Dr. Esteban Actis y Lic. Nicolás Creus *
El tema presenta algunas dificultades para su lectura, pero es muy importante hacer el esfuerzo dada la importancia que tiene para nuestro futuro. Las consecuencias de las políticas de las grandes potencias (Estados o Multinacionales) inciden muy fuertemente en los países periféricos. Poder prever no impide pero ayuda a mitigar esas consecuencias.
Todo intento por reflexionar sobre la política exterior de un Estado exige necesariamente –como paso previo– un análisis sobre la estructura y la dinámica de funcionamiento del sistema internacional. Esta premisa se torna aún más relevante cuando se trata de un Estado periférico y desarrollo como es el caso de Argentina, puesto que su vulnerabilidad a los condicionantes externos es sustancialmente mayor que la de aquellos actores que disponen de un mayor poder relativo, al tiempo que su capacidad para influir sobre el curso de los acontecimientos que ocurren más allá de sus fronteras es escasa.
De este modo, para cualquier país pero sobre todo para uno con las características de Argentina, hacer política exterior sin una ponderación adecuada de las variables internacionales o bien a partir de un diagnóstico erróneo de lo que ocurre en el mundo, puede resultar altamente costoso y perjudicial. Esta tarea se vuelve más desafiante en épocas de transición como la actual, donde el nuevo orden internacional no termina de cristalizar y en consecuencia, los márgenes de maniobra de los Estados se tornan difusos, pudiendo variar repentinamente, dejando a un país en off side de la noche a la mañana.
Hoy en día es posible advertir cierta falta de consenso entre los analistas sobre la estructura del orden internacional, en tanto no hay acuerdo pleno sobre si se trata de un orden unipolar, bipolar o multipolar. Tal vez, esto se debe a que en algún punto conviven características propias de cada una de estas estructuras.
Con el final de la “guerra fría” parecen haberse acabado las certezas. En aquel entonces todo resultaba algo más simple y predecible: un mundo bipolar con dos grandes bloques que rivalizaban, uno encabezado por Estados Unidos y el otro comandado por la U.R.S.S. El declive de este último actor dio paso luego a un nuevo orden que –en un principio– pareció ser aún más predecible que el anterior, signado por la preponderancia global incontestable de Estados Unidos. La configuración unipolar era ciertamente indisimulable.
No obstante, la sucesión de crisis financieras y el debilitamiento del Estado frente al avance del proceso globalizador, la gravitación cada vez mayor de los actores transnacionales –empresas, grupos terroristas, crimen organizado, entre otros–, sumado al ascenso de algunos actores estatales en el denominado mundo emergente, complejizaron el paisaje y plantearon cuestionamientos a la concepción unipolar del orden internacional.
En este contexto y ya avanzada la primera década del siglo XXI, muchos abrazaron la idea de un orden multipolar. Asimismo, el advenimiento de la crisis financiera internacional en 2008, con epicentro en Estados Unidos, reavivó las hipótesis sobre declinación de la potencia y transición hegemónica hacia la región del Asia Pacífico.
Sin embargo, es preciso destacar que tal como lo plantea el analista Benjamin Cohen, la difusión del poder internacional que ciertamente tuvo lugar en la última década, ha estado más bien vinculada a la dimensión del poder relativa a la autonomía y no tanto a aquella relativa a la influencia. En otras palabras, varios Estados reforzaron su capacidad para resistir presiones externas (Rusia e India por ejemplo) pero pocos han logrado aumentar su capacidad para moldear eventos y resultados. Esto hace difícil hablar de un orden realmente multipolar. Más aún, si tomamos como criterio la capacidad de asegurar la provisión de bienes públicos a escala global, solo dos actores pueden ser considerados: Estados Unidos y China.
En tal sentido, es posible observar un bipolarismo emergente -distinto al experimentado en guerra fría, cabe señalar- con las dos potencias referidas como centros de poder. Otros actores poderosos gravitan a su alrededor aunque sin tomar posiciones definidas, justamente porque lo que aún no queda claro, es el carácter que asumirá esta bipolaridad. He aquí el principal dilema para el resto de los actores del sistema, entre los cuales se encuentra Argentina.
En términos generales, es posible identificar dos escenarios probables con implicancias sustancialmente diferentes para el país sudamericano, a saber: una “bipolaridad rígida” o una “bipolaridad distendida”. Para evaluar los riesgos y oportunidades que se desprenden de uno u otro escenario, es preciso analizar las necesidades de Argentina y el lugar del país en la agenda de cada una de las respectivas potencias.
En lo que refiere al primer aspecto, las necesidades de Argentina en el plano internacional pueden resumirse en dos grandes desafíos inmediatos: el acceso seguro y a bajo costo al financiamiento externo y la atracción de inversiones directas. El primero resulta clave para preservar cierta dosis de gradualismo fiscal en el inevitable proceso de sinceramiento que debe transitar la economía argentina, para dinamizar algunos sectores productivos (es preciso no perder de vista que en este último tiempo no solo el Estado se endeudó, el sector corporativo también estaba ávido de obtener financiamiento) y por último para tender un puente hacia la tan ansiada llegada de inversiones productivas. Estas últimas resultan claves para retomar un sendero de crecimiento.
En lo relativo al lugar del país en la agenda de las potencias, es posible advertir que Argentina no estuvo y no está en la agenda de prioridades de Estados Unidos. En contraposición, hoy en día Argentina sí aparece en el radar de la agenda china, fundamentalmente como proveedor en sectores estratégicos, en donde el país dispone de claras ventajas comparativas, tales como: alimentos, energía y minería. No es ninguna novedad el hecho de que la potencia asiática está ávida de recursos naturales necesarios para cubrir sus necesidades domésticas.
Por esta razón, para muchos analistas el ascenso de China constituye una gran noticia, en tanto que ciertamente puede apuntalar la economía argentina y satisfacer sus necesidades de financiamiento e inversiones. China es hoy el principal acreedor del mundo y se muestra dispuesta a hacer uso de esta condición, expandiendo sus inversiones, tanto en el plano productivo –orientándose principalmente al desarrollo de infraestructura en los citados sectores estratégicos– como en el plano financiero –otorgando ayuda a países con necesidades–.
Lo que los optimistas no advierten es que Argentina no está sola y hoy en día son muchos los actores que aparecen en el radar de la agenda china compitiendo por el favor del gigante asiático, otorgando concesiones diversas para ganarse un lugar en la mesa. Asimismo, no son pocos los riesgos que entraña una profundización del vínculo con China, la re-primarización de la economía y la concesión de privilegios exagerados para el capital chino en sectores estratégicos son un ejemplo.
Por otro lado, es conveniente destacar que Argentina también necesita de buenas relaciones con Estados Unidos. Si bien China es el principal acreedor del mundo, lo cierto es que Estados Unidos sigue siendo el actor dominante del sistema financiero internacional y como tal, bien puede obstaculizar el acceso de Argentina tanto al poder inversor transnacional como al crédito internacional, si así lo considerara conveniente. Esto ya ocurrió en el pasado reciente. Si bien Argentina no está la agenda de prioridades de Estados Unidos, sí está alcanzada por el diseño estratégico de esta potencia. Resulta claro entonces que al menos en lo inmediato, Argentina debe intentar tener una agenda positiva con ambas potencias.
Por todo lo expuesto, un escenario de “bipolarismo rígido”, signado por tensiones crecientes y por una rivalidad abierta entre Estados Unidos y China, sería el peor escenario posible para Argentina. En un tablero de tales características, aumentaría la aversión al riesgo y la fuga de capitales desde la periferia –lo cual generaría en consecuencia, presión cambiaria y devaluaciones en los emergentes–, aumentaría el costo financiero y se contraerían los flujos comerciales y los flujos de inversiones. En otras palabras, las necesidades de Argentina se agudizarían pero con el agravante de que sus márgenes de maniobra en el referido contexto se verían sustancialmente reducidos puesto que se eliminaría la posibilidad de pivotear entre las potencias o en el mejor de los casos aumentarían los costos de hacerlo. El costo a pagar por los acuerdos sería más alto y exigiría definiciones estratégicas. Argentina se vería obligada a elegir.
En contraposición, un escenario de “bipolarismo distendido” sería largamente conveniente para Argentina. En tal escenario, los flujos de capitales preservarían cierta estabilidad, el costo financiero se mantendría en niveles relativamente bajos en términos históricos y no cabe esperar fuertes disrupciones en los flujos comerciales y de inversiones. En otras palabras, los objetivos de Argentina encontrarían mejores condiciones para su realización. Además, los márgenes de autonomía se ampliarían considerablemente en tanto que sería posible pivotear entre Estados Unidos y China aumentando el margen de negociación y reduciendo los niveles de dependencia.
Este último escenario parece ser el escenario base más probable y de hecho es el que hoy se impone. No obstante, no se descarta en el futuro inmediato la emergencia de tensiones circunstanciales en donde la bipolaridad pueda adquirir un carácter más rígido. La situación en Medio Oriente; las escaramuzas entre Estados Unidos y Corea del Norte; el rol de algunos actores con capacidad de generar desequilibrios regionales como Rusia e Irán, las tensiones en el Mar de la China Meridional o una posible “guerra comercial” son algunos de los ejemplos que podrían rigidizar la “distención”.
El dato histórico particular que se desprende del actual escenario de “bipolaridad distendida” es el hecho de que Argentina puede aprovechar las oportunidades que le brinda China, sin recibir la sanción política de Estados Unidos. A modo de ejemplo, Argentina hoy puede firmar un acuerdo de los denominados sensibles con China para la construcción de una base espacial o para la construcción de represas hidroeléctricas –como ya lo ha hecho–, sin que su riesgo país se dispare por esto.
Ante lo dicho, y para finalizar, la política exterior argentina enfrenta el principal desafío de aprovechar adecuadamente la ampliación de los márgenes de maniobra (autonomía) que puedan derivarse del (aún) contexto de distención entre las potencias, para ordenar sus desequilibrios y mejorar así su posición frente a un posible regreso repentino de escenarios más restrictivos. Si bien este último punto escapa de la voluntad y decisión de cualquier hacedor de políticas fronteras adentro, es indispensable evitar malas lecturas del escenario internacional que conlleven estrategias -como el ensayo de un “acoplamiento acrítico” con un poderoso- poco acorde con la realidad global.
* Dr. Esteban Actis – Profesor de la Cátedra Política Internacional Latinoamericana, Becario Posdoctoral del CONICET y Licenciado Nicolás Creus – Profesor de la Cátedra de Política Internacional Argentina ambos de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Fuente: www.panamarevista.com – 5-10-17
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