La amenaza de proscripciones

Por Alejandro Grimson *

Estamos atravesando un desfiladero muy peligroso en el cual, lo más recalcitrante de la política, está probando medidas antidemocráticas por su incapacidad de aceptar el juego de la diversidad de opiniones. Se está amenazando y poniendo en práctica la proscripción del adversario sin pruebas de ninguna naturaleza. La advertencia del autor debe ser tenida en cuenta.

La posibilidad de que se decida la proscripción política de Lula en Brasil torna imprescindible un debate acerca de las características de las “nuevas derechas” latinoamericanas. Como ya hemos planteado anteriormente, es necesario ser muy cuidadosos con las metáforas históricas. Hemos buscado alertar que no resulta posible comparar la derrota electoral del FPV de 2015 con la “Revolución Libertadora”, su bombardeo a Plaza de Mayo, su matanza de cientos de civiles, su proscripción, sus fusilamientos. Salvando entonces esas distancias, y la orientación económica liberal o neoliberal que se repitió en tantos momentos de la historia argentina y latinoamericana, hay dos sentidos adicionales asociados a la fecha 1955 que están presentes hoy en los debates que las propias derechas tienen en distintos países de la región. Al interior del antipopulismo, como sucedió en Argentina desde 1956 (y Aramburu asumió en diciembre del 55), hay controversias acerca de hasta dónde instaurar una “democracia limitada” apelando el mecanismo de la proscripción.

El sólo hecho de que Lula sea el primer presidente de Brasil condenado por corrupción habla por sí mismo. Brasil fue el último país de América en abolir la esclavitud y la monarquía, mantuvo una desigualdad tan descomunal que se utilizó la metáfora de Belindia, una combinación de Bélgica y la India. Es uno de los países donde no ha habido juicio alguno contra los dictadores que gobernaron entre 1964 y 1984. Lula en realidad fue el primer presidente de Brasil de provenir “de la India”. Un migrante nordestino, obrero, líder sindical, opositor de izquierda a la dictadura, que ganó finalmente las elecciones después de muchas derrotas. Es ese presidente, el primero que atacó el hambre, el que incorporó a millones de excluidos, el que se convirtió en un símbolo popular y en una referencia mundial, el que es condenado por ser dueño de una casa que no es suya. Decir que su condena está “floja de papeles” es un eufemismo.

Cuando Dilma logró el cuarto mandato para el PT y perdió velozmente popularidad al cambiar la política económica, la derecha decidió avanzar y la destituyó a través de un proceso que avergonzó internacionalmente al país. Ahí viene un paralelismo con 1955, que no se dio en el caso argentino actual. ¿Por qué el antipopulismo no tuvo la paciencia de esperar unos pocos años? Realmente, el peronismo de 1955 no tenía aseguradas las elecciones presidenciales de 1957 y el PT de 2016 muchísimo menos las de 2018. Aquí cabe una primera distinción. Hay antipopulismos que saben esperar (o no les queda más remedio que hacerlo) y logran ganar una elección (o varias). Hay antipopulismos que tienen niveles de arrebatamiento y ansiedad que tornan insostenible en el tiempo su propio proyecto.

Porque la Argentina posterior a 1955 fue una catástrofe que sólo iría creciendo en cada crisis. La ilusión de algunos sectores con Frondizi duró meses y el respeto que despierta la persona de Illia no alcanza para resolver una crisis nacional. El regreso de Perón fue una ilusión descomunal, inmensa, única, que se evaporó en el prólogo de los peores años de la historia nacional. Y sea dicho: la Argentina de hoy se recuperó sólo parcialmente del proceso de 1976, todavía no se recuperó del todo. Realmente, los datos son elocuentes: el 76 fue el momento en que la Argentina “se jodió” por décadas. Y debe comprenderse: no hay 76 sin 55.

Y Brasil hoy está viendo si empieza un 55.

 Para algunas de las mentes antipopulistas más lúcidas, la catástrofe de 1955 se tornó evidente en pocos meses. La desazón y el desánimo ganó rápidamente a algunos referentes del antipopulismo cuando percibieron que los planes antiobreros, antisindicales y antidemocráticos tornarían persistente la humillación, la pérdida de conquistas y haría imposible su sueño, a saber: gobernar con el apoyo electoral de las mayorías.

Entre los partidos que apoyaban el derrocamiento, Oscar Alende planteó su preocupación por los planes de austeridades y sacrificios de los asalariados, más aún si eso implicaba establecer un “estado gendarme”. Alende reclama que el movimiento triunfante sea un revolución popular para demostrar que “la democracia es superior a la dictadura”, es decir que ese gobierno demuestre “al pueblo que por este sistema se hace más factible la felicidad del pueblo que por los sistemas dictatoriales”.

¿Palabras vacías? No, palabras que reflejan a un sector de los antiperonistas que deseaban –pero no pudieron- mostrar al pueblo que sería más beneficiosa su “democracia”, considerando a esta factible aún basándose en la proscripción. Deseaban convencer al pueblo. Como Mario Amadeo, que aludía a “ese vasto sector de la población argentina que puso sus esperanzas en la figura que dio su nombre al régimen caído y que, a pesar de sus errores y sus culpas, le sigue siendo fiel”. Porque esa masa, decía, “está crispada y resentida”. Y señalaba que el “éxito o el fracaso del intento de unir al país depende, en buena medida, de cómo se interprete el hecho peronista”. Sesenta años después ya se vio lo que pasó en aquel entonces con “unir a los argentinos” y la total incomprensión del hecho peronista.

Martínez Estrada, que contribuyó con un libro a esa incomprensión, poco tiempo después de publicarlo “reconsideraría algo más benévolamente a Perón”, nos dice Christian Ferrer, “una vez que sus sucesores le terminaron por parecer mucho peores, por sus intenciones y por su ineficacia, y también por necios y falsos”. De ese cambio provino su debate con Borges. También Ernesto Sábato era antiperonista y por ello fue nombrado interventor de la revista “Mundo argentino” por la dictadura de 1955. Al año siguiente denunció las torturas y debió renunciar. También en 1956 publicó El otro rostro del peronismo: Carta abierta a Mario Amadeo, donde se lee: “Aquella noche de setiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas”. Había algo radicalmente incomprendido en el peronismo y el sólo hecho de formular esa pregunta era considerado un sacrilegio por parte de los antiperonistas recalcitrantes. Sábato, en una carta abierta a Aramburu decía que “los valores éticos que habían dado justificación a la Revolución Libertadora estaban a punto de malograrse provocando una nueva frustración colectiva”.

Gino Germani se frustró ante los hechos y le explicó a los antiperonistas que sólo podrán “desperonizar” al pueblo si le otorgan los beneficios y dignidad iguales o mayores que el peronismo. Si la “Libertadora” no resolvía (o generaba) problemas reales, entonces la “desperonización” no ocurriría. Y, como sabemos, no ocurrió.

Estos intelectuales no tuvieron la humildad de percibir su propio error, pero tuvieron la honestidad de explicitar que no era con menos derechos, con violaciones a los derechos constitucionales, atacando conquistas populares, que se podrían resolver los problemas del país.

Estos temas han atravesado debates de distinto tipo entre las nuevas derechas latinoamericanas, en particular después de sus sucesivas derrotas electorales anteriores a 2015. Aquello que sus detractores consideran “puro marketing” es marketing pero está en debate si es algo más que marketing. Porque queda abierta la pregunta de si podrían gobernar ejecutando sus planes neoliberales y corruptos con la anuencia del voto popular. Y las situaciones son diferentes allí donde logran ganar elecciones (como Chile y Argentina) que allí donde no lo logran (como Ecuador), que allí donde la frustración los lleva a la destitución escandalosa (Paraguay, Brasil).

El 27 de julio, dos días después de la patética sesión del parlamento nacional, un intelectual muy crítico del kirchnerismo y, desde mi punto de vista, muy cercano al actual gobierno, publicó en el diario Clarín un artículo sobre “Brasil: riesgos del vendaval justiciero”. Es muy cierto que nadie puede transpolar el análisis de Vicente Palermo sobre Brasil a la Argentina. Pero además de señalar que las pruebas con las que fue condenado Lula no son concluyentes, en el fondo Palermo señala un alerta mayor: hay problemas que no son judiciales, sino políticos. Específicamente señala que si Lula es encarcelado (y proscripto) eso “añadiría una pesada carga de desestabilización al sistema político”. La recomposición del sistema político, afirma Palermo, sólo fue emerger de un triunfo o una derrota de Lula en elecciones limpias.

He aquí alguien que (su argumento es para Brasil), prefiere gobiernos que ganen elecciones sin proscripciones como base de cualquier legitimidad política. Y elige el sistema de elecciones libres antes que el gobierno de esta u otra fuerza. Si en Brasil la mayoría pensara como él, una parte del problema actual podría encaminarse. Al menos, tener visos de resolución. Si no, sólo puede agravarse.

Ahora regresemos a la Argentina. Donde no sólo se ha inaugurado escandalosamente el argumento de la “inhabilidad moral” para proclamar que así se puede expulsar un diputado de la nación, sino que ya se está usando ese argumento en una provincia contra la izquierda y ya se ha proclamado que se usará ese argumento contra Cristina Kirchner si es electa.

Hagamos un paréntesis. Aquellos que creemos en las instituciones, creemos que si hubiera Poder Judicial que impartiera justicia los corruptos serían juzgados y estarían presos. Y hay que luchar para que eso suceda. Aquellos que creemos en la instituciones no nos arrogamos el derecho de decidir nosotros, en reemplazo de un juez, quién debería ser condenado y quién no. Tenemos libertad de opinión, pero no podemos hacer mamarrachos por mano propia.

O ponemos Constitución, las garantías constitucionales y las elecciones libres sin proscripciones por encima de nuestras diferencias políticas, o la Argentina va volver a ingresar en décadas penosas de su historia.

El “problema latinoamericano del 55” puede enunciarse así. En el Cono Sur, en Brasil y otros países, la democracia, las elecciones libres, los derechos humanos son grandes conquistas de las mayorías populares en contra de los planes de la derecha. Las izquierdas políticas y sociales nunca estuvieron satisfechas con la democracia puramente electoral. Pero al menos desde los ochenta saben que la democracia electoral es una condición necesaria, aunque no suficiente, de una vida plenamente democrática. ¿Qué sucedería si los sectores más recalcitrantes de la derecha antipopulista se convencieran y pudieran imponer la proscripción política de todo candidato con chances de derrotarlos? ¿Qué sucedería si el Poder Judicial se convirtiera –por ahora no lo es- en un mero apéndice de las derechas recalcitrantes? ¿Qué sucedería si sólo los candidatos y gobernantes de los partidos del establishment pudieran presentarse sin ser amenazados de persecución y encarcelamiento?

Mientras escribo estas líneas temo apresurarme. Por ello insisto en que hasta el momento esa línea no ha terminado de imponerse. Pero al mismo tiempo temo postergar estas líneas. Porque debe comprenderse que si eso que espero que no suceda llegara a concretarse, la derecha habría conseguido destruir la mayor de las conquistas de todos nuestros países en estas décadas: las elecciones libres. Tan asiduos a las metáforas históricas, otra figura clave aparece también en las redes ante cualquier amenaza de proscripción: el 17 de octubre. Es muy cierto que aquel día Perón fue liberado de la prisión militar por la movilización popular. Y que, como tantas veces, esa movilización consiguió justamente elecciones libres y transparentes, sin proscripciones.

Por eso mismo, esta nota no es ingenua. El alerta sobre la amenaza que implicaría ese avance antidemocrático de la derecha tiene una consecuencia de principios y política. Las fuerzas populares deben colocar la exigencia de elecciones libres, la liberación de presos políticos, la plenas garantías constitucionales, en el centro de su accionar en toda la región. Aceptar, como se ha hecho en muchos países, las decisiones de las urnas. Aprender de cualquier derrota. Pero nunca poner en duda que las elecciones libres son una conquista, una condición para cualquier otra conquista. Quien dude de ese principio, facilitará el camino para el plan de la derecha.

*Alejandro Grimson – Doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia. Investigador del CONICET y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM.

Fuente: La Tecl@ Eñe – Buenos Aires, 28 de julio de 2017

 

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