EEUU nunca ha sido una democracia: hoy impera una plutocracia/bancocracia/cibercracia – Por Alfredo Jalife Rahme

Por Alfredo Jalife-Rahme

En medio de la dislocación de EEUU, además de las fracturas internas de demócratas y republicanos y de las veleidades secesionistas del ‘Calexit’ demócrata y ‘Texit’ republicano, el 6 de enero resultó en un desastre electoral y estratégico para Trump cuando los demócratas arrancan una trifecta: Presidencia, Cámara de Representantes y Senado.

El mismo miércoles 6 de enero, fecha indeleble ya en la historia centrífuga de EEUU, que combate sus demonios internos en medio de su decadencia global, advertí que en las dos elecciones senatoriales para el desempate en Georgia y la reunión del Congreso, bajo la batuta del vicepresidente Mike Pence, para validar los votos del controvertido Colegio Electoral se jugaba el destino de EEUU cuando se desató la batalla por la Presidencia de 2024, mientras los republicanos luchan por el alma de su partido y los WASP (White AngloSaxon Protestant: Blancos Protestantes Anglosajones) por su supervivencia.

A cada quien su muy respetable prisma analítico, cuando lo que más me impactó del histórico 6 de enero, que catalogué como la “revuelta de los WASP”, fueron 4 situaciones en medio de una insurrección de los blancos partidarios de Trump y su muy vaticinada insurgencia:

  • La neutralidad, para no decir animadversión, del Ejército;
  • La demostración de fuerza de la cibercracia del GAFAM (Google/Apple/Facebook/Amazon/Microsoft) y su ominoso totalitarismo digitálico, que se dio el lujo de boicotear al presidente en funciones, pisoteando la Primera Enmienda de la supuesta sacrosanta Constitución;
  • La hostilidad de los partidarios de Trump contra los propagandistas mediáticos, cuando los WASP de Trump destruyeron las cámaras de filmación de las cadenas de televisión;
  • El alza antigravitatoria de la Bolsa de Valores, mientras se desgarraba el país.

Desde el punto de vista electoral, el 6 de enero resultó un tremendo fracaso para Trump ya que el Partido Republicano perdió los dos asientos senatoriales en disputa en el relevante estado de Georgia —que en el Colegio Electoral cuenta con solo 16 votos—, sumamente estratégico y que en el pasado había sido asiento de una revuelta de los Confederados cuya bandera fue ondeada durante el asalto de los partidarios de Trump al Congreso.

El Senado se encuentra ahora empatado en número entre republicanos y demócratas y puede ser desempatado por el voto constitucional de la vicepresidenta demócrata Kamala Harris, por lo que, de facto, el Senado pasa así bajo control del presidente Biden quien tendría así mayor margen de maniobra.

Se asienta una trifecta, donde el Partido Demócrata domina Presidencia, la Cámara de Representantes y el Senado, lo cual pone en tela de juicio su famoso “equilibrio de poderes” (checks and balances), que le ha otorgado estabilidad a un sistema hoy decrépito y disfuncional. A los republicanos les queda solo la mayoría de seis votos en la Suprema Corte, frente a tres de los demócratas.

Trump cometió un grave error estratégico al dar por sentado el triunfo de los dos senadores republicanos en Georgia, mientras se consagraba más a su proyecto individual presidencial para los próximos 4 años cuando cumpliría 78 años.

Hoy EEUU vive una gerontocracia de facto, que refleja la degradación de su sistema interno y externo: el próximo presidente católico Joe Biden cuenta con 78 años —al parecer padece déficit cognitivo, de acuerdo al médico de la Casa Blanca durante el mandato del presidente Obama—; la católica Nancy Pelosi tiene 80 años; y el saliente líder republicano bautista Mitchell McConnell ya cumplió 78 años.

Por primera vez en la historia de EEUU, con la salvedad de su Suprema Corte, prácticamente controlada por los WASP, sus principales poderes ejecutivo y legislativo no están controlados por los blancos, hoy partidarios de Trump, lo cual en sí representa toda una revolución interna.

Con la asombrosa derrota de los republicanos en Georgia, es probable que el demócrata israelí-neoyorquino de 70 años, Chuck Schumer, controle el Senado.

Trump pudo sortear todos los embates desde el primer día de su presidencia —donde resaltó un fallido primer impeachment (defenestración) por el fake russiagate (nota: ahora los demócratas preparan un humillante segundo impeachment a 12 días de su salida)— debido a la resiliencia del Partido Republicano que, a mi juicio, se desmoronó el 6 de enero cuando empiezan a surgir nuevos liderazgos rebeldes para intentar controlar el todavía popular trumpismo, pero ahora sin Trump.

El paleoconservador católico Pat Buchanan, connotado consultor de 3 expresidentes (Nixon/Ford/Reagan), expone la soledad valiente de Trump frente al Establishment, que hoy se puede equiparar al Deep State y que al final del día, al unísono de la cibercracia y Wall Street, sujetaron al presidente saliente que no tuvo más remedio que aceptar la transición ordenada, aunque no acuda en forma inusitada al juramento de Biden como presidente en funciones el 20 de enero.

Tampoco fue sorpresa el alza antigravitatoria de la Bolsa de Valores, cuando era más que público el apoyo de los gigantes tecnológicos del GAFAM, los giga y megabancos de Wall Street, Hollywood, y hasta de la NBA, donde predomina la musculatura deportiva de los afro sin contar el apoyo del general James Mattis, defenestrado por Trump, quien se adhirió sin tapujos a Biden.

Ya un mes antes de las elecciones del 3 de noviembre, el jefe de las Fuerzas Armadas Conjuntas, general. Mark Milley, advirtió que el Ejército no intervendría en la disputa electoral.

Llamó profundamente la atención el público pronunciamiento unánime de los 10 exsecretarios vivientes de Defensa del Pentágono, quienes sentenciaron que involucrar a los militares en disputas electorales “cruzaría un territorio peligroso”.

Entre los 10 firmantes —Ashton Carter, Dick Cheney, William Cohen, Mark Esper, Robert Gates, Chuck Hagel, James Mattis, Leon Panetta, William Perry y Donald Rumsfeld— dos fueron defenestrados por Trump —James Mattis y Mark Esper— y otros dos, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, conforman el núcleo duro de Baby Bush, quien llevó a la ruina militar a EEUU en Irak y Afganistán.

Con el apóstata Mitt Romney y el fallecido John McCain, constituye hoy la oposición interna al trumpismo, con o sin Trump, en el seno republicano lo representan Baby Bush, el apóstata Mitt Romney y la familia de John McCain.

El presidente saliente Trump se hizo de enemigos muy poderosos, quienes acabaron uniéndose en su contra.

Los 10 secretarios anti-Trump advierten a funcionarios civiles y militares —específicamente al secretario de Defensa en funciones, Christopher C. Miller, y sus subordinados— de no intervenir en el proceso de legitimación de Biden, ya que se harían responsables con, incluso, “castigos criminales” debido a las “graves consecuencias de sus actos sobre nuestra república” cuando los adversarios buscan tomar ventaja de la situación.

¿Se puede fracturar el Ejército de EEUU como reflejo de su segmentación étnica?

Cabe señalar que el Ejército de EEUU no es nada disímbolo de la taxonomía racista y religiosa que opera la Oficina del Censo y, en cuanto a los hombres se refiere, los blancos siguen constituyendo la aplastante mayoría con 70% de su composición, frente a 17,3% de latinos y casi 17% de afroestadunidenses. Resalta que ya los latinos, en su mayoría mexicanos, han superado en número a los afro.

EEUU nunca ha sido una democracia, salvo para sus propagandistas maniqueos. Hoy impera una mezcla de plutocracia/bancocracia/cibercracia.

Queda en el tintero la alta probabilidad de que Biden, con el fin de intentar unificar a su desgarrado país, se aventure a nuevas guerras en las periferias de Rusia y China.

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