Un 30 de marzo de 1793 nacía el Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas. Ley de Aduanas, nacionalización de la banca y defensa de la soberanía. Discurso completo de asunción 2do. mandato (13 de abril de 1835)

Por Fausto Frank

Un 30 de marzo de 1793 nacía en Buenos Aires Don Juan Manuel de Rosas, futuro gobernante de la Confederación Argentina, quien con tan solo 13 años formó parte del regimiento de Migueletes en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, enfrentando las invasiones inglesas de 1806 y 1807.

Durante su primer mandato como gobernador de Buenos Aires (1829-1832) y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, hizo frente al bombardeo de Estados Unidos en nuestras Islas Malvinas. En 1831, la corbeta militar USS Lexington había bombardeado las islas para facilitar la caza ilegal de mamíferos marinos en las costas. Rosas exigió una indemnización a los EEUU y expulsó al Cónsul norteamericano de la Confederación Argentina.

En su segundo mandato (1835-1852), el 18 de noviembre de 1835, Rosas dictó la Ley de Aduanas con el objetivo de defender las manufacturas criollas, gravando la importación con aranceles que podía llegar hasta el 50%. La ley tenía diversas escalas y disponía la prohibición absoluta a artículos o manufacturas cuyos similares nacionales se encontraban en condiciones de satisfacer el consumo. Se gravaban con un 25% aquellos otros cuyos precios era necesario equilibrar con la producción nacional. Con el 35% se arancelaban aquellos cuyos similares criollos no alcanzaban a cubrir totalmente el mercado interno, pero que podrían lograrlo con la protección fiscal. Y con el 50% productos tratados como artículos de lujo. La Ley de Aduanas también gravó las exportaciones de cueros no manufacturados, requeridos por la industria británica, con una tasa del 25%.

Rosas defendió la soberanía sobre la navegación de los ríos interiores enfrentando el bloqueo de las fuerzas conjuntas de las dos mayores potencias mundiales de la época, Francia y Gran Bretaña. entre 1845 y 1850, haciendo fracasar el bloqueo que terminó siendo levantado, tras el Tratado Arana-Southern y el Tratado Arana-Lepredour.

En la Batalla de Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845, combatió a la escuadra anglo-francesa, que buscaba “comerciar libremente” con las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, desconociendo su autoridad al frente de la Confederación Argentina. Tras la batalla, el almirante inglés Samuel Inglefield, diría: “Siento vivamente que este bizarro hecho de armas se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas, pero considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor”. En el tratado de Arana-Southern, que comenzó a negociarse en 1846 pero terminó firmándose a fines de 1849, por las sucesivas negativas de Rosas, finalmente se reconoció a la Confederación Argentina la plena soberanía sobre sus ríos interiores, se le devolvió la flota capturada y la isla Martín García, y Gran Bretaña se comprometió a hacer un acto de desagravio de la bandera argentina, reconocíendo la derrota. Por vez primera, un pequeño país hispanoamericano vencía a las dos principales potencias del mundo.

Un acto de gobierno menos conocido de Rosas fue la nacionalización de la banca, que se encontraba en pleno control de capitales británicos, el 30 de mayo de 1836.

El Banco “Nacional”, primer emisor de dinero en billetes convertibles en el Río de la Plata (hasta entonces se usaban monedas metálicas, de oro, plata, cobre, etc., la llamada “moneda fuerte”), había sido creado en 1822 por Bernardino Rivadavia con el nombre de “Bando de Descuentos”, como una sociedad anónima enteramente privada y servil a la usura, en tiempos en que se negociaba el préstamo con la banca británica Baring, deuda externa que se contabilizaba en oro. Con la salida de las reservas de metal precioso, producto de la Guerra con el Brasil en la disputa por la Banda Oriental, el banco terminó en la insolvencia, teniendo que ser rescatado por el Estado, adquiriendo en 1826 el nombre de Banco Nacional, ahora como sociedad mixta (30% estatal, 70% privada). Se dispuso un capital de $10 millones dividido en 50 mil acciones de $200 cada una. De las 50 mil, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires debía suscribir 15 mil, a través de un aporte de $3.000.0000 de pesos que provenían del crédito inglés de la banca Baring Brothers. El Banco Nacional rivadaviano fue facultado legalmente para emitir billetes de forma monopólica, “moneda corriente de curso forzoso” durante 10 años en todo el territorio nacional, en consonancia con la Constitución de 1926, unitaria y centralista. La entidad tuvo poca incidencia en la promoción de la actividad económica productiva y en buena medida se usó solo para financiar los gastos del Estado y para actividades especulativas.

Durante su primer gobierno, Rosas saneó las cuentas públicas, redujo el déficit sistémico y evitó financiarse mediante la emisión del Banco Nacional, que consideraba un instrumento del Partido Unitario. De esta forma, redujo la inflación y durante el período de 1830-1834 el promedio del precio de la onza de oro se mantuvo estable con respecto al peso.

Ya en su segundo mandato, Rosas aprovechó la caducidad de los 10 años que había previsto la ley que concedía el monopolio de la moneda al Banco Nacional, y convirtió el banco privado en una dependencia del gobierno soberano: por decreto del 31 de mayo de 1836 se dispuso la disolución del Banco Nacional, creando la Casa de la Moneda (“Junta administradora de Papel Moneda y de la Casa de Moneda Metálica”), con el fin de emitir el papel circulante, recibir depósitos fiscales o particulares y descontar documentos. La nueva entidad contaría con un presidente, 6 vocales del gobierno y 6 vocales de los accionistas, nacionalizando en la práctica su control.

Dijo Scalabrini Ortiz en “Política británica en el Río de la Plata”: “El Banco Nacional cesó en sus funciones en 1836. Rosas, ya afirmado en el poder, reivindicó para el gobierno la facultad de emitir billetes y creó la Casa de Moneda. Sin herirlos ni mencionarlos, quitaba a los ingleses una de sus grandes armas de dominación. «El capital con que se levantó el Banco», dijo Rosas en su mensaje de 1837, «fue todo una ficción y desde los primeros momentos de su giro sus billetes tuvieron el carácter de inconvertibles… El Banco Nacional, hecho arbitro de los destinos del país y de la suerte de los particulares, dio rienda suelta a todos los desórdenes que se pueden cometer con influencia tan poderosa». Con la Casa de Moneda, Rosas, lo mismo que los ingleses desde el Banco Nacional, hizo política, pero era una política nacional, no una política manejada por la diplomacia extranjera para utilidad de los extranjeros”.

El 31 de agosto de 1837 Rosas prohibió la exportación de oro y plata, preservando así una reserva de valor estratégica dentro del país.

Como anexo documental histórico, compartimos la Proclama de Juan Manuel de Rosas al asumir por segunda vez el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, el 13 de abril de 1835:

El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires a todos sus habitantes.

Mis amados compatriotas:

Cuando me he resuelto a hacer el terrible sacrificio de subir a la silla del Gobierno, en las circunstancias aciagas en que se halla nuestra infortunada patria; cuando para sacarla del profundo abismo de males, en que la lloramos sumergida, he admitido la investidura de un poder sin límites, que a pesar de toda su odiosidad, lo he considerado absolutamente necesario para tamaña empresa, no creáis que haya librado mis esperanzas a mi limitada capacidad, a mis débiles fuerzas, ni a esa extensión de poder que me da la ley apoyada en vuestro voto, casi unánime de la dudad y campaña. No: mis esperanzas han sido libradas a una especial protección del délo, y después de ésta a vuestras virtudes y patriotismo.

Ninguno de vosotros desconoce el cúmulo de males que agobia a nuestra amada patria, y su verdadero origen. Ninguno ignora que una facción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad, de su avaricia, y de su infidelidad, y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, y hécholas insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido su impunidad; ha devorado la hacienda pública, y destruido las fortunas particulares; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones sociales y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y la perfidia.

La experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a las formas, y que su aplicación debe ser tan pronto y expedito y tan acomodado a las circunstancias del momento, cuando que no sólo es imposible prever todos los medios ocultos y nefandos de que se vale el espíritu de conspiración, sino también fijar reglas de criterio legal para unos manejos disfrazados de mil modos y cubiertos siempre con el velo del sigilo.

No queda, pues, otro arbitrio que oponerles la honradez, el patriotismo y la asidua vigilancia de los buenos ciudadanos, apoyadas en la fuerza de un poder extraordinario, cuya acción no sea fácil eludir. Esto es todo lo que exijo de vosotros para restablecer la tranquilidad pública y afianzar el orden bajo el régimen de gobierno federal que han proclamado los pueblos de la república.

Habitantes de la dudad: Nadie como vosotros ha sentido los terribles efectos del desorden. Hace tiempo que vuestra vida, vuestro honor y vuestras propiedades se hallan amenazadas de mil peligros. Por salir de esta angustiosa situación habéis deseado mi ascenso a la silla del Gobierno, y os complacéis de que haya sido con plenitud de facultades. Yo me he decidido a tornar sobre mis débiles hombros un peso enorme de cuidados y tareas, y a empeñar mi honor en una empresa poco menos que imposible, por aliviar las desgracias de mis compatriotas: a vosotros toca en este caso ser los primeros en dar ejemplos de virtud y patriotismo para que no sea inútil este nuevo sacrificio que consagro a toda la república y con especialidad a la provincia en que tengo la gloria de haber nacido.

Habitantes de la campaña, cuyo heroico valor y constancia es un objeto de admiración: vosotros fuisteis los primeros en armaros contra los asesinos del 1ro. de diciembre y unidos con los federales de la ciudad, vuestros compatriotas, hicisteis triunfar la causa que forma hoy el voto general de toda la república; vosotros habéis sido la más firme columna del orden en medio de todas las turbulencias que ha sufrido el país. ¿Qué servicio, pues os podré exigir que no estéis prontos a hacer por la honra y tranquilidad de una patria que habéis defendido con tanto honor?

Valientes soldados, que formáis el ejército y milicia de la provincia: ¿Con qué expresiones podré describir vuestras virtudes y la importancia de vuestros servicios? Nada menos que los espaciosos desiertos del Sud han sido el crisol de vuestro heroísmo, y de una subordinación y disciplina que os han hecho superiores a todos los obstáculos que os oponían la inmensa extensión del terreno, su soledad, la dureza del clima y el continuo acecho de los enemigos que habéis logrado destruir. A vuestro coraje e incansable sufrimiento debe hoy la seguridad de sus fortunas la mayor parte de los habitantes de la provincia. ¿Qué peligros, pues, será capaz de arredraros, ni qué avances podrán hacer la ambición y la perfidia, oponiéndoles de frente vuestro valor y lealtad?

Habitantes todos de la ciudad y la campaña. La Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia: resolvámonos/ pues, a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo, al pérfido y traidor, que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros, y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa, que sirva de terror y espanto a los demás que puedan venir en adelante. No os arredre ninguna clase de peligros, ni el temor de errar en los medios que adoptemos para perseguirlos. La causa que vamos a sostener es la causa de la religión, de la justicia, de la humanidad y del orden público: es la causa recomendada por el Todopoderoso; él dirigirá nuestros pasos, y con su especial protección nuestro triunfo será seguro.

Buenos Aires, 13 de abril de 1835.

Juan Manuel de Rosas

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