Por Ricardo Vicente López
Parte IV
(Puede leer la parte III, acà)
Hay textos que impactan mucho la mentalidad de los pensadores da cada época, al verse enfrentados a las diversas interpretaciones a las que han dado origen. Uno de ellos, por la profundidad de las posibles y diversas lecturas que se fueron realizando podría hacernos pensar que el tema ya está agotado. Yo no he podido sustraerme a ese embrujo que el gran Platón (428-347 a. C.) generó en su posterioridad. Yo ya le he propuesto, amigo lector, en algunas notas anteriores, una lectura de su tesis. Ahora quiero que me acompañe con una mirada más analítica sobre la riqueza que encierran las palabras de este famoso texto: La alegoría de la caverna. Pero, lo haré con una mirada un tanto plebeya, teniendo en cuenta las varias que circulan con tono académico. Por ello debo advertirlo, respecto de que lo que sigue, es mi interpretación, que no tiene más valor que eso.
Para ello recurriré a un trabajo mío, escrito hace ya un largo tiempo, que fue escrito con un lenguaje más sencillo y que pretende ser una versión más accesible y, a su vez, un poco más rebelde, y es muy probable que sea muy antojadiza. Lo escribí pensando en un personaje, admitido simbólicamente como la expresión de una síntesis dentro de los públicos masificados. Es una parte de esos públicos que necesitan y demandan una formación más sólida, sostenida por una filosofía que, por regla general, no está a su alcance: el ciudadano de a pie. No es cualquier ciudadano, es, en mi opinión, la expresión de los que tienen hambre de saber y no encuentran cómo y donde satisfacerla.
El trabajo al que me referí [1] fue una propuesta para plantear un paralelo entre la antigua Atenas y nuestro mundo globalizado, rescatando similitudes y contradicciones. Fue un texto pensado para trabajarlo en clase con una lectura comentada y analizada a través de preguntas, respuestas, con comentarios colectivos. Teniendo en cuenta la mucha sabiduría que queda encerrada en el ámbito de las Academias, a la que no pueden acceder muchas personas que no manejan ese lenguaje técnico. Ese lenguaje que se ha convertido en una jerga “para unos pocos elegidos” como decía Les Luthiers. El lenguaje, con el cual se expresan, es una barrera que impide al ciudadano de a pie acceder a los grandes de la Filosofía. Esa es la razón por la cual intenté hacer una traducción al habla cotidiana de las personas, dispersas, que forman parte de la multitud: los ciudadanos de a pie.
Un poco de historia del pensamiento
Escribí en las páginas citadas, algunas reflexiones que, creo, pueden sernos útiles ahora. Teniendo presente que la mención de su título: De la caverna platónica a la globalización mediatizada, un atrevimiento, una interpretación cuyo valor es muy limitado, pero útil:
«Tal vez resulte fuera de lugar, para el lector desprevenido, el salto en el tiempo que propongo: unos veinticinco siglos. Sin embargo, creo que puede sernos altamente revelador respecto de cómo algunas expresiones originarias, incipientes, del fenómeno de masas —dentro del marco de una sociedad mucho más sencilla y trasparente— anunciaban algunas revelaciones que sólo el ojo agudo, certero y crítico de un filósofo de esa calidad pudo detectar, este es el caso de Platón (428-347 a. C.). Este gran pensador evidenció, en sus trabajos, méritos intelectuales de excepción. Ellos han obligado, a pesar del tiempo que nos separa, que debamos seguir leyendo y estudiando su obra. Platón fue un filósofo griego discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles. En 387 fundó la Academia, institución que continuaría su marcha a lo largo de más de novecientos años. A ella fue Aristóteles en 367, desde Estagira [[2]], para estudiar filosofía, compartiendo, de este modo, unos veinte años de amistad y trabajo con su maestro. Platón participó activamente en la enseñanza de la Academia y escribió, siempre en forma de diálogo, sobre los más diversos temas».
De este autor seleccioné algunos pasajes de uno de sus trabajos de la madurez: la República. De ella podemos leer esta síntesis:
«República −en griego, Politeia, de polis, que significa ciudad-estado esta traducción sería más adecuada que el título original — es la más conocida e influyente obra de Platón, y es el compendio de las ideas que conforman su filosofía. Se trata de un diálogo entre Sócrates y otros personajes, como los discípulos o parientes del propio Sócrates».
El modo de la narración choca con nuestra forma actual de contar una historia. No debemos olvidar que para el pensamiento antiguo, cercano a sus fuentes orientales, este modo de referir un tema era muy común. Por tal razón, le pido, amigo lector, un esfuerzo de ubicación temporal y cultural para lograr una interpretación más profunda acerca de qué nos dice y qué intenta comunicarnos para que pensemos. Comencemos por analizar cuál es el significado de la palabra “alegoría”:
La alegoría (como la parábola, el mito o la analogía) es un recurso narrativo para trasmitir una historia de modo que sea accesible a mucha gente. Es un modo de hablar figuradamente, es una figura literaria que pretende representar una idea valiéndose de formas humanas. Alegoría es una palabra que hemos heredado del griego allegorein. La Real Academia la define como: «Representación en la que las cosas se ofrecen con un significado simbólico. Composición literaria o representación artística que tiene sentido simbólico». La alegoría pretende pintar una imagen, de lo que no tiene imagen, para que pueda ser mejor entendido por las mayorías. El vocablo hace mención a aquella ficción en la cual una idea, frase, expresión u oración que posee un significado distinto al que se le puede dar literalmente [3]. Este tipo de relato encierra una enseñanza que hay que rescatar.
La alegoría intenta describir cuál es el estado de los hombres en general, hoy diríamos del pueblo [[4]]. A tal efecto, describe una situación imaginaria que intenta representar la situación del hombre medio de aquella época. Propone Sócrates:
«Imagina una especie de caverna subterránea, con una larga entrada, abierta a la luz del sol, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estar quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz del fuego, arde en un plano superior a los encadenados. Se ha construido un tabique por encima del cual se exhiben sus figuras. La pared del fondo es como una pantalla que reproduce las figuras… Pues bien, imagínate ahora, a lo largo de esa pared, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados».
Ante esta descripción todos quedan sorprendidos, no se entiende hacia dónde lleva Sócrates su razonamiento, éste continúa su relato y comienza a explicar:
«Son iguales que nosotros, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre el fondo de la caverna? Dado que durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóvil las cabezas… Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?… Entonces no hay duda de que ellos no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados».
Amigo lector, preste atención a la continuidad del relato ya que Sócrates agrega una situación nueva: otro personaje, el cual fue liberado de las cadenas:
«Si alguno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse para ir a mirar la luz exterior… ¿no sería capaz de descubrir que aquellos objetos cuyas sombras veía antes, no eran más que sombras? Ahora cuando se halla más cerca de la realidad y goza de una visión verdadera… ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería falso? Y que al ver la luz verdadera todo adquiriría una nueva brillantez… ¿no crees que se consideraría feliz por haber descubierto la verdad?»
Llegado este momento, el personaje liberado que ha descubierto la verdad se sentiría obligado a contar todo lo vivido:
«En esa situación si compartiera su experiencia con sus compañeros encadenados, ¿no se reirían de él por narrar fantasías que no existen? ¿no podrían llegar a matarlo por hablar necedades? La exasperación de los otros, creerse engañados ¿no intentarían matarlo, si encontraran la manera de hacerlo?»
Hemos llegado al final del relato alegórico, y Sócrates pasa a ofrecer sus conclusiones:
«Pues bien, esta imagen hay que aplicarla toda ella a lo que hemos dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista del sol con la caverna-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol».
Es decir, el diálogo se fue dando en torno a qué tipo de hombres había que elegir para hacerse cargo de los asuntos del Estado. Como resultado de ello, estuvieron de acuerdo en que hay dos clases de hombres: los que viven entre las sombras y aquellos, muy pocos, que han tenido la posibilidad de acceder a la verdad que ilumina la luz del sol (que es la verdadera realidad). En la próxima nota le propondré mis reflexiones.
[1] Lleva por título De la caverna platónica a la globalización mediatizada – publicado y disponible en la página www.ricardovicentelopez.com.ar – en la Sección Biblioteca.
[2] Fue una ciudad de la Antigua Grecia en la provincia de Macedonia, famosa por haber sido el lugar de nacimiento de Aristóteles.
[3] Recuérdese el modo de hablar de Jesús de Nazaret.
[4] Participaban sólo los hombres libres, porque los esclavos no participaban de la polis; para la Atenas antigua, los esclavos no eran ciudadanos.
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