Por Julian Humphreys
El vínculo maestro – discípulo es uno de los tantos que ha retrocedido y perdido valor a lo largo de los últimos años. Múltiples son las razones, pero podemos observar por ejemplo, que ya desde Descartes hay un quiebre, una desvinculación con los demás y el mundo, siendo la propia existencia lo que aparece como única certeza y todo lo demás se nos presenta como dubitable. Esta desconfianza genera que nadie pueda poner frente a uno ningún tipo de verdad y por ende la única posibilidad de pensar para el sujeto, debe ser la de pensar desde la nada, sin ninguna influencia del exterior.
El problema está, en que en la era de la irreverencia, el desinterés y el escepticismo obligatorio en la que vivimos, lejos de haber aprendido a pensar por sí mismo, la figura del maestro ha sido reemplazada por Wikipedia y por la idolatría a nuevos personajes llamados influencers, youtubers, coaches espirituales y cantantes de moda apologetas en muchos casos de los disvalores mas aberrantes: misoginia, consumismo, individualismo, violencia y drogadicción. Sin duda estos personajes, frutos de un capitalismo grotesco y nihilista, no acercan ni alientan a las personas a una búsqueda sincera de la verdad, sino que sirven como dispositivos distracción, repitiendo las ideologías de moda que son útiles al poder establecido. Este nuevo modelo del ídolo crea a su vez una idea de cómo se debe vivir la vida, es el éxito individual, lo que coloca a estas personas en la cúspide del escalafón social, siendo sus méritos la fama, el prestigio y el dinero, pero jamás la bondad de sus actos ni la profundidad de sus reflexiones.
Inevitablemente esta dinámica se retroalimenta con el surgimiento de espectadores, una especie de seres a la espera de novedades, incapaces de accionar en su propia comunidad, desvinculados de sus responsabilidades y estériles a la hora de pensar. Si pensamos en la Antigua Grecia, no por nada Platón hizo a Sócrates, su maestro, protagonista de casi todas sus obras, y Aristóteles que si bien en algún momento sentenciara la conocida frase “amigo soy de Platón, pero más amigo soy de la verdad” permaneció como discípulo del mismo con una gran humildad por aproximadamente 20 años.
Ahora bien ¿cómo debería ser un profesor y qué rol desempeña en esta búsqueda de la verdad? Creemos, por un lado, que quien enseña filosofía es distinto a quienes enseñan otras disciplinas, puesto que además de sentir amor por la misma, tiene que encarnar los valores que predica. La filosofía, es un compromiso vital y existencial.
Por otro lado, consideramos que un buen maestro debería ser una suerte de trampolín, alguien que nos proyecta más allá de nosotros mismos, para que atisbemos cuestiones (y por qué no verdades) que no estaban previamente a nuestro alcance, que no formaban parte de nuestro paradigma, debe ser alguien que nos saca en ocasiones de la caverna de la propia estrechez.
Sin embargo el maestro guía, pero no arrastra. Señala un camino entendiendo que no puede caminarlo por sus alumnos, nos despierta de la somnolencia para que podamos encontrar las respuestas. Lejos de desear la autoadmiración pone ante nosotros grandes pensadores e interrogantes, comparte sus reflexiones y señala el error en el caso de ser necesario. No por nada se consideraba Sócrates como una especie de partero, ya que ayudaba a que cada uno llegara mediante el dialogo, primero al reconocimiento de la propia ignorancia y luego al conocimiento de ideas sólidas. Agustín en consonancia con la imposibilidad de la transferencia directa de las cuestiones más fundamentales dijo “in interiore homine habitat veritas” (en el interior del hombre habita la verdad).
Es desde la admiración y el respeto que uno decide escuchar lo que el maestro tiene para decir, y desde la libertad la tarea de decodificar y hacer propios dichos saberes. Despertar el interés, sembrar la duda, transmitir valores y una conducta ética más elevada que la que circula son las tareas más difíciles que el maestro tiene que llevar a cabo en esta sociedad donde sobreabunda la información y escasea el conocimiento, donde el hedonismo nihilista es moneda corriente y la virtud es puesta en tela de juicio, donde la profundidad y la serenidad son rechazadas, siendo como antes mencionamos, signo del éxito y la felicidad solo aquellos que han conseguido la fama o el dinero.
Quisiera finalizar con unas palabras que George Steiner escribe en el epílogo de su libro “Lecciones de los maestros” y dice así: “El deseo de conocimiento, el ansia de comprender, está grabada en los mejores hombres y mujeres. También lo está la vocación de enseñar. No hay oficio más privilegiado. Despertar en otros poderes, sueños que están más allá de los nuestros, inducir en otros el amor por lo que nosotros amamos, hacer de nuestro presente interior el futuro de ellos, es una triple aventura que no se parece a ninguna otra. Es una satisfacción incomparable ser el servidor, el correo de lo esencial(…). Hasta en un nivel humilde, el de maestro de escuela, el enseñar, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilidad trascendente. Si lo despertamos, ese niño exasperante de la última fila, tal vez escriba versos, tal vez conjeture el teorema que mantendrá ocupados a los siglos. Una sociedad como la del beneficio desenfrenado, que no honra a sus maestros, es una sociedad fallida”.
A mis maestros, con
gratitud, por haber arrojado
luz, sobre lo que realmente
importa.
Julian Humphreys.