La extraña libertad de los libertarios neoliberales. Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Si bien las palabras padecen desgastes en su significado, esto se verifica en las correcciones que la Real Academia Española (RAE) propone, eso puede ser considerado un fenómeno cultural inevitable. Pero hay momentos de la Historia en los que alguna palabra en especial siente el impacto de la intensidad de su uso. Ahora bien, cuando alguna palabra se convierte en una prenda en disputa, más aún cuando los medios concentrados la utilizan como arma de combate, debemos detenernos a reflexionar sobre su acepción y sus usos. En este caso me refiero a lo que ha acontecido con el vocablo “libertad”.

No es necesario, para cualquier ciudadano de a pie de nuestro país, entrar en detalles respecto de las diversas expresiones de la palabra libertad. Sin embargo el mal uso, se agrega al uso distorsionado que imponen los medios dominantes respecto de qué libertad se trata. Haciendo malabarismos periodísticos que aparecen en sus titulares, logra una mezcla extraña de Museta y de Mimí [1]. La tergiversación periodística arrastra con malicia a un público poco ilustrado, víctimas de la televisión y de la utilización perversa de la mentira sistemática. Por ello aparecen mezclados fascistas de esquina de barrio, entreverados con libertarios de pacotilla, de pelos diversos, que harían avergonzar a los luchadores del siglo XVIII y XIX.

La Doctora Mónica Peralta Ramos [2] describe el cuadro de situación:

«En este mundo, un grupo de enormes corporaciones controla los medios de comunicación y las redes sociales e impone un relato oficial donde las palabras se vacían de contenido y las ficciones sustituyen a la realidad. Es el mundo donde las noticias falsas manipulan opiniones y la incertidumbre forma parte de un poderoso dispositivo, explícito y subliminal, que busca dividir y fragmentar, confundir, inducir miedo y detonar odio, anulando así la capacidad de reflexión y critica sobre las causas de los problemas que nos aquejan. Se toman hoy, por verdades, a las sombras que, como en la caverna de Platón, sustituyen a los fenómenos que las originan. En esta incertidumbre que llegó para quedarse, el fanatismo sustituye a la reflexión por un fascismo aggiornado».

Por todo ello, el problema presenta una diversidad de facetas, sobre todo en estos últimos tiempos, en los que el vocablo libertad se ha convertido en un estandarte en disputa. A lo que se debe  agregar el ya mencionado papel de la información pública que se ha convertido, en las últimas décadas, por las técnicas de Maestros Profesionalizados en manipulación de los significados. Transforman el vocabulario en armas arrojadizas que utilizan como instrumentos de guerra [3].

La importancia del tema me exige recurrir a una nota publicada en La Tecla Eñe (29-5-2020), Pequeñas delicias de la servidumbre libertaria, cuyo autor atesora un recorrido académico importante. Me refiero al Doctor Claudio Véliz [4], quien ofrece un análisis  exhaustivo del tema que propongo. Por esta razón voy a abusar un poco de las citas, dado que allí, amigo lector, podrá Ud. encontrar un análisis muy fino y documentado. Comienza con una investigación sobre la etimología de la palabra libertad:

«Para los griegos, libre era el hombre no esclavizado, pero también el que poseía libertad de espíritu, es decir, liberalidad. Por su parte, el adjetivo latino liber derivaba de liberto y se aplicaba a aquellos que mantenían activo su espíritu libre… En líneas generales, podríamos decir que desde la “antigüedad occidental” hasta la actualidad, no dudamos en asociar la libertad con un estado de no-sumisión, con la capacidad de autodeterminación y/o con una espiritualidad sin límites».

Como una necesidad de mostrar su rigurosidad académica, recurre al famoso Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora [5] (1912-1991) quien define tres modos básicos de entender la libertad:

«1) Como natural en tanto posibilidad de sustraerse a cualquier orden cósmico predeterminado, invariable o delineado por el Destino; 2) como social o política, en alusión a la autonomía de una comunidad respecto de la interferencia de coacciones externas; 3) como individual o personal frente a la “arbitrariedad” del Estado o las normas comunitarias».

El profesor Véliz agrega su opinión a lo ya definido por el Diccionario:

«Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el neoliberalismo inauguró una tan original como paradójica concepción de la libertad que intentaremos abordar. Las más prominentes plumas de la modernidad europea hubieron utilizado todos los medios simbólicos a su alcance para conectar la idea de libertad con la creciente expansión del capitalismo. Un “progreso” cuya condición ineludible (valga el contrasentido) era la violencia (“el barro y la sangre” de los que hablaba Marx), la ocupación de tierras comunales, la explotación de los trabajadores, la exigencia de un “ejército de reserva”, y la condena a la marginalidad de los millones de excluidos de las tierras arrasadas».

Todas estas prácticas, que limitaron el sentido primero de los liberales de los siglos XVII y XVIII, debían ser sutilmente disimuladas bajo la figura de un “contrato”, entre partes igualitarias (trabajadores y patrones), que además debía suponerse que fue consentido libremente. El Profesor continúa:

«No obstante, la locomotora indetenible del capitalismo industrial que no cesaba de arrojar escombros a cada paso, terminó imponiendo una mirada reduccionista e interesada de la libertad que la instauraba, exitosamente, como la ausencia de obstáculos para realizar transacciones, emplear mano de obra, agilizar la circulación de las mercancías, evadir cargas impositivas o, simplemente, para “hacer negocios”».

De todos modos, resulta innegable que el estandarte de la libertad pudo ser enarbolado de muy diversos modos en virtud, y al servicio, de los más disímiles propósitos. Así, nuestros revolucionarios de las guerras de independencia que lucharon para liberar a nuestros pueblos del yugo colonial, siguen siendo recordados como “libertadores de América”. Los revolucionarios franceses del siglo XVIII enarbolaron una consigna (que trascendió ampliamente dicho contexto espacio-temporal) encabezada por la noción de Libertad. Los anarquistas de los siglos XIX y XX no cesaron de batallar contra la explotación, la burocracia estatal y el “patriarcado”, y justamente por ello fueron reconocidos como libertarios.

En sus antípodas, el golpe de Estado de 1955 contra el gobierno democrático de Juan D. Perón, cuya metodología operativa consistió en bombardeos, fusilamientos, represión, persecuciones e incluso en la explícita prohibición de determinados símbolos y significantes, se autodenominó “Revolución libertadora”. Sigamos leyendo el aporte a nuestra reflexión que nos ofrece El Doctor Véliz:

«No deja de resultar curioso que millones de personas de “buena voluntad” hayan adherido a una tradición de pensamiento liberal cuyos “padres fundadores” y figuras más representativas no solo supieron defender orgullosamente los “beneficios” de la esclavitud, sino que, además, habían sido propietarios de esclavos: es el caso del filósofo inglés John Locke, de George Washington (uno de los fundadores de la nación norteamericana), de James Madison (autor de la Declaración de la Independencia de los EEUU); de Thomas Jefferson (ideólogo de la constitución federal de 1787), entre tantos otros liber-esclavistas. Y más extraña todavía se nos presenta dicha adhesión, en tiempos en que sus discípulos (neo)-liberales del siglo XX explicitaban su preferencia por las crisis demoledoras e incluso por las dictaduras terroristas como condición necesaria para que sus recetas económicas liberales fueran aceptadas con temor y resignación».

En un apartado que lleva por título La libertad como servidumbre voluntaria, hace referencia a las nuevas tecnologías de dominio. Lo que más sorprende es la capacidad de dominar las conciencias a través de hilos tan sutiles que no son detectados por el ciudadano de a pie [6]. Dice el Profesor:

«Han alcanzado tal grado de invisibilidad, sutileza y eficacia que su triunfo se ha tornado contundente: los sujetos no solo se someten voluntariamente a dicha maquinaria (entregando sus datos, consumiendo lo que el mercado decide, endeudándose, entreteniéndose con los productos de la industria cultural, eligiendo aquello que los medios los incitan a elegir, etc.), sino que también asumen/viven dicha servidumbre como libertad. La libertad que el sujeto de la primera modernidad, percibía como la ausencia de imposiciones exteriores, se transformó en una opresiva coacción interior urgida por las exigencias del goce y el rendimiento ilimitados».

Estos dispositivos, que los denomina post-disciplinarios haciendo referencia que ya no corresponden a las formas culturales de la Modernidad, operan subrepticiamente sobre las percepciones y las voluntades, direccionándolas, generando emociones “positivas”, explotando la necesidad de alivio mediante la promesa de una felicidad fácil e inmediata, adecuando los impulsos psíquicos a un circuito afectivo articulado en torno del miedo y el odio. Es el juego más perverso de una libertad secuestrada y, al mismo tiempo, exhibida como la máxima expresión. Es la terrible transformación del “ciudadano francés” en un consumidor sumiso masificado por el sistema. Sobre ello dice el Profesor:

«Muy lejos de negar la libertad, la explotan en su favor: le ofrecen a los consumidores un menú de ofertas a elección y lo presentan como la “libre decisión” de los individuos. Por consiguiente, “servimos” a ese poder cuando entregamos alegremente nuestras coordenadas, cuando consumimos, cuando nos (in)comunicamos, cuando “hacemos clic en el botón me gusta”. No se contentan con intervenir en aquellos modos en que nos constituimos como sujetos sino que procuran alterar la constitución ontológica misma del sujeto».

Son totalmente libres de hacer todo aquello que le ordenan, por las vías subliminales del sistema opresor y deshumanizador.

[1] Una mezcla de Muceta y de Mimí, personajes de la ópera La Boheme de de Giacomo Puccini; en la letra del tango aparece como una mezcla, o más bien “síntesis bizarra”.

[2] Licenciada (UBA) y Doctorada en Sociología por Ciencias Humanas e la Universidad René Descartes de la Sorbona (París)

[3] Sugiero, para una mayor información sobre estos temas, consultar las notas Nº 6, 7 y 15, de la Sección Reflexiones Políticas, o de mi trabajo El control de la opinión pública, en la Sección Biblioteca de la página www.ricardovicentelopez.com.ar.

[4] Sociólogo, docente, Historiador económico, y escritor chileno, ha ocupado numerosos cargos académicos en diversas instituciones universitarias: la Universidad de La Trobe (Australia), Harvard y la Universidad de Boston (EEUU).

[5] Se licenció en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Trabajó como Profesor de filosofía en las universidades de La Habana y de Santiago de Chile, se incorporó, finalmente como docente al Bryan Mawr College de Filadelfia, en Estados Unidos. Redactó el Diccionario de Filosofía, en sus varias ediciones.

[6] Remito a las referencias de la nota Nº3 para un análisis más detallado.

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