Por Ricardo Vicente López
¿Lo que aprendí de tu mano/ no sirve para vivir?/
Yo siento que mi fe se tambalea,/
que la gente mala, vive /¡Dios! mejor que yo…!
-Enrique S. Discépolo (1939)
El tema que le voy proponiendo, amigo lector, no es nada sencillo, está plagado de pequeñas dificultades que, por ser pequeñas no son menos dificultosas. Si conseguimos que el tema lo atrape lo suficiente como para poner su voluntad en superar algunas de esas dificultades, que en realidad no son insalvables, creo que sentirá que su capacidad de comprender se va ensanchando, sus ojos comienzan a ver lo que antes se le escapaba. Su conciencia se atreverá a incorporar temas y problemas que Ud., poco antes, no hubiera imaginado que eso fuera posible. Es, desde esta nueva actitud, que debemos asumir las incertidumbres que se nos presentarán al desprendernos de las viejas y ya vetustas certezas.
En este nuevo camino se impondrá el afrontar todas las preguntas que se nos crucen, aun a riesgo de no encontrar todavía todas las respuestas necesarias. Pero comenzando a reconocer ya que la presencia interpeladora de la pregunta, al mismo tiempo que nos zarandea, nos está ayudando a crecer interiormente. Le propongo sumergirnos en esta temática con la conciencia clara y explícita de que ninguno de nosotros debemos proponernos esta tarea, solos. No somos los más indicados para conducir esta batalla. Sin embargo, en el ejercicio de enfrentarlo juntos, nuestra capacidad de lucha se potencia. Yo asumo el compromiso de caminar a su lado, como un simple soldado más, con la responsabilidad de aportar a esta lucha ideológica todo aquello que esté a mi alcance y pueda ser útil para otros.
Esta nota, y las que seguirán, debo confesar que tiene las limitaciones de ser nada más que eso: notas periodísticas (siempre que aceptemos que el periodismo actual parece estar muy lejos de abordar temáticas de este calibre, por lo cual intento rescatar aquel periodismo que ejercían las mejores plumas del momento, para lo cual procuraré no defraudar). Este fue uno de los problemas que tuve que resolver para mí: ¿los medios de comunicación son aptos para abordar una problemática de tal envergadura? ¿los lectores de ellos están dispuestos a asumir esa lectura? ¿son estos los tiempos para abordar temas como los planteados? No tengo las respuestas. Me dije que debería intentarlo y aquí están. El juicio será de quien me lea.
Son, por lo general, respuestas a algunos temas publicados bajo la forma de “noticia”, con todas las limitaciones que ese concepto tiene hoy: ser intempestiva, evanescente, superficial, inconsistente, etc. Pero, al intuir que había por debajo de ellas temas y problemas que afligen a los hombres y mujeres de este tiempo, esas noticias se me presentaron como buenas excusas que me permitirían desarrollar algunos temas que me parecen necesarios. Son temas que, tantas veces he abordado en mis clases universitarias, pero que hasta hoy no las había volcado sobre el papel (expresión fuera de época) o publicado. Tomé estas respuestas como una oportunidad que se me presentaba para esbozar algunas ideas que aspirarán a convertirse en algún tipo de respuestas a interrogantes del hombre de hoy, sean estos explícitos o implícitos.
Una aclaración más. He elegido, en gran parte, el debate desde el terreno que quedó abierto a partir de los aportes de las ciencias: la cosmología, la antropología, de la naturaleza, la física, etc. por los aportes de los últimos siglos (fines del XIX, XX y XXI). Todo ello ha conseguido borrar viejos límites rígidos que separaban en campos irreconciliables de sus conocimientos. Hoy, como veremos, la cosmología se aproxima a la teología, y viceversa; la psicología profunda ya no contradice tajantemente la vieja sabiduría judeo-cristiana; la biología molecular abre cuestiones que no desdeñan las viejas respuestas, aunque traducidas a un lenguaje accesible, etc.
Por tal razón he pretendido mantener el debate dentro de una razonabilidad compartible, sobre todo traduciendo a un lenguaje al alcance del ciudadano de a pie. Esto no significa que todo quede explicado y resuelto, sino que los interrogantes, aun mantenidos como tales, adquieran la capacidad de abrir nuevos caminos a recorrer desde un conocimiento abarcador de la mayor parte de esta problemática. El diálogo inter-cultural, el inter-religioso y el inter-ideológico, están dando pruebas de ello.
Lo que intento con estas líneas es poner al alcance de Ud., amigo lector, que no habitúa recorrer las páginas de este tipo de lectura, alguna bibliografía publicada por muy serios investigadores de la historia, de la hermenéutica, de la exegética, de la arqueología, etc. que han logrado, dentro de lo posible, una reconstrucción inteligible que nos facilite adentrarnos en algunos senderos de lo que podríamos denominar los temas más difíciles. Muchas veces lo son más por el modo de presentarlos, el uso de la jerga profesional, que se niega a hacer el esfuerzo de hacerlos accesibles para todos aquellos no iniciados en esos estudios.
Respecto a los temas de la espiritualidad deberemos lidiar con los que se nos cruzan, como la charlatanería obtusa, con pretensiones de profundidad; los productos de los mercachifles que ofrecen bijouterie espiritual de fantasías: todo ello no permite acceder a una literatura más seria que queda opacada u oculta, lejana del alcance del ciudadano de a pie. Uno de mis esfuerzos se centrará en resolver esta dificultad, poniendo al alcance de muchos lo investigado y escrito por personalidades de gran sabiduría. Por ello, Ud. se encontrará que cuando cito a alguien que me parezca merecerlo, irá acompañado por los méritos académicos acumulados, para diferenciarlo de los doctores del chamuyo chato y berreta que abundan en los medios de hoy.
La esperanza frente al escepticismo
En los momentos de la historia del hombre en los cuales los sistemas culturales de sus pueblos comenzaron a mostrar claros síntomas de decadencia afloró una duda corrosiva. Esta duda tenía una razón de ser: el desencantamiento por haber creído en la universalidad y eternidad de las verdades que sostenían todo el andamiaje de sus modos de vida, sus creencias, proyectadas sobre el horizonte de sus existencias. Sin embargo, el derrumbe de esas convicciones, ha permitido ver que aquellas verdades eran funcionales a un momento histórico del proceso constitutivo del hombre y que, como tales, fueron necesarias para atravesar esa etapa.
Cada pueblo, con sus más y sus menos, pensaron un proyecto de hombre y construyeron las formas institucionales que posibilitaran su desarrollo. Éstas cumplieron su cometido dentro de las contradicciones que los intereses enfrentados manifestaron como modos de acelerar u obstaculizar el avance de esas culturas. Esto ha podido verse con mucho más claridad a partir de la aparición de la sociedad de clases (hace aproximadamente unos 8.000 años para la historia de occidente). En ellas una clase dominante intentó imponer sus privilegios, por la seducción o por la fuerza. De las investigaciones de esas formas sociales, el análisis histórico de la agudeza de Carlos Marx lo sintetizó en esta frase: «Las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante».
En los momentos de cambio, los sectores sociales que lo impulsan requieren una fe en los valores que postulan. Esos sectores, enfrentados al poder dominante, coincidiendo en su propósito de liberarse de los opresores, no acompañan el proyecto y encarnan en sus vidas esos modos de ver y actuar en su mundo. Una nueva espiritualidad reemplaza a la anterior que ya ha perdido su valor. Para no ir mucho más atrás, pensemos en la Revolución francesa (1789) (igualdad, libertad, fraternidad) levantan banderas de liberación y todo un pueblo se alineó tras ellas. No mucho tiempo después se verifica que los ideales de ese proceso, liderado por la burguesía, se agotaban en satisfacer sus intereses particulares.
La posguerra europea, con un costo altamente inhumano, empieza a develar cuáles son los intereses que predominan y a quienes responden las ideas que circulan en esa sociedad. La frustración se expresa en la decadencia de Europa que exporta hacia el mundo la idea de una posmodernidad cargada de nihilismo, un cansancio en el alma colectiva, desazón, desesperanza. (Si bien ello no es todo, no puedo entrar en más consideraciones en este momento).
Debemos preguntarnos entonces: ¿Es cierto que la historia es cíclica y que todo vuelve a repetirse o es sólo el estado de ánimo de esa cultura lo que la lleva a recuperar esas ideas de los griegos clásicos? (Friedrich Nietzsche 1844-1900). Frente a esa mirada desconsolada siempre estuvo disponible, desde hace unos dos mil años, una utopía de un mundo mejor. La dialéctica histórica entre la desolación y la esperanza acompañó la historia de la cultura occidental. Y si en una primera aproximación pareciera una simple repetición, la propuesta de J. G. F. Hegel (1770-1831) nos iluminó con la imagen de una espiral que avanza con momentos que parecieran ser los mismos pero que se colocan en un escalón superior.
No deja de ser cierto que ha habido, y todavía subsisten, Dogmas y paradigmas de la era moderna como se ha contado. Algunos de esos dogmas tienen todavía una fuerza arrolladora que conlleva la fe en un mundo mejor, en la dignidad que se le debe a cada ser humano, y en la necesidad de una igualdad equitativa que supere tanta injusticia. Son valores incumplidos. Y sólo es posible llevarlo adelante amparados por una fe de hierro en que otro mundo mejor es posible. El escepticismo que encierra la afirmación de que no existe la verdad o que todas las verdades velen lo mismo, es totalmente funcional a quienes pretenden detener las ruedas de la Historia para congelarnos en este presente de privilegios para pocos e injusticia para muchos.
Por tal razón no puedo acompañar las desilusiones de tantos que caen en el escepticismo, en estados melancólicos. Mis convicciones se vuelcan en estas notas. Además lo hago para que no quede en el espacio mediático sólo la voz que trasmite tanta desesperanza a lectores que pueden verse reflejados y atraídos por sus palabras. La desesperanza hace bajar los brazos. Cuando ello ocurre los poderosos del mundo aplauden. Afirmar que «La fe, por ser ciega, es creadora de fanatismos porque ella es hermética» es desconocer que no hay un solo tipo de fe y que la historia fue escrita gracias a la existencia de esas otras formas de la fe. Es cierto y no debemos negarlo que: «La verdad que adoptamos, desde suelo latinoamericano, es creadora de conflictos porque ella es intransigente con la injusticia para las mayorías». Es la verdad de los pueblos que buscan su liberación.
La verdad existe pero muchos son los caminos que nos pueden llevar hacia ella. La relatividad se presenta en las diversas miradas que la buscan, no pertenece a la verdad misma. Sostener que «La duda, por el contrario, es indulgente porque ella es libre, ella indaga, ella explora y prueba que toda verdad de ayer es la mentira de hoy, y toda verdad de hoy es la mentira de mañana», contiene una parte de verdad puesto que rescata el valor de la duda en la persecución de los mejores caminos de acceso a ella, pero cuando la duda se enseñorea en nuestro espíritu corroe como un poderoso ácido, atenta contra la vida que siempre es proyecto, esperanza, deseo de un mañana mejor.
Sin olvidar, que todas estas diversas manifestaciones del proceso histórico son acompañadas por una espiritualidad que encarna las ideas, los valores, los proyectos, las esperanzas de todos aquellos que vivieron esos acontecimientos.
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