Por Ricardo Vicente López
Amigo lector le presento a una autoridad académica, de prestigio internacional, aunque la prensa internacional no se ocupe de él, como de tantos otros que no son noticia para ella. Aclaro qué es ser noticia para el periodismo actual, aunque arrastra definiciones y técnicas de muchas décadas atrás. La mejor definición, según los manuales, por ejemplo es.euronews.com define noticia de este modo: «si un perro muerde a un hombre no es noticia, si un hombre muerde a un perro si». Con estos criterios de tan fina sabiduría se forman los periodistas en las carreras de su profesión. ¿Cómo pretender que intelectuales e investigadores del nivel del que le estoy presentando sea noticia? Por lo tanto no existe para la sociedad mediatizada. Ello me obliga a presentarlo con sus antecedentes:
David Casassas (1975) es profesor e Investigador de Teoría Social y Política en la Universidad de Barcelona; ocupó cargos similares en la Universidad Católica de Lovaina, en la Universidad de Oxford; y miembro del Consejo de Redacción de la revista SinPermiso. Colabora también con el Observatorio de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC).
Publicó un artículo hace pocos días que lleva el siguiente título: Contra el mito del laissez-faire, renta básica y dejar hacer. Quiero advertirlo, amigo lector para que se prepare a saborear su muy fina ironía. Lo invito a leerlo:
«¿Está usted a favor de la Inmaculada Concepción de María? o ¿de permitir que la Cenicienta vuelva a casa más allá de las doce? o ¿del uso, en el campo de batalla, de las llamas de los dragones de Daenerys Targaryen [1]? ¿O está rematadamente en contra de todo ello? Y, finalmente, es muy probable que todas estas preguntas le parezcan más bien absurdas. Pues sí, claro que son absurdas, porque para estar “a favor” o “en contra” de algo, se han de aducir razones, y el mundo de la mitología, de la leyenda y de la fe nos obliga, como decían Kierkegaard [2] y San Agustín [3], a situarnos en otro punto, uno bien distinto al de la creencia, el de la ilusión, el de la locura. Lo mismo ocurre con el famoso laissez-faire, que, curiosamente, despierta grandes adhesiones y encendidas animadversiones. Que quede claro a derecha e izquierda, respectivamente: no se puede estar “a favor” o “en contra” del laissez-faire, sencillamente, porque el laissez-faire no existe ni ha existido nunca».
Es probable que un lector, ciudadano de a pie desprevenido y habituado a la lectura de los diversos medios en los cuales se informa hoy, tienda a ubicar al Profesor Casassas en el grupo de los terraplanistas, buscadores de OVNIS, etc. Para este buen hombre que honestamente acepta la información dominante como creíble, no es sencillo aceptar una afirmación que va contra del sentido común impuesto. Por ello argumenta el Profesor:
«La creencia en que una vida económica justa y eficiente, que emana de la ciega actividad de agentes no condicionados por instancias externas –este es el núcleo de la doctrina del laissez-faire [4]–. Es pura profesión de fe. Porque la vida económica y social es siempre el resultado de largos y sinuosos procesos de sedimentación de capas y capas de normas y regulaciones de muchos tipos que los humanos vamos introduciendo -aquellos que pueden o a quienes les dejan, claro-. Por ejemplo, no podemos escoger entre “instituciones” -el Estado, sin ir más lejos- y “mercado”, por la sencilla razón de que todos los mercados son, sin excepción, el resultado de decisiones políticas, formales o informales, sobre qué naturaleza y qué funcionamiento queremos dar a los procesos de intercambio de bienes y servicios -es decir, a los mercados que nos rodean».
Dado que el problema está mal planteado: el tema no es si queremos una vida económica regulada o desregulada, alternativa idealista que no tiene una respuesta racional aceptable. El verdadero problema a resolver no es otro que quién la regula y a favor de quién lo hace. Lo contrario es suponer la existencia de fuerzas superiores espirituales que definen, antes o después del funcionamiento de los mercados quien debe ganar y quien debe perder. Pero esto es un problema teológico, no económico. Tal vez sea necesario mirar a nuestro alrededor:
«Esto que llamamos “neoliberalismo” no hubiera existido ni existiría todavía sin un proceso masivo, a golpe de edicto estatal, de re-regulación del sector financiero –la especulación rentista del capital financiero debe mucho a ciertos poderes estatales y supra-estatales que la han hecho posible de manera consciente e intencional–, de re-regulación de sectores estratégicos de la economía. Recordemos las supuestas “liberalizaciones”, que no fueron otra cosa que procesos de privatización en favor de ciertas oligarquías económicas».
Si revisamos un poco nuestro pasado, en las décadas de los setenta (Proceso militar) y los noventa, menemismo imperante, y se podrá entender el peso de la intervención estatal en los procesos contemporáneos de precarización y disciplinamiento de la fuerza de trabajo. Sigue el Profesor:
«El propio capitalismo como formación histórica es otro macro-ejemplo de ello: el capitalismo no existiría sin la victoria política y, finalmente, legal –todo ha quedado por escrito-– de aquellos que aspiraron, y siguen aspirando, a convertir en “sentido común” unas relaciones de propiedad que desposeen a las grandes mayorías sociales y las fuerzan a trabajar para otros, normalmente bajo condiciones no escogidas. Unas relaciones de propiedad que, además, van ligadas a procesos de privatización de los esfuerzos y de la inversión colectiva en favor de unos pocos –como es sabido– no habría gigantes empresariales en los sectores farmacéutico y tecnológico, por ejemplo, si previamente los estados no hubieran empleado cantidades ingentes de recursos públicos en el campo de una investigación básica cuyos resultados después se canalizan hacia la esfera privada. Por lo tanto, no se trata de “dejar hacer” en el vacío, en un campo de batalla inmaculadamente mágico, sino de decidir a quién queremos permitir –o impedir– que “haga” en un mundo real repleto de instituciones, reglas y procedimientos que alguien ha decidido instituir».
La tradición republicana detecta, dice el profesor apoyado en sus convicciones, que el mundo tiende a estar atravesado por toda una multitud de vínculos de dependencia y relaciones de poder: que se originan en un acceso desigual al goce de los recursos finitos que tenemos a nuestro alrededor. Estos vínculos de dependencia, estas relaciones de poder nos impiden vivir en condiciones de libertad, pues otros actores, los grandes conglomerados, están capacitados para tratarnos instrumentalmente e imponernos vidas que, sencillamente, no queremos vivir.
Es necesario que disipemos la neblina informativa que nos oculta la verdad de los procesos económicos y políticos. Así, en la medida en que los ciudadanos de a pie vayan tomando consciencia de los vínculos de dependencia, atreviéndonos a escabullirnos del chantaje del miedo a no poder sobrevivir. Se podría descubrir que las diversas formas de organizaciones sociales pueden ir creciendo en su empoderamiento –como en gran parte ya sucede–. Nos pregunta el profesor: «¿somos capaces de imaginar el alcance de la ineficiencia de un sistema que, constantemente, echa a perder todo ese gran caudal de creatividad y de vida que está al alcance de nuestras manos?»
Y nos propone pensar:
«Que nos permita re-significar la idea de “hacer” y de “dejar hacer” -o de que “nos dejen hacer”-. Porque “hacer” es algo más amplio y profundo que limitarse a “ejecutar una acción” aislada. “Hacer”, “actuar” significa pensar, imaginar, probar, caer y volverse a levantar, volverlo a intentar, mirarlo desde otro ángulo, hablarlo con alguien más, siempre con tiempo y una caña, para tratar de obtener cierta retroalimentación, ir dando algún paso, tan a tientas como sea necesario, en la dirección prevista, y, finalmente, tratar de completar un itinerario que nos lleve a una realización tan perfectible como queramos, pero que podamos sentir como verdaderamente nuestra».
Amigo lector, si todo esto puede parecerle una fantasía vuelva a leer el comienzo de esta nota, en la que el profesor David Casassas nos advierte de las fantasías que nos venden disfrazadas de ciencia económica. Ellas ocultan el mundo injusto que creó el capitalismo al contarnos que el mercado, mediante fuerzas ocultas resuelve la mejor distribución de los bienes, distribución que, sorprendentemente, siempre le da más a los que más tienen.
[1] Es un personaje principal de la serie de libros Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martiin.
[2] Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855) fue un filósofo y teólogo danés, considerado el padre del existencialismo.
[3] Agustín de Hipona conocido como san Agustín (354- 430), escritor, teólogo y filósofo cristiano. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, al norte de África y dirigió una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el pelagianismo.
[4] El término laissez faire proviene de la teoría económica. Designa una filosofía política partidaria de limitar la intervención del Estado al mínimo imprescindible. Es el liberalismo económico: hay que dejar que actúen por sí solas las fuerzas del mercado.
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