Los dichos de un tal Sócrates. Parte I – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Parte I

Amigo lector, lo voy a invitar a una aventura del pensamiento, reflexionar sobre algunas ideas que hemos heredado de alguien que demostraba con su conducta lo que afirmaba en sus prédicas: un tal Sócrates (470 -399 a. C.)​​​​. Fue un filósofo clásico griego considerado como uno de los más grandes, tanto de la filosofía occidental como de la universal. Fue maestro de Platón, quien, a su vez, tuvo a Aristóteles como discípulo, siendo estos tres los representantes fundamentales de la filosofía de la Antigua Grecia. En un pasaje del libro la República conocido como La alegoría de la caverna  su autor, el filósofo griego Platón (427-347 a. C) mediante una metáfora,  propone exponer sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento, entendido este en su sentido más amplio:

«Conocer implica adquirir nuevas referencias y significados sobre nuestra realidad en el mundo. Asociamos a menudo el conocer con aprender, comprender o saber algo. La palabra “conocimiento” deriva del griego “gnosis” que significa “conocer”. La gnoseología o teoría del conocimiento es la disciplina de la filosofía que estudia la posibilidad del conocimiento».

Platón sostenía que la realidad se presentaba como una dualidad, por lo cual el conocimiento, desdobla este objeto: lo que hoy llamamos realidad lo denomina Mundo Sensible (la Naturaleza) que es un mundo de apariencias, siempre mutables y, por ello imperfectas, del cual sólo podemos obtener opiniones (dóxa). Se le contrapone un Mundo Inteligible (el de las Ideas) en el cual podemos lograr el verdadero conocimiento (epistéme). Esta dualidad tiene un fundamento que parte de una concepción idealista que sobrevalora la realidad inmutable, como condición de lo realmente verdadero.

Platón desarrolla su teoría acerca de cómo se puede captar la existencia de esos dos mundos en los que se desenvuelve la vida humana: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) en el cual las cosas son cambiantes y el mundo inteligible (que es materia del conocimiento puro, sin intervención de los sentidos, Aristóteles denominó esto como la Metafísica: meta=más allá, física= Physis es la palabra griega que se traduce por naturaleza). Sin embargo, para sorpresa nuestra, ese debate que aparece en la Alegoría, tenía por finalidad definir cuáles son las condiciones exigibles a quienes deben ocupar un cargo político. Es decir: ¿qué tipo de hombres [[1]] había que elegir para que se hicieran cargo de los asuntos del Estado? Amigo lector no se asombre, este tema es muy antiguo, muy anterior a la democracia del siglo XIX. En esos debates, entonces, se acordó que hay dos clases de hombres: los que viven entre las sombras (las mayorías ignorantes) y aquellos otros, (muy pocos), que han tenido la posibilidad de acceder a la verdad que ilumina la luz del sol (traducido a un lenguaje actual: la realidad exterior tal cual debe ser vista desde los valores ideales de la perfección).

Llegados a este punto, amigo lector, ud. me preguntará: ¿había tantos hombres perfectos en Atenas? Por lo menos había algunos que se lo creían. La respuesta es evidente: no. Un pasaje de los debates expresados en La República de Platón, en los cuales Sócrates siempre ocupaba el papel central, se narra una anécdota muy interesante, al respecto:

«Cierta vez, uno de los discípulos de Sócrates, que quería tener certeza respecto de las palabras del Maestro le preguntó al Oráculo de Delfos [[2]] ¿quién era el hombre más sabio de Atenas? Para asombro de muchos, la sacerdotisa dio el nombre de Sócrates. Cuando el discípulo relató, en la reunión siguiente, lo que le había dicho, Sócrates rechazó esa afirmación y se tomó un tiempo para contestar. Recorrió las plazas y lugares de reunión en Atenas de la época, preguntando a aquellos que ostentaban ese título, quiénes eran sabios y todos aquellos que dicen serlo me contestaron que sí, ellos eran sabios. Cuando volvió a reunirse con sus discípulos les dijo: “El oráculo me ha escogido a mí como el más sabio entre todos los atenienses, porque yo soy el único que sabe que no sabe“».

No sólo el Maestro rechazó la calificación del Templo sino que dejó asentado que uno de los principios de la sabiduría era la humildad. Lo cual dejó definido como un principio del camino del saber es saber todo lo que se ignora. Dice de él la página www.algundiaenalgunaparte.com:

«Sócrates fue una especie de evangelista del razonamiento riguroso, iba por las calles de Atenas predicando lógica, como Jesucristo iría cuatro siglos después por las villas de Palestina predicando amor. Y lo mismo que Jesús, sin haber escrito en su vida una sola palabra, ejerció en el pensamiento humano una influencia que millares de libros no han podido superar. Sócrates conocía la virtud del valor por propia experiencia. Él nos enseñó que la buena conducta está siempre sometida a la razón, que todas las virtudes, en el fondo, consisten en la primacía de la inteligencia sobre la emoción. Solía decir: «Antes de que comencemos a discutir, decidamos cuál es el tema exacto de la discusión».

Tal vez las enseñanzas de Sócrates no hubieran dejado una huella tan honda en la humanidad si este predicador no hubiera muerto como mártir de sus ideas. Parece absurdo condenar a muerte a un hombre por el mero hecho de enseñar a los jóvenes “a pensar y argumentar con cierto rigor”. Sin olvidar los dos cargos que fueron formulados contra Sócrates: el de no creer en los dioses venerados por la ciudad  y el de ser “un corruptor de la juventud”. Los sectores dominantes temían que los jóvenes aprendieran doctrinas subversivas. Desde entonces los ricos temen a las ideas emancipadoras, otro tanto le sucedió a Jesús de Nazaret.

El verdadero conocimiento nos lo ofrece la vía de la razón, al estar basada en el ser y rechazar, por lo tanto, toda contradicción en los argumentos. Por lo demás, el ser es inmutable, por lo que el verdadero conocimiento ha de ser también inmutable. La verdad imperante no puede estar sometida a la relatividad de lo sensible. Quien predique el cambio social y político debe aprender de estos casos.

He aquí lo que yo creo entender de Platón: el mundo sensible [el mundo real exterior, lo que hoy denominamos realidad] es una apreciación de lo inmediato, pero para el filósofo ateniense eso no es la realidad real, lo último que se percibe, con la dedicación necesaria, es la idea del bien [el sol]; pero, una vez percibida, hay que deducir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas. Mientras que en el mundo visible rige la luz… en el mundo inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento. Entonces, siendo esto así: los que van a ejercer cargos públicos son quienes deben saber todo ello para proceder sabiamente en la vida privada o pública. A Platón no se le escapaba que esta exigencia rige también para el elector. Ahora se puede comprender por qué Platón exigía para ocupar cargos públicos ser filósofo.

[1] Hoy es necesario aclarar, para no ser acusado de “machista”, que las mujeres no participaban de la vida política.

[2] El oráculo de Delfos era un lugar sagrado donde se acudía para consultar a los dioses. Estos emitían un mensaje o respuesta que las pitonisas y/o sacerdotes daban en nombre de los dioses a las consultas y peticiones que los fieles les formulaban.

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