La guerra mediática es la continuación de la guerra militar por otros medios. Parte IV

Por Ricardo Vicente López

Parte IV

El tema que estamos abordando ofrece muchas dificultades para la comprensión simple de un ciudadano de a pie. Su formación media está lejos de este tipo de temas. Por otra parte, sus valores humanos lo obligan a resistir que se puedan hacer cosas como la manipulación de personas. Eso habla bien de la moral media de nuestro pueblo. Pero, es precisamente, a personas como él que debemos llegar para aproximarnos al desvelamiento de las técnicas de manipulación de esa opinión masificada. Por ello le voy a proponer, amigo lector, un comentario sobre alguna de las experiencias que se han venido realizando en los EEUU, país de origen de estas investigaciones. Especialmente, después de que Adolf Eichmann [1] fuera juzgado y sentenciado en Israel en 1961.

Después de los interrogatorios, muchos de los presentes en el juicio se sintieron decepcionados ante la imagen que ofrecía el acusado, en contraposición a lo que se había publicado respecto de él: un monstruo nazi. La filósofa alemana, de origen judío, de un importante prestigio académico: Hannah Arendt (1906-1975) quiso asistir al juicio para intentar comprender la mentalidad de tal personaje. Fue muy grande su sorpresa respecto de ese “supuesto monstruo”, que en realidad mostró no ser más que un gris funcionario de bajo nivel, que simplemente cumplía órdenes, según declaró. Ella acuñó el concepto: La banalidad del mal, como concepto para describir la conciencia de ese personaje.

El tema que entonces aparecía como un gran interrogante era el de la obediencia: ¿hasta dónde podía  llegar? Uno de los que se sintió atraído por el tema fue el Profesor Stanley Milgram (1933-1984), Psicólogo en la Universidad de Yale, quien diseñó un experimento (un tanto escabroso) como instrumento de investigación, conocido como el Experimento Milgram. Esto es una prueba más de lo que yo he afirmado en notas anteriores: el tema de la manipulación de la opinión pública ha sido estudiado, desde comienzos del siglo XX, en las universidades estadounidenses.

El Profesor Milgram describió el experimento en su artículo Los peligros de la obediencia (1974) con estas palabras:

«Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona, simplemente porque se lo pidieran para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) para hacer daños a otros. No fue un límite los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos que participaron. La autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio».

Una breve descripción del experimento es la siguiente: El profesor lo ideó de este modo: a los voluntarios se les dijo que iban a participar en un ensayo relativo al estudio de la memoria y el aprendizaje, cuando en realidad se trataba de una investigación sobre la obediencia a la autoridad.  Le dice al participante que va a manejar los controles del aparato eléctrico: “su misión es ir subiendo la descarga eléctrica en la medida en que yo se lo pida”. Quien está recibiendo las descargas es un actor sentado en una silla, que simula ser una silla eléctrica, pero el ejecutante no lo sabe. El actor irá simulando cuanto lo afecta cada descarga. Así, a medida que el nivel de descarga aumenta, el actor comienza a gritar, golpear en el vidrio que lo separa del Profesor, luego aullará de dolor. Pedirá el fin del experimento, cuando la descarga alcance los 270 voltios. Quien maneja los controles no está oyendo esos gritos, sino que recibe una grabación de gemidos y gritos de dolor. Cada vez que el responsable del aparato se detiene, el Profesor le dice “continúe, por favor”…. “El experimento requiere que usted continúe”… “es absolutamente esencial que usted continúe”.

Los resultados de la experiencia se compararon luego con las respuestas que habían recogido de las encuestas realizadas previamente en alumnos de otros cursos, y a otras personas. Todas ellas desconocían el experimento que se iba a hacer, contestaban sobre una posibilidad teórica. Los resultados previos que recogió el equipo de Milgram estimaron cuáles podían ser los resultados: imaginaron que el promedio de descarga se situaría en 130 voltios, momento en el cual el investigador debería detener el proceso, si se sobrepasaba esa descarga.

El desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65 % de las personas que participaron como ejecutantes en el experimento, en la creencia de que se traba de una investigación científica, administraron descargas hasta la intensidad de los 450 voltios, aunque muchos al hacerlo se sintieran en una situación muy incómoda.  Ningún participante se detuvo en el nivel de los 300 voltios, límite en el cual el ejecutante dejaba de recibir señales de vida. La experiencia fue repetida por otros psicólogos de diversos lugares del mundo, a veces con diversas variaciones en el experimento.

La experiencia perturbó al equipo de Milgram, no era esperable que se hubiesen obtenido estos resultados. A primera vista, la conducta de los participantes no revelaba tal grado de sadismo. Todos se mostraban nerviosos por el cariz que estaba tomando la situación. Al enterarse de que en realidad la cobaya humana era un actor y que no le habían hecho daño, suspiraron aliviados. Por otro lado eran plenamente conscientes de haber sido capaces del supuesto dolor que habían estado infligiendo.

En 1999, Thomas Blass, Profesor de la Universidad de Maryland, publicó un análisis con todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes superiores se situaba alrededor del 66 %, sin importar el año de realización ni la localización de esos estudios. El posterior experimento Zimbardo en la Universidad de Stanford era aterrador en sus implicaciones, dado el peligro que amenazaba avanzar sobre el lado oscuro de la naturaleza humana.

Los experimentos analizados corresponden a una corriente de la psicología, dominante en los Estados Unidos, con un peso muy grande de los modelos de laboratorio. Están en un punto muy distante de las investigaciones del doctor Sigmund Freud (1856-1939). Éste revolucionó el mundo con la propuesta del modelo de investigación: tratamientos personales. Esa propuesta del investigador austriaco generó un rechazo muy extendido, ya que sus investigaciones no se sometían a los cánones del paradigma newtoniano, casi sagrado en el campo científico de esos tiempos. Las condiciones de laboratorio exigidas restringen las posibilidades de avanzar sobre objetos de investigación que no aceptan tales rigideces y que no admiten la matematización [2] de las variables. Esto es especialmente impracticable en al estudio de públicos masificados.

Creo que esta es la razón por la cual los psicólogos estadounidenses se limitaron a situaciones controlables con muy pocas personas en ambientes cerrados. La expresión del Doctor Philip Zimbardo, de la Universidad de Stanford, realizado en 1971, acerca de los riesgos que había que afrontar. Flotaba la advertencia  del  “peligro que amenazaba tocar el lado oscuro de la naturaleza humana”. Eran riesgos que no debían asumirse. Freud, por el contrario, se aventuraba en esas zonas desconocidas de la conciencia humana, hasta entonces.

El experimento Zimbardo [3] se desarrolló en la cárcel de Stanford, en el que proponía investigar la influencia de un ambiente extremo de encerramiento: la vida en prisión, las conductas desarrolladas por el hombre, dependiente de los roles sociales que desarrollaban en esas condiciones. Se ha dicho que el resultado del experimento demuestra la impresionabilidad y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y el apoyo institucional.

Voy a dejar atrás estos experimentos, que no aportaron a las preguntas que se hacía el establishment estadounidense sobre el comportamiento de las masas en situaciones de conflicto. Pasamos ahora al análisis de los aportes del Doctor Edward Bernays, de mucha más importancia.

[1] Oficial en el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

[2] Aplicar métodos matemáticos a una disciplina.

[3] consultar en Experimento de la prisión de Stanford