Por Ricardo Vicente López
Parte IV
La Modernidad despertó la expectativa de haber construido un orden social que, por el estilo, modo y capacidad de sus instituciones, implementaría mecanismos socio-culturales de perfeccionamiento perennes. Gracias a los cuales ajustaría las ineficiencias, las desadaptaciones, inoperancias estructurales, desarrollando modificaciones que se adaptarían a los nuevos requerimientos. Esa confianza en el nuevo mundo europeo, en los siglos XVII y XVIII, se apoyaba en el espíritu del Iluminismo y en todo lo que ello prometía.
Sin embargo, el siglo XVIII había ido incubando novedades tecnológicas ante las crecientes demandas del desarrollo comercial. Una burguesía expansionista requería mayores cantidades de todo lo que estaba en condiciones de venderle al mundo colonial. Este proceso adquirió mayor envergadura y velocidad en la segunda mitad de este siglo y abrió el camino a lo que se conoció después como la Revolución Industrial inglesa (1760-1840), descrita, con el alborozo de los historiadores, como el inicio de un proceso que produciría todo lo que demandaba el mercado internacional. Nacía un nuevo mundo.
La exaltación de los analistas impidió que percibieran, o tal vez no estaba en su horizonte de expectativas, cuáles eran las consecuencias sociales que ese proceso arrojaba a las banquinas de la Historia: miseria, desocupación, salarios mezquinos. El trabajador fue denigrado, al ser rebajado a un factor más del proceso de producción, desentendiéndose de la dimensión humana. La extremada miseria de la clase trabajadora fue expuesta por Friedrich Engels [1] (1820-1895) en su libro: La condición de la clase obrera en Inglaterra en 1844 (publicada en 1845). En su prólogo dice el autor:
«Durante veintiún meses he tenido la ocasión de ir conociendo al proletariado inglés, he visto de cerca sus esfuerzos, sus penas y sus alegrías, lo he tratado personalmente, a la vez que he completado estas observaciones utilizando las fuentes autorizadas indispensables… Lo que he visto, oído y leído lo he utilizado en la presente obra… Espero que se me ataque de muchos lados, no solamente por mi punto de vista, sino también por los hechos citados… se podrá señalar aquí y allá alguna inexactitud insignificante dado que no existe, ni siquiera en Inglaterra, ninguna obra que trate como la mía el problema de todos los trabajadores; pero no vacilo un instante en retar a la burguesía inglesa a que me demuestre la inexactitud de un solo hecho de cierta importancia para el punto de vista general, que lo demuestre con la ayuda de documentos tan auténticos como los míos… Las causas fundamentales que han provocado en Inglaterra la miseria y la opresión del proletariado existen en otras partes de Europa… mientras tanto, la miseria inglesa debidamente comprobada nos dará la ocasión de probar igualmente la miseria generalizada».
Le agrego, amigo lector, un comentario serio y fundado del periódico londinense The Guardian, con casi dos siglos de existencia. Se lo ofreció a sus lectores cuando publicó la necrológica del que, tal vez, sea el mejor escritor inglés del siglo XIX, Charles Dickens (1812-1870):
«Quien quiera conocer la vida en la Inglaterra decimonónica, que no acuda a las crónicas oficiales, sino a sus novelas. Denunció la pobreza, el maltrato a la clase obrera y la corrupción de las instituciones en una constante crítica a la hipócrita moral burguesa».
Una feliz y perfecta democracia muy bien publicitada
Es innegable la capacidad de vender imagen que han desarrollado los EEUU. Parte de ella fue dedicada a convencer al mundo de las bondades de la vida política del país que se presentaba como la primera democracia real. La noticia más sorprendente para un ciudadano de a pie es que nunca lo fue. Para ello cito al Profesor e Investigador Doctor Atilio Borón [2] quien en un reciente artículo analiza la situación actual de ese país, afirma:
«Este episodio marca la gravedad de la crisis de legitimidad que hace mucho tiempo está carcomiendo al sistema político norteamericano. El ausentismo electoral es un lastre crónico para un sistema que se autoproclama como una democracia cuando no lo es. Abraham Lincoln la definió como el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Hoy no sólo intelectuales de izquierda como Noam Chomsky sino hasta académicos del establishment, como Jeffrey Sachs y, antes que él, Sheldon Wolin sostienen que el sistema político de Estados Unidos es una plutocracia y no una democracia en la medida en que es el gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos».
Además, apelando a la autoridad académica del profesor e investigador Lester Thurow [3] (1938–2016), analizando este mismo problema en su libro El futuro del capitalismo, publicado en 1996, nos advirtió:
«La democracia y el capitalismo tienen muy diferentes puntos de vista acerca de la distribución adecuada del poder y la riqueza. La democracia aboga por una distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre un voto”, mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en el poder adquisitivo… Es decir, una sociedad que en teoría, está basada en la democracia y en la economía de mercado pero donde, en realidad, sucede que la democracia es derribada, destruida por la economía de mercado. La ley de mercado hace la apología del individualismo. La democracia hace la apología de la solidaridad. Son virtudes contrapuestas.
Hace unas décadas se creía que el proceso democrático se podía perfeccionar, la “voluntad del pueblo” prosperaría al servicio del bien común. Pero la democracia ha resultado inútil e incluso contraproducente frente a los efectos secundarios de nuestro sistema cultural obsoleto. Una vez que una masa crítica de población se alinea completamente con las fuerzas dominantes, la democracia se convierte más en una carga que en una solución. Es el entramado político actual, en el que se encuentra hoy el sistema, el que produce un aprieto psico-espiritual tan grande como cualquiera de sus otros problemas políticos, económicos o tecnológicos.
[1] Filósofo, Politólogo, Sociólogo, Historiador, periodista, revolucionario y teórico comunista y socialista alemán, amigo y colaborador de Karl Marx.
[2] Sociólogo, Politólogo, Catedrático y escritor argentino. Doctorado en Ciencia Política por la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachusetts). Es profesor de la Universidad de Buenos Aires e investigador del CONICET.
[3] Doctor en Economía, político estadounidense, y Decano del afamado Instituto Tecnológico de Massachusetts, autor de varios libros sobre estos temas.
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