Pienso, luego… critico. Parte I – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Reflexiones sobre las formas del conocimiento como verdades dogmáticas, y de la necesidad de un pensamiento crítico

I.- Consideraciones Previas

Comienzo por una breve referencia al título, que, como no escapará a muchos, consiste en una reversión de la famosa sentencia del filósofo francés René Descartes [[1]] (1596-1650): «Pienso; luego, existo» (en latín: cogito ergo sum). La traducción divulgada supone erróneamente, por una mala interpretación [[2]], que la relación entre los verbos “pienso” y existo” es de carácter temporal, cuando en realidad expresa, una relación lógica por lo cual una traducción más fiel debería ser: «Pienso; por lo tanto, existo». Para este trabajo, corresponderá entenderlo como: «Pienso; por lo tanto, yo debo ser una persona que ejerza la crítica». Y ese es, precisamente, el objetivo más importante, para cuyo cumplimiento convoco a Ud., amigo lector.

Comencemos por la etimología que nos indica el sentido primero del vocablo crisis, del que hemos heredado crítica y el verbo criticar. Según la Academia:

«Crisis es una situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o  un proceso; es también una coyuntura de cambios en cualquier aspecto de una realidad organizada pero inestable, sujeta a evolución; especialmente, la crisis de una estructura. De allí deriva crítica: Conjunto de opiniones o juicios que responden a un análisis y que pueden resultar positivo o negativo».

Para nuestro caso, con un sesgo más filosófico:

«Crítica es la opinión intuida como una forma de pensamiento que se cuestiona a sí mismo y que considera no sólo los límites y posibilidades de la razón, sino también la realidad humana e histórica de un sujeto que se constituye en un “nosotros”».

El pensamiento crítico no es un concepto nuevo, su origen se remonta a la antigua Grecia: se originó en las ciudades griegas del Asia Menor (Jonia), a partir de las primeras reflexiones de los presocráticos, centradas en la naturaleza, teniendo como base el pensamiento racional o logos. Posteriormente Sócrates y su mayéutica, Platón y su dialéctica, Aristóteles y su retórica. De las tantas definiciones que ha acumulado la historia, tal vez una de las más simples y precisas es la que hizo célebre el filósofo, político, Francis Bacon [[3]] (1561-1926):

«El pensamiento crítico es tener el deseo de buscar, la paciencia para dudar, la afición de meditar, la lentitud para afirmar, la disposición para considerar, el cuidado para poner en orden y el odio por todo tipo de impostura».

Desde una perspectiva cercana a la modernidad:

«El pensamiento crítico se entiende como la capacidad de analizar y evaluar la consistencia de los razonamientos, en especial, de aquellas afirmaciones que la sociedad acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana, como las fake news, especialmente relevantes en la actualidad por su proliferación y rápida viralización».

El pensamiento crítico es también un concepto educativo:

«El pensamiento crítico, como innovación educativa, puede ser definido como el proceso intelectual decidido, deliberado y auto-controlado, que busca llegar a un juicio razonable. Los objetivos del proceso de pensamiento crítico son, primero, llegar a un juicio razonable mediante un esfuerzo honesto de interpretación, análisis y evaluación de evidencias; y segundo, que ese juicio sea explícito y justificado a partir de conceptos, de su contexto y  de los criterios en que se fundamenta. En otras palabras: el pensamiento crítico es un proceso mental que permite razonar y evaluar la evidencia disponible, respecto de un problema que se quiere resolver».

II.- La grave crisis del sistema

En el tema que trataré en estas páginas me voy a concentrar en una pregunta muy antigua, que ha dado lugar a múltiples respuestas a través de los siglos. Desde los inicios de lo que se ha definido, para nuestra historia occidental, como los comienzos de la filosofía, en la Grecia de los siglos V a. C. en adelante, la relación entre la realidad, la existencia concreta de las cosas que nos rodean, el mundo físico, y el conocimiento acerca de cómo y qué es esa verdad, derivado en la presentación de un problema: designado como el problema del conocimiento.

Esta articulación entre las cosas y el registro que produce nuestra mente (nuestra conciencia, nuestra inteligencia, o cualesquiera de las otras denominaciones posibles) y de los otros tantos conceptos que se podrían utilizar para referirse a este dispositivo de aprendizaje, hace que la pregunta siga siendo un tema fascinante, de matices variados y riqueza infinita, casi podría decir, si me lo permite, amigo lector: un misterio [[4]]. Esta última palabra puede resultar incómoda, inconveniente, molesta, en desuso (deberíamos preguntarnos por qué); pero creo que no debemos descartarla: ha padecido el ataque del pensamiento positivista. Doy por concedida su autorización: debo incorporarla como parte del problema que me propongo analizar.

Todo ello se ve agravado, enmarañado, complejizado, en este mundo de comienzos del siglo XXI, por la saturación informativa. No hace tanto tiempo, a comienzos del siglo XX, la información era un bien relativamente escaso, cuya obtención imponía arduos esfuerzos; hoy su abundancia es casi incontrolable, nos desborda, nos excede, nos sobrepasa hasta el hartazgo. El problema de hoy no es la escasez  sino la sobreabundancia. Y es, precisamente, por la existencia de esa condición, que se utiliza para la saturación, como parte de la estrategia que el sistema global ha dispuesto para ejercer su dominio y control sobre todos nosotros: la denominada opinión pública. (Esta afirmación puede parecer exagerada, porque todavía una parte importante de los ciudadanos de a pie ignora, prácticamente, todo ello [[5]]). Amigo lector, a pesar de que esta afirmación pueda parecer un poco irrazonable, le ruego que sea aceptada como anticipo de lo que vamos a revisar en las páginas siguientes. Ese dispositivo señalado intenta encubrir la realidad con una impresionante catarata informativa, para ocultar o tergiversar el estado de un mundo profundamente injusto, que pretende que sea aceptado callada y sumisamente. Una prueba de lo que estoy afirmando es la carta que Sigmund Freud [[6]] (1856-1939), envió en las primeras décadas de siglo pasado, a Albert Einstein [[7]] (1879-1955), tengamos presente que estaban en plena crisis de los años 30:

«No es exagerado afirmar que la comunidad está formada por elementos de poderío dispar, vencedores y vencidos, que se convierten en amos y esclavos, expresando la desigual distribución del poder entre sus miembros. Los amos intentarán el dominio por la violencia y los oprimidos buscarán iguales derechos para todos. Para conservar la comunidad, le recomiendo a los miembros que deberán re-pactarla permanentemente».

Es a partir de la dura realidad de este estado social, de un mundo dual: incluidos y excluidos, de  condiciones insoportables para muchos, ya denunciado en el siglo pasado, que muestra una dinámica que, una vez comenzada, se mantendrá por un largo tiempo y se profundizará hasta niveles imposibles de pensar. Pero que no puede ni debe ser eterna, puesto que lleva en su seno las causas de su propia destrucción. Por esta razón debemos pensar el problema que nos presenta su ocultamiento. Además debemos comprender que no se puede cambiar sin saber qué hay que cambiar, por qué hacerlo, cómo hay que intentarlo y al servicio de qué, para luego proyectar el cambio. Dar las respuestas requeridas exige el desarrollo de un pensamiento que sea crítico, que no se satisfaga con las primeras conclusiones, para continuar hasta conseguir un diagnóstico ajustado de esa realidad.

Los informes anuales de Oxfam (el Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre), fundado en Gran Bretaña en 1942, para socorrer a las víctimas de la guerra: su lema es: “Salvamos vidas en situaciones de emergencias, defendemos los derechos de quienes sufren la pobreza y apoyamos sus iniciativas para lograr que la superen”. Anualmente publican un prestigioso informe sobre el hambre en el mundo. Dice en su última presentación: «La desigualdad extrema nos perjudica a todos y a todas, pero especialmente a las personas más pobres, sobre todo a mujeres y niñas. Poco importa lo duro que trabajen, demasiadas comunidades viven en la miseria debido a sueldos bajos y no tienen acceso a derechos básicos. Los diez hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna, mientras que los ingresos del 99 % de la población mundial se han deteriorado a causa de la COVID-19. Las crecientes desigualdades económicas, raciales y de género, así como la desigualdad existente entre países, están fracturando nuestro mundo».

[1] Fue un filósofo, matemático y físico, considerado como el padre de la filosofía moderna, uno de los nombres más destacados de la revolución científica.

[2] Tiene como sinónimos términos como: por consiguiente, por lo tanto, en consecuencia que sería más correcto.

[3] Canciller de Inglaterra, fue un célebre filósofo, político, padre del empirismo filosófico y científico.

[4] Misterio se define como algo muy difícil de entender, algo extraño e inexplicable de comprender o descubrir, por lo oculto que está o por pertenecer a algo muy difícil de conocer por ser recóndito, secreto o reservado.

[5] Puede consultarse para este tema en la página www.voltairenet.org/article145977.html el artículo del Noam Chomsky El control de los medios de comunicación: su autor es lingüista, filósofo, politólogo y activista estadounidense; Profesor emérito de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

[6] Médico neurólogo austriaco, padre del psicoanálisis y una de las figuras intelectuales del siglo XX.​

[7] Fue un físico alemán, nacionalizado después suizo; se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo XX.