El elogio de la serenidad – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

En una nota anterior hice alguna referencia sobre la velocidad del tiempo, es decir la sensación que tenemos de que el tiempo se nos escapa. Su solo enunciado nos mete, de inmediato, frente a una serie de preguntas. El problema es cómo se mide esa velocidad, dado que no conozco que exista un velocímetro temporal. Esa velocidad es de carácter subjetivo. Me refiero al tempo vivido [1]] o, de otro modo, a la sensación interior que tenemos de cómo pasa ese tiempo. Una experiencia simple, pero impactante, es viajar hacia el interior de nuestro país, a cualquiera de esos pueblos de pocos habitantes (difícil poner un número, pero convengamos, arbitrariamente, de no más de 20.000). Una sensación que nos asalta es la lentitud de las personas. Si entramos a un comercio cualquiera encontramos  personas que nos anteceden en el supuesto turno, que están conversando de cosas triviales y diarias. Uno cae en el juicio de persona de ciudad: ¡No respetan “nuestro tiempo”!.

Es la consecuencia de “¿nuestros apuros?”. ¿Qué es lo que nos urge…? Es evidente que ellos, los puebleros, no comprenden que nosotros no estamos preparados para “perder tiempo”… ¿No perderlo para ganar qué? Es una experiencia íntima. Si es que Ud., amigo lector, no pasó por ella deberá hacer una reflexión teórica para ponernos en sintonía. A estas reflexiones me llevó una nota de la Doctora Mª Dolores F. Fígares [2] (1948), que tituló Elogio de la serenidad  (2020). Cuantos libros llevan por título el concepto “elogio”, pregúnteselo a Google… La  utilización de este concepto sobre un tema es un modo de pensar y escribir muy utilizado en el Renacimiento europeo, aunque ya venía de antes. Se puede decir que es un modo de anunciar el modo en que va a ser tratado el tema. No sorprende, entonces, que la autora siendo leal a su formación, y a sus especialidades investigativas, nos invite a pensar con ella el tema de la serenidad. Hoy un tema casi de archivo de viejas bibliotecas.

«En sentido propio, el adjetivo latino “serenus” significa: puro, sin nubes y tenía su reflejo correspondiente en el alma humana equivaliendo a tranquilo, apacible… sereno. El verbo “serenare” corresponde a sosegar, serenar o sea despejar las nubes del alma… Serenidad, sustantivo femenino, hace alusión a la característica, índole, cualidad, estado, esencia, condición, particularidad o calidad de sereno es decir algo tranquilo, plácido o calmoso,  que carece de turbación alguna … Aplicado a personas, el concepto de serenidad suele  asociarse a la capacidad que se tiene para actuar: de manera racional y templada en todo momento. La persona que es serena no se deja llevar por los impulsos ni por las emociones».

La lectura de la definición nos da la sensación de estar hablando de otra época o de culturas orientales. Ante una primera aproximación nos puede parecer que no encaja en nuestras vidas. Aquí se pueden abrir dos caminos interpretativos: uno, la definición es válida para un tiempo ya superado, algo que, de haber existido se debe haber dado algunos siglos atrás, mucho más allá de nuestros abuelos; dos, como dije antes, es una cualidad, característica de las culturas orientales, es un rasgo propio de ellos. La autora comienza así sus reflexiones:

«Es un lugar común, una verdad admitida y asumida que vivimos en la sociedad de la prisa. Haber conseguido ahorrar innumerables esfuerzos, gracias a las técnicas sofisticadas que utilizamos, en lugar de proporcionarnos más tiempo para dedicarlo a los asuntos importantes, ha producido el efecto contrario, ha acelerado el ritmo de nuestras vidas de una manera que podemos considerar perniciosa para nuestro equilibrio.  Y lo peor es que lo asumimos como algo natural y, por ello, no adoptamos decisiones encaminadas a contrarrestar la ansiedad y la tensión que nos producen y lo que es aún más grave, el vacío interior, la angustia de perder el contacto con las raíces de nuestro espíritu».

Un ejercicio posible es recordar sus vivencias, si ha tenido la oportunidad de visitar algún pueblito como el mencionado. Si es así, trate de recordar algunas experiencias de esos viajes. Yo puedo aportarle la vida de mi niñez, en un barrio de Buenos Aires. Si la memoria no me traiciona, algo me dice que fue una época muy parecida a esas descripciones. Alcanza con que Ud. se detenga un breve espacio de tiempo, para trazar algún paralelo en su memoria. Si somos capaces de superar los prejuicios que tiende a deformar nuestra apreciación, puede ser útil para sacar conclusiones respectos de nuestras vidas apuradas. Puede ser una muy buena oportunidad para reflexionar sobre el olvidado valor de la serenidad. Su ejercicio, dentro de las posibilidades, puede servir de marco para reservar tiempos para tareas que requieren silencio, tranquilidad, concentración, calma. Volvamos a la profesora:

«Algo se despierta en nosotros, cuando podemos hacer uso de ese tiempo sereno recuperado : son las emociones antiguas que nos regala una tarde dedicada al estudio o la lectura, o a la reflexión sobre el sentido de nuestra existencia, o a la conversación filosófica con quienes comparten nuestras inquietudes. La naturaleza, con el recogimiento propio de la estación invernal, o de las tardes primaverales, nos dicta la lección del tiempo sereno, indicándonos la necesidad de volvernos hacia adentro de nosotros mismos; recuperar de la memoria las mejores experiencias para volverlas a vivir; y las que no lo fueron tanto para aprender las enseñanzas que siempre nos regalan los fracasos, cuando sabemos tamizarlos por el filtro de la reflexión tranquila».

Es posible que Ud., amigo lector, me diga: “con todo lo que tengo que correr todos los días, no me queda tiempo para esas exquisiteces del espíritu”. Lo entiendo porque yo vivo en el mismo mundo que Ud. Sin embargo le pregunto: ¿está seguro que no tiene la posibilidad de algún tiempo? La Doctora Fígares nos invita a reflexionar:

«Luego, cuando nos toca regresar a los afanes de cada día, instalados en el ruido de las prisas, saber que la serenidad actúa como un recuerdo benéfico, como un lugar de la memoria, donde volver siempre que los reclamos exteriores consigan sacarnos de nosotros mismos y alejarnos de las metas vitales, aquellas que vislumbramos en los lúcidos instantes de calma y silencio».

[1] El tiempo objetivo o tiempo cronológico es el que marcan el reloj y los calendarios. El tiempo subjetivo, por el contrario, se define como la percepción que de ese tiempo tienen las personas (horas que se hacen  eternas o días que pasan como un soplo).

[2] Profesora, ensayista y periodista, española; Licenciada en Ciencias de la Información y Doctora en Antropología por la Universidad de Granada; Directora académica de la Escuela Superior de Comunicación de Granada. Ha escrito diversos libros y ensayos sobre los grandes clásicos de la filosofía antigua, como Los amigos de Platón (Ed. Dauro, 2015).-