Por Ricardo Vicente López
Parte III
Recuperar la lectura de los documentos
La cultura moderna ha incursionado por un camino de preferencias por los resultados de los modos científicos y técnicos del saber, en los análisis y tratamientos de temas referidos al hombre. La fuerte presencia de las diversas ciencias sociales ha monopolizado estos tipos de estudios e investigaciones, siendo éstas herederas del paradigma newtoniano (aunque con culpas por sus incumplimientos). El resultado de todo ello ha sido el olvido de los hombres y mujeres de carne y hueso, en su condición de ser únicos e irrepetibles. La tradición judeocristiana ha colocado siempre a ellos en el centro de sus preocupaciones y reflexiones.
Se trata entonces de retomar aquella tradición para pensar a partir de los hombres y mujeres concretos, en sus pertenencias a colectivos comunitarios (hasta el siglo XVIII). Más tarde, la presencia de los estados nacionales y la formación de los pueblos con culturas propias, van a dar otras formas a la conciencia colectiva. Consolidar, entonces, las herencias aproximando sus estudios a formalizaciones científicas que se alejen de las rigideces del positivismo. Esto posibilitará no perderse en la maraña estadística que termina enredándose en elucubraciones teóricas abstractas. Así se podrá arriesgarse en intentos nuevos y prometedores por los caminos utópicos.
Se torna imprescindible, entonces, recuperar los conceptos que quedaron expuestos en los documentos de la Iglesia y en la voz de muchos de sus representantes a lo largo de siglos. Podremos encontrar, en muchos de ellos, ideas, conceptos, prácticas sociales, que deben ser estudiadas y reflexionadas para la reconstrucción de un mundo más vivible. Por otra parte, y a esto le atribuyo mucha importancia, saber que el comportamiento de los hombres y mujeres que nos antecedieron mostraron sentimientos, actitudes de solidaridad, colaboración y apoyo mutuo, que desmienten la idea del salvaje originario que la cultura moderna publicitó como justificación de la guerra de todos contra todos [1].
Un tema central, para comenzar a pensar la cuestión social y política, es el concepto y la función de la propiedad privada. La claridad que se puede encontrar en la tradición judeocristiana, en el tratamiento de esa problemática, ha sido olvidada a lo largo de la historia. Sin embargo, se ha mantenido con mucha coherencia doctrinaria, por lo cual merece ser recuperada. Su olvido, sobre todo por la recuperación que hizo la burguesía de los siglos XVI y XVII en adelante del derecho romano, ha sido el origen de tantas injusticias,. Tal vez, esto pueda convertirse en un descubrimiento y sorprender a muchos.
Es por ello que todo ese caudal doctrinario debe separarse y contraponerse a las interpretaciones y comportamientos políticos de las jerarquías, tantas veces alejadas de lo que se sostenía en las expresiones documentales. El teólogo católico José Sols Lucia [2], lo plantea con claridad:
«Pocos conceptos del discurso social cristiano han recibido un grado tan alto de manipulación colectiva como el de “propiedad”. La práctica eclesial ha acabado siendo a menudo el polo opuesto a lo formulado en sus escritos oficiales de Doctrina Social, no digamos ya a lo formulado en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Al mismo tiempo, la inmensa mayoría de los católicos no tiene ni remota idea de lo que la Iglesia ha estado afirmando acerca de la propiedad durante veinte siglos. ¿Por qué tanta ignorancia precisamente en este punto? ¿Por qué tanto silencio? ¿Por qué tanta incoherencia?…»
El Doctor Sols Lucía demuestra una claridad conceptual que aleja toda duda posible. Además sus preguntas abren un amplio campo de reflexiones que adquieren hoy una mayor importancia. Leamos las respuestas que propone:
«De entrada, resulta significativo que, al decir “propiedad”, nos salga espontáneamente decir, como si de una sola palabra se tratase: “propiedad privada“. Parece que la propiedad sólo pueda ser privada, que nos cuesta imaginar otros tipos de propiedad. Pues resulta que hay muchos tipos de propiedad, y la privada sólo es uno de ellos. Que unamos “propiedad” a “privada” forma parte de la manipulación semántica en que vivimos».
Vamos a seguir, en estos primeros pasos, a este teólogo para mostrar los contenidos doctrinarios que tantas veces confrontan con “la práctica eclesial” y que dan lugar a las preguntas que él formula. Lo que puede parecer sorprendente es que si nos ciñéramos a la exposición de las afirmaciones doctrinarias de la Iglesia, respecto del concepto de propiedad, esto podría resumirse en pocas líneas. Sería suficiente citar algunos documentos para demostrarlo. Para poder aclarar este tema, aporta ya un camino iluminado de nuevas ideas que comienzan a sacarnos del pantano ideológico en que nos encontramos atrapados.
Es que el problema no radica en las declaraciones doctrinarias sino, como afirma el profesor, «en su disolución en la realidad histórica». Por ello, como aporte al conocimiento para un tipo de lector que no ha tenido acceso a esta literatura, voy a citar textos que abarcan más de treinta siglos de historia: desde lo escrito en el Antiguo Testamento (siglo X a. C.), pasando por los Evangelios (siglos I y II d. C.), las expresiones de los llamados los Primeros Padres de los siglos II al IV de nuestra era, hasta los últimos documentos del magisterio eclesial. Trataré de convertir esto en un texto llevadero, para no perder la riqueza que no debe quedar sepultada.
Debo volver a afirmar, para evitar erróneas interpretaciones, que el propósito de estas páginas es aportar, desde una perspectiva de la filosofía política, un análisis de los diversos textos de la historia de la Iglesia y de sus antecedentes hebreos. Recurrir a esos textos no pretende más que sacar a la luz contenidos fundamentales del pensamiento social que pueden aportar conceptos y criterios novedosos, a pesar de su antigüedad, para analizar y revisar los problemas sociales, políticos, económicos, culturales, etc., de nuestra realidad de hoy. Estos fueron pensados en otros tiempos, pero guardan una sabiduría vigente que no debería ser desaprovechada.
Al comenzar por el Antiguo Testamento debemos tener en cuenta que sus partes han sido escritas en un periodo que va desde el siglo X hasta el I a. C., recogiendo una larga tradición oral de más de diez siglos anteriores. Es una serie de documentos históricos, dentro de los cuales se puede encontrar una narración de la historia del pueblo hebreo, sin perder de vista que se expresan en las formas literarias de una época muy distante de la nuestra que impone la exigencia de verificación documental. Hay en ellos diversos géneros literarios que deben ser leídos como tales. Debemos dejar de lado las exigencias de un lenguaje inexistente entonces. Sin embargo, el esfuerzo de comprensión para recuperar lo trasmitido, nos posibilitará un acceso a la vieja sabiduría. Para ello debemos despojarnos de los prejuicios cientificistas de nuestra época.
El pensamiento social en los textos bíblicos
El relato de los primeros libros tiene como fondo histórico hechos acontecidos en el siglo XIII a. C. cuando llegan las Tribus a la Palestina huyendo de la esclavitud en Egipto, más otras del Oriente Medio. Una síntesis de Wikipedia lo relata así:
«El asentamiento de los cananeos (pueblo que junto a los filisteos están en el origen del pueblo palestino) en la tierra que se conoció como Canaán, y que luego se llamaría Palestina, tuvo lugar entre el 3000 y el 2500 a. C. Los jebuseos, una de las tribus cananeas, levantaron allí un poblado al que llamaron Urusalim, (Jerusalén), «ciudad de la paz». Hacia el año 2000 a. C. pasó por Palestina otro pueblo semita nómade, los hebreos, conducido por Abraham. Siete siglos más tarde, volvieron, procedentes de Egipto, doce tribus hebreas conducidas por Moisés. La ocupación de esas tierras dio origen a violentos combates por su posesión».
Una vez instalados en las nuevas tierras se establecieron normas que fueron escritas en los primeros textos respecto de la parcelación y distribución de la tierra, según la síntesis que se puede leer en www.san-pablo.com.ar:
«Respecto al desierto, de donde vienen, la tierra prometida significa el descanso. Comparada con Egipto, donde los israelitas no tenían nada, Palestina es tierra de propiedad y de vida. La tierra prometida es entregada como totalidad al pueblo entero. La propiedad colectiva es el dato primario. El pueblo entero tiene derecho a poseer la tierra entera y a vivir de ella. Para realizar este derecho, la tierra se reparte según las divisiones del pueblo: tribus, clanes y familias. Por eso cada propiedad es llamada “lote” porque es participación de un total. Por eso también se ha de evitar en el reparto todo favoritismo y privilegio. Es el Señor el que determina la distribución por medio de “las suertes”. Cada propiedad se denomina también “heredad“».
Nosotros, hombres de la Modernidad, hemos sido formados en la cultura burguesa que ha naturalizado sus valores y sus prácticas sociales. Todo ello se ha sostenido en el individualismo egocéntrico, y en la idea de que la propiedad privada burguesa es la forma natural de propiedad y única posible. Introduzco este comentario como un llamado al esfuerzo de salir de ese microclima social, para aventurarnos a pensar en otras dimensiones éticas. Sigamos leyendo:
«Es el terreno en el que se arraiga la familia y por ello no debe ser vendido. Se transmite de generación en generación, de modo que la heredad es herencia. La norma bíblica de posesión de la tierra no es el egoísmo de cada uno. Ni la capacidad económica. Sino la necesidad de cada familia: a más bocas que alimentar, más tierras debe tener. Se puede apreciar que en esos primeros tiempos la tradición comunitaria prevalece como criterio de la adjudicación y uso de la parcela de tierra que le haya correspondido».
Esta afirmación que aparece en el libro del Éxodo era el marco conceptual desde el cual se pensaba la relación de las personas, individual y colectivamente, con los bienes naturales:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo… Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla».
En este antecedente queda claro que se entregó todo a los hombres, genéricamente, sin exclusión. Se puede sintetizar en la expresión: «La tierra es promesa de Dios». La lectura de los textos bíblicos no debe interpretarse como historias reales. Son textos que guardan valores de la tradición del pueblo que contiene referencias históricas en las que apoyan su relato y las normas de convivencia.
De allí se entiende mejor la afirmación del profeta Ezequiel que da muestra en su palabra del compromiso fraterno que debía reinar:
«Esta tierra prometida con juramento por mí a sus padres, todos la poseerán igualmente, cada uno lo mismo que su hermano».
Cada propiedad se denomina también “heredad”. Es el terreno en el que se arraiga la familia y por ello no debe ser vendido. Es por ello herencia, es posesión pero elimina la posibilidad de la propiedad absoluta que permite hacer con ella todo tipo de negocios. Este modo de la propiedad aparecerá muchos siglos más tarde. En la página web citada se agrega:
Durante aproximadamente 250 años (1250-1030 a.C.), estas características del sistema tribal israelita fueron vividas con altos y bajos por el pueblo. No llegaron a realizar plenamente el ideal de este tipo de sociedad. Con todo, llegaron a realizar buena parte del programa.
La implantación de la monarquía en Israel perjudicó el sistema igualitario por el que luchara el pueblo. Será papel de los profetas despertar la memoria de los ideales de esta sociedad. El Reino unificado de Israel duró aproximadamente un siglo (1030-931 a. C.). Tres fuertes personalidades ocupan el trono: Saúl, David y Salomón. Bajo Saúl, la monarquía israelita era un pequeño estado local. Tal vez, la excepcionalidad de la forma social comunitaria en un territorio rodeado de reinos obligó a asumir una estructura piramidal, más militarizada.
[1] Sugiero la lectura de El hombre originario Parte I – en la página www.ricardovicentelopez.com.ar, para ver un panorama más amplio del tema.
[2] Es Doctor en Teología (Centre Sèvres, París) y Licenciado en Historia Contemporánea (Universidad de Barcelona). Es Director de la Cátedra de Ética y Pensamiento Cristiano del IQS (Universidad Ramon Llull, Barcelona), miembro del Centro de Estudios «Cristianismo y Justicia».