La autodestrucción de Occidente: crisis sanitaria, alimentaria, energética y guerra global – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez*

¿Extremadamente estúpidos o malvadamente inteligentes? Esta pregunta es la clave para comprender que está sucediendo en el mundo hoy y hacia dónde vamos. Por supuesto que estas preguntas están apuntadas específicamente a quienes tienen a su cargo la responsabilidad de la toma de las grandes decisiones.

El mundo nunca ha tenido tanta tecnología y capacidad de generar riqueza que mejoren la calidad de vida de las personas. Sin embargo, nunca ha estado en una situación tan desigual como la que estamos atravesando, pero para empeorar el cuadro, en una franca caída de todos los índices que pueden medir el bienestar ciudadano.

Indudablemente, las medidas que se han tomado al menos en los últimos años son absolutamente desacertadas. No es un tema de una opinión personal sino una mirada objetiva. La expectativa de vida, la calidad de la misma, la población que se suma a la pobreza, la caída de la clase media, la calidad de los alimentos, de la salud, la crisis de los sistemas previsionales, la caída del consumo, todo se desploma.

Bien haríamos en este punto en hacer un parate, para observar que en regiones como el Asia Oriental, el crecimiento ha contrastado con Occidente. Claro, también, que han tenido políticas de desarrollo diferentes a las de este, más aún, se han centrado en cuestiones que en esta parte del planeta ya no son tema público y nadie de quienes nos dirige, menciona, como por ejemplo, los planes de desarrollo.

Occidente ha visto centrarse en planes de energía pretendidamente limpia, políticas de igualdad de género o racialidad, y otras cuestiones que poco o nada tienen que ver con un plan que desarrolle la economía, mejore el acceso al consumo racional o redistribuya riquezas hacia las grandes mayorías.

Los resultados entonces, como veníamos diciendo, han ido de mal en peor.

El declive se venía produciendo desde hace décadas, tal vez, pero si tomamos un punto de aceleramiento podemos situarnos al inicio de la pandemia de covid-19. A partir de allí comenzó una caída acelerada que debemos examinar con detenimiento para analizar causas y consecuencias.

El inicio de la pandemia fue altamente confuso, al igual que la información sobre sus razones. El virus original de SARS-COV2 fue presentado como fruto de una mutación natural que muchos aprovecharon para vincular con la destrucción de la naturaleza e inclusive con una venganza de la Madre Tierra, ese concepto que en Occidente viene reemplazando a Dios. La creencia de que la idea de Dios es una idea mágica propia de seres primitivos que ha sido aprovechada para el control por parte de los poderosos, se reemplaza entonces por la de la Madre Tierra (u otras denominaciones del mismo estilo), pretendidamente científica y seria.

Claro que a poco de andar, comenzaron a conocerse otras circunstancias que bien podían haber influido también. Desde juegos militares en Wuhan donde participó el ejército de los EE. UU., hasta la financiación del complejo farmacéutico de los EE. UU. ligado al Pentágono con ensayos con virus de esa familia, hubo información para todos los gustos. 

El pangolín fue perdiendo protagonismo a medida que lo ganaron los cientos de laboratorios que el Pentágono sostiene en las fronteras de Rusia y China. Las posibilidades de que el virus en realidad sea sintético son muy altas, solo el debate se centra sobre si hubo un escape accidental o fue en definitiva una acción de guerra biológica.

Sea cual fuera la realidad, los resultados han sido catastróficos. Las medidas de contención, que han sido tomadas, no solo no contuvieron la infección, sino que pusieron un freno a la economía y agravaron al máximo la tensión en el sistema sanitario.

Medidas contradictorias, incoherentes, nocivas, impracticables, fueron una excusa perfecta para poner en marcha un manejo de la información en medios y redes francamente censuradas, mientras se tomaban medidas sobre derechos básicos de acceso al desplazamiento, al trabajo, a la actividad física y a innumerables esferas de la vida privada. No podemos tampoco olvidar la vacunación compulsiva con un producto cuya aptitud no ha sido verificada, según los dichos de la propia Pfizer.

A pesar de ello, nuestra dirigencia optó por la vacunación obligatoria aun sin saber si eran seguras o eficaces. Por si esto no fuera suficiente, se persiguió a quienes no querían ser objeto de experimentación. Muchas personas viendo el incremento de muertes por distintas patologías entre los vacunados, quienes se contagiaban de igual modo y evolucionaban de la misma manera que los no vacunados, sino peor, decidieron no utilizar esas vacunas, especialmente las de tecnología ARNm.

El sistema de salud colapsó, muchas enfermedades quedaron sin control rutinario e hicieron verdaderos estragos en la población. Los profesionales de la salud desde entonces han sido sometidos a una combinación de bajos salarios, pésimas condiciones laborales, bombardeo de propaganda y turnos agobiantes.

Hoy vemos el resultado no solo en los pacientes mal atendidos y privados de controles, sino en médicos y personal auxiliar que abandonan masivamente los puestos laborales.

La Argentina está en estos momentos sufriendo una crisis sanitaria profunda que es ignorada por la dirigencia política y por los medios.

Según versiones que circulan entre los trabajadores del sector, la carencia es de miles de médicos en un país que siempre tuvo una abundancia de recursos humanos en la salud. Las generaciones que superan los 45 años se está retirando masivamente y vemos hospitales de primer nivel sin médicos cardiólogos, porque los titulares han renunciado y no han sido reemplazados.

La crisis es internacional y el cuadro se repite en todo el mundo, que en realidad es Occidente. Las medidas de sobrecarga sanitaria y de merma de recursos no se pueden entender en medio de una pandemia, no es la primera que sucede en la historia, pero, ahora se cuenta con muchos más recursos y conocimiento, sin embargo, hay una política de obstrucción de quienes toman las decisiones.

Si seguimos analizando el ejemplo argentino, mientras crecía la covid y se implementaban medidas cada vez más draconianas, se impulsaba la ILE, el eufemismo que oculta el término real de aborto.

Las consecuencias han sido que mientras se tensaban los recursos, las partidas comenzaron a priorizar estas políticas de control de natalidad. En Uruguay ha habido un mes completo sin nacimientos, lo que da la idea de la crítica situación.

No solo es el aborto, sino la práctica de políticas que impulsan la contra natalidad, no solo con métodos temporarios, sino con métodos permanentes o de difícil reversión, aun en menores de edad.

El combo perfecto, pandemia, pocos recursos y los que hay son destinados a las políticas de moda. ¿Falta algo? Sí, por supuesto, el impulso de cirugías y tratamientos extremadamente costosos para “readecuar” el sexo natural a la “autopercepción”.

No se tratan cardiopatías o cáncer, pero si reasignaciones de sexo. Un turno para un ecocardiograma o uno de estrés puede demorar 5 meses, mientras que la atención de un llamado para ILE es inmediata.

¿Podemos interpretar estas medidas como algo diferente a un proceso de destrucción ex profeso del sistema sanitario? Seguramente no, pero parece que no hay medios ni políticos que se enteren y reclamen por esta política.

Claro que esto podría ser algo más que una serie de casualidades en un solo sector, no obstante las medidas inconsistentes se repiten en otros ámbitos centrales.

Hoy vemos una escasez de alimentos en el mundo Occidental y un notable encarecimiento. Las causas explicadas son varias: cambio climático, sanciones a Rusia, guerra, consecuencias de la ruptura de la cadena global, etc.

Pero falta un dato, no menor, que hace sospechar las razones. En setiembre del 2021, los altos precios del gas en Reino Unido fuerzan el cierre de 2 plantas de fertilizantes, según informan los medios.

Estas plantas se encontraban en Billingham (Teesside) e Ince (Cheshire). Las razones son que el gas se había disparado por la recuperación económica, según se decían entonces. Cualquier observador medianamente curioso hubiera dicho que la recuperación pospandemia no justificaba la escalada de precios del gas, al menos en esa magnitud.

Faltaban casi 6 meses para el inicio del conflicto de Ucrania, pero ya la situación preanunciaba complicaciones. Si se cierran las plantas de fertilizantes, es esperable que las cosechas se resientan, por lo que sostener esa producción hubiera sido una prioridad para cualquier gobierno. Bueno, para los occidentales no.

En medio de este contexto sucedió algo más que fue la guerra en Ucrania, a la que Occidente introdujo inmediatamente y sin necesidad la cuestión del gas, por lo tanto, la situación solo empeoró.

La cosa no se detuvo allí, se sancionaron las exportaciones rusas, y bielorrusas, de fertilizantes. Estas naciones son las mayores productoras de esos insumos, lo que sumado a las dificultades propias en la producción de fertilizantes antes mencionada, trajo aparejado el resultado que estamos empezando a ver y que va a empeorar más la cuestión.

Pero podemos seguir citando más complicaciones generadas o impulsadas por los propios gobiernos, si destruyen el sistema sanitario y alimentario, ¿por qué no ir contra la energía también?

Allí vemos entonces más y más sanciones irracionales contra Rusia que solo conducen a problemas en Occidente, mientras Moscú ve agradarse su billetera.

Crisis energética, falta de gas, ahora sumado al petróleo, inevitablemente degeneran en el desplome de la actividad industrial y hacen caer el comercio. Obtenemos así una combinación de inflación y desempleo que será masivo.

Todo, por supuesto, con la excusa de la defensa de la democracia ucraniana, esa donde se prohibía hablar ruso o se bombardeaba rutinariamente ciudades étnicamente rusas, soltando batallones neonazis supremacistas que creen que son nórdicos.

¿Seriamente alguien puede suponer que todo Occidente se inmola en sostener políticas así suicidas para sostener a Zelenski?

Pero aún faltaba la frutilla del postre. Allí emerge Jerome Powell, el mandamás de la Reserva Federal y decide que la causa de la inflación no es por el encarecimiento de la oferta fruto de los costos energéticos y otros, si no la demanda. En este punto observamos como se latinoamericaniza el Occidente desarrollado y comienza a aplicar las mismas recetas económicas que aplicaron en otras latitudes, generando invariablemente la destrucción de la economía local y el empobrecimiento general.

Powell comienza una política de subas de intereses en medio de una crisis amenazante y creciente. Si hay crisis alimentaria, sanitaria y energética, nada mejor que ahogar la demanda y la producción con altas tasas de interés, parece. No está solo, Christine Lagarde comienza la misma política en el BCE.

El occidente colectivo ahora también se coaliga para destruir su propia economía.

Por eso volvamos a la pregunta del principio. ¿Extremadamente estúpidos o malvadamente inteligentes?

Esta gente, que cuenta con todo el poder que da el dinero, con toda la información que se puede comprar y con todos los técnicos que pueden trazar y ejecutar políticas, insiste en tomar medida tras medida para destruir las bases económicas. La primera excusa fue la pandemia, la segunda la cuestión de Ucrania, algo que no explica el rumbo si somos realistas y no nos dejamos arrastrar por las cuestiones propagandísticas.

¿Qué explicación podemos encontrar? Tal vez una respuesta sea la necesidad del rediseño mundial. 

Una tecnología que no necesita grandes masas de trabajadores implica cambios profundos, o cambiamos la forma de reparto de utilidades o sobra gente. Si esta última es la idea de nuestras élites occidentales, se necesita un brutal ajuste de la demografía, algo en lo que vienen trabajando al menos en el último medio siglo, pero que han decidido acelerar.

No hay tiempo como sucedió hasta ahora para ser gradual, se necesita un descenso rápido promoviendo alternativas a las políticas de merma poblacional que son lentas. La emergencia de Rusia y otras naciones desafiantes con modelos distintos y élites diferentes, pueden estar apresurando esos tiempos.

Lo importante ahora es entonces generar una crisis interna que desemboque en una guerra nuclear que termine por hacer el trabajo pendiente. El debilitamiento occidental es clave para forzar la guerra en los tiempos necesarios antes de que la tecnología irrumpa y trastoque el modelo histórico.

La presión interna que obliga al replanteo laboral no puede postergarse más, lo mismo que el enfrentamiento externo, porque el poderío ruso, chino e iraní hará imposible el cambio esperado.

Todo un desafío, deben generar la crisis propia antes de que la situación interna se descontrole porque las sociedades empiezan a rechazar los ejes políticos occidentales a medida que descubren su papel de falsedad y distracción. Cada día cuesta más imponer candidatos globalistas y surgen uno tras otro, políticos confusos pero no confiables por su “populismo”.

Esto lo deben hacer al tiempo que impulsan la guerra contra Rusia y China, porque si se debilitan demasiado ya no importará qué suceda internamente debido a que estos países impondrán sus modelos, pero si la guerra es anticipada, sus propias sociedades pueden descontrolarse.

Un mecanismo de extrema precisión está siendo puesto en marcha, tanto interno en Occidente como externo, para el cambio de modelo global. Una descoordinación sería fatal para sus ambiciones.

¿Alguien encuentra otra explicación para este cúmulo de errores que llevan hacia la autodestrucción y hacia la guerra global? 

Solo falta saber por qué China frena su economía y Rusia aprieta a Occidente. Es bastante simple, necesitan que Occidente se desmorone internamente y así evitar la guerra. 

Si bien se han preparado para este momento bélico, saben que significa, aun siendo victorioso, un enorme golpe contra sus naciones que intentan evitar.


*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.

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