estratégico, la preeminencia de la “rentabilidad” como condición de toda inversión y la primacía de la economía agraria exportadora porque es lo que el país sabría hacer desde su fundación y garantiza una tasa de ganancia acorde como para garantizar el “derrame”, otra idea que lejos está de ser cuestionada por más que muchos digan que sí.

Respecto del derrotismo en materia política, lo pensamos desde el hecho de adoptar sin crítica alguna el sistema democrático liberal, que no es más que la legitimación de la clase oligárquica y sus actores prebendarios, la partidocracia que separa gobierno de pueblo, el marketing que deja librada la política a las pautas publicitarias y los rallys de promoción, y la “carrera política” de un funcionariado que subsiste gracias al propio sistema. Estas ideas devienen en un acto eleccionario meramente formal que aísla sujetos de ideas, y subsume las propuestas al gustar o no gustar.

Por otra parte, el financiamiento de campañas a partir de empresarios ligados a intereses extranjeros cuando no directamente delincuentes y grupos de traficantes que utilizan los recursos e influencias para lavar dinero, se convirtió en un virus que condiciona todo proyecto. La llamada “politiquería” es la cara visible del control que ejercen las embajadas de las potencias (EEUU-Gran Bretaña-Israel) sobre este sistema perverso de construcción de poder.

Finalmente, se ha aceptado el derrotismo cultural a través de la adopción de parte de la militancia, y sectores de la clase media, instituciones como la escuela y la universidad, de la agenda posmoderna del ecologismo, indigenismo, género, totalmente desligada de los intereses nacionales. Se aprovecha la existencia de un sistema educativo fragmentario y provincialista, que fomenta la disgregación nacional y adopta también la agenda global, como por ejemplo el cambio climático, que entierra la formación técnica-industrial y construye una élite cipaya que, desde el liberalismo y el progresismo, hace las veces de intermediario cultural que nos inserta creencias y esquemas de interpretación foráneos de la cultura.

La primacía de la “autopercepción”, que es ni más ni menos que puro y duro individualismo, metafísica no sustancialista que encapsula al sujeto en el “sí mismo” y lo transforma en agente político disgregador, disfrazado de sujeto emancipador; la primacía de la sensibilidad y el vilipendio del sentido heroico de la existencia, la infantilización de la lectura de la historia y la constante alusión a inexactitudes y ocultamientos, son bases de esta pedagogía colonial, que tuvo un colectivo de intelectuales orgánicos que creyó que con aquellas agendas se avanzaba cuando en realidad se retrocedía y se fragmentaba.

Podríamos, desde esta lectura, desmadejar muchas más cabezas y caracterizarlas mejor, pero concluimos, para no extendernos de más, que uno de los principales derrotismos es el de pensar que nos están destruyendo tan rápido que lo que nos queda es negociar y quedarnos con lo que podamos. Nos pronunciamos radicalmente contra esta idea. Con un proyecto posmoderno liberal en decadencia, no podemos seguir armando cabezas en la hidra, pensando que adoptando el discurso del enemigo vamos a generar cambios sustanciales en la estructura social. La Patria, el movimiento, los hombres, deben volver a pensarse desde un Proyecto Nacional insubordinado, independiente, sin el cual no es posible alcanzar la Felicidad del Pueblo y la Grandeza de la Nación.

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