La civilización y la barbarie – Parte II – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

El despertar de la actitud crítica

Debió pasar mucho tiempo, nada menos que cinco siglos, y fue necesario que la conciencia de algunos pueblos comenzara a despertar, para que el estatus inconmovible que había adquirido ese modo del pensar diera lugar a la aparición de algunas sospechas; para que se abrieran algunas grietas por donde introducir, tímidamente al  principio, una duda. Pero ésta ya no era la de René Descartes [1] (1596-1650), sino la que ponía en cuestión la existencia misma de algunas verdades. Esa duda permitió que algunos se atrevieran a preguntar por los modos del preguntar mismo, por su propia validez, desafiando y cuestionando toda una tradición del pensamiento. Volvamos a la Doctora Dina Picotti  [2]:

«El camino de ida de la civilización universal fue seguido por desconocimientos y devastaciones demasiado grandes, evidentes y dolorosas, que provocaron un camino de regreso en el que los pueblos lucharon por sus independencias y en ello se destacó su alteridad, a pesar de la aparente homogeneización. Junto a las luchas por la liberación política y económica, dentro del juego de posibilidades del mundo contemporáneo, se da una más importante por cuanto fundamenta a las demás, y es el empeño en arraigarse en las propias identidades históricas, en valorarlas y explicitarlas, en asimilar desde ellas los valores de la civilización, que sólo entonces podrán serles beneficiosos y no convertirse en instrumento del olvido de sí o de sojuzgamiento».

Al descubrir la historia de los ocultamientos se abrió un cauce a preguntas como: ¿qué es la filosofía?; ¿Qué  es eso del pensar? ¿Se puede preguntar por la razón de ese pensar? ¿No es ese pensar nada más que la acción de introducirnos en sólo ciertos temas y preguntas acerca del universo y de las cosas que nos circundan? Acaso ¿se puede pensar el pensar, o es nada más que uno de los tantos falsos problemas que nos proponen algunos profesionales de la especialidad, para justificarse? En tanto el pensamiento se aceptara como una de las funciones del organismo humano, una capacidad fisiológica con que se ha constituido nuestra especie, el tema no sería diferente del que nos presenta nuestro sistema circulatorio o nuestro aparato digestivo. Equivale a decir una investigación más sobre las características de lo humano —un tema técnico— por el cual el ser humano es lo que es. Este modo de preguntar inhibe avanzar con libertad sobre modos más profundos del preguntar.

Sin embargo, desarrollar el ejercicio de ese otro tipo de preguntas se fue convirtiendo en un torrente irrespetuoso que nada dejó sin revisar del antiguo saber canonizado; colocó sobre la mesa de los nuevos artesanos del pensar todo lo que había sido recibido pasivamente, casi dogmáticamente. La Historia convertida ahora en piezas desarmadas que podrían luego ser o no, parte de la arquitectura del nuevo pensar que se comenzaba a reconstruir. Comenzó a presentarse así un nuevo modo del pensar, desde la periferia, que fue armando un conjunto de ideas y que se reconoció a sí mismo como perteneciente a una cultura, a un lugar, a un pueblo. Dice con agudeza Dina V. Picotti:

«A nosotros, latinoamericanos, formados en la filosofía y poco, escasamente, en el pensar abrigado por nuestro modo de vida, constituido por el mestizaje de culturas autóctonas y otras advenidas a este pródigo suelo, se nos impone de manera impostergable la tarea de saber pensar y actuar desde nuestra amplia y compleja experiencia histórico-cultural, para poder ser nosotros mismos y al serlo cumplir nuestro rol en la historia universal. Tarea seductora, porque responde a las aspiraciones e impulsos más íntimos y resistentes de nuestra identidad, y a la vez dificultosa, por cuanto supone abrirse caminos adecuados hacia ella, a la que apenas conocemos y valoramos, o bien en parte conocemos, valoramos y formulamos, pero sin obtener suficiente reconocimiento, por lo cual se requiere hacerlo dialogando con los pensares dominantes en el mundo moderno».

Estas palabras están dando testimonio de un camino dificultoso, lleno de sorpresas, que nos va advirtiendo de que nuestra infancia filosófica, esa que se reconoce en la identidad paternal de la herencia del Occidente moderno, debe quedar atrás. La madurez del pensamiento debe asumir el riesgo de salir del útero del pensamiento centroeuropeo que nos abrigó, nos estimuló, hasta en algunos casos nos premió, pero al mismo tiempo nos sometió. Debimos pagar el precio de ser una especie de versión duplicada de ellos para ser reconocidos como pensantes, al presentar nuestra capacidad colonial de pensar, de no hacerlo se afrontaría el riesgo de ser arrojados a la barbarie, por haber transgredido las reglas de la academia.

La Dra. Picotti habla de mestizaje lo que, por mucho tiempo y no ha desaparecido del todo, causó horror en las huestes de los profesores de filosofía de la periferia. Se podía reconocer como estando en esa periferia, pero no como perteneciente a ella, puesto que esta condición descalificaba para la mirada de los “maestros” del Norte. Si hablamos de estar pero no de pertenecer, ¿cómo aceptar la posibilidad de un pensamiento mestizo? ¿qué extraña puede ser esa cosa híbrida entre la racionalidad clásica y el pensamiento mágico? Los poseedores del pensar filosófico, sentados en el Trono occidental, dictaminan quién es y quién no es, desde la racionalidad “blanca, rubia y de ojos celestes” [3], y ese juicio es todavía inapelable. Por ello, nos dice la Profesora:

«A 500 años del descubrimiento de América por Europa, resta aún por cumplirse adecuadamente la tarea de des-ocultar a América desde ella y evidenciar de ese modo su importancia para la historia universal, siguiendo el camino abierto por muchos pensadores nuestros que permanecen poco menos que desconocidos».

Triste historia de aquellos que se atrevieron a la desobediencia y a la rebeldía. A pesar de todo ello, nos señalaron un camino como tarea apenas comenzada, que debemos retomar como un imperativo de la liberación de nuestros pueblos. Agrega:

«Esta tarea se integra, a su vez, en la tarea más amplia de des-ocultar la historia real de la humanidad, que es la constituida por todos los pueblos, desde ellos; pensar dejándose reivindicar por sus experiencias y articulaciones, reunirlas en un logos que se configurará como totalidad abierta, recreándose con la vida misma del hombre y sus diferentes culturas. América, como confluencia de razas y culturas, tal vez sea un lugar particularmente propicio para urgirla, quizás sea la nueva oportunidad del Espíritu que mentaba Hegel, cuando supiese decir su palabra propia».

Es conmovedor y entusiasmante leer estas palabras convocantes: a hacernos cargo de nuestra situacionalidad americana tanto tiempo ninguneada, ya que no ha tenido cabida en el vuelo del Espíritu hegeliano que remontó en el Viejo Oriente para, finalmente, aposentarse en la Europa burguesa del siglo XIX. No debemos olvidar que Jorge G. F. Hegel [4] (1770-1831), el pensador más profundo de la burguesía moderna, exige a cada pueblo, para su entrada en la historia universal, la existencia del Estado Político y la organización jurídica de la propiedad privada. Sin estos requisitos mínimos, son arrojados al estado de naturaleza, a la pre-historia. Es necesario recurrir a Hegel, porque podemos encontrar en él la síntesis del pensamiento europeo burgués, expresado incomparablemente:

«Lo único propio y digno de la consideración filosófica es recoger la historia allí donde la racionalidad empieza a aparecer en la existencia terrestre; no donde sólo es todavía una posibilidad en sí, sino donde existe un Estado, en el que la razón surge a la conciencia, a la voluntad y a la acción. La existencia inorgánica del espíritu, la brutalidad… feroz o blanda, ignorante de la libertad, esto es, del bien y del mal y, por tanto, de las leyes, no es objeto de la historia… Los pueblos pueden llevar una larga vida sin Estado, antes de alcanzar esta determinación. Y pueden lograr sin Estado un importante desarrollo, en ciertas direcciones. Esta prehistoria cae empero fuera de nuestro fin. Son pueblos de conciencia turbia… Lo único propio y digno de la consideración filosófica es recoger la historia allí donde la racionalidad empieza a manifestarse en su existencia terrestre».

Queda expresado, con toda claridad, qué clase de pueblos deben ser considerados parte de la historia, el resto queda fuera y, por lo tanto, tierra de nadie, subordinados a los hacedores de la historia, es decir, a los conquistadores europeos. Los que quedan fuera de la historia son conquistados como parte de la naturaleza:

«En la naturaleza no sucede nada nuevo bajo el sol; por eso el espectáculo multiforme de sus transformaciones produce hastío. Sólo en las variaciones que se verifican en la esfera del espíritu surge algo nuevo… el hombre tiene una facultad real de variación y además… esa facultad camina hacia algo mejor y más perfecto, obedece a un impulso de perfectibilidad».

[1] Filósofo, matemático y físico francés, considerado el padre de la filosofía moderna, uno de los nombres más destacados de la revolución científica.

[2] Sus antecedentes se encuentran en la Primera parte.

[3] Modo de hacer referencia a la cultura noratlántica, en contraposición al mestizaje americano.

[4] Filósofo alemán. Estudió Filosofía y Teología en Tubinga. Se dedicó a la enseñanza privada varios años y fue docente privado en Jena, en 1791, y rector del Gimnasio de Nuremberg en 1809, pasando a la Universidad de Heidelberg, en 1816, y a la de Berlín, en 1818.

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