George Monbiot *
Hoy, en una medida mayor a otros tiempos, existe una prensa mercenaria, al servicio del gran capital. El autor nos pone ante otro fenómeno interesante: la existencia de periodistas con otros valores pero que se dejan arrastrar por un profesionalismo escéptico. Entre nosotros ¿es diferente o pasa algo parecido?
Las elecciones han supuesto una derrota aplastante… pero no para ninguno de los partidos principales. La facción que hoy se retira en absoluto desorden no concurría, técnicamente hablando, aunque se podría argüir que en el pasado ha ejercido más poder que aquellos que eran contendientes formales. Hablo de los medios de comunicación.
La prensa de derechas le lanzó a Jeremy Corbyn todo lo que tenía y no consiguió derribarle. Y al obrar así, quebraron su propio poder. Sus salvajes afirmaciones no lograron destruir la credibilidad de Corbyn sino la suya propia. Sin embargo, el problema no se limita en absoluto a los medios empresariales. El fracaso también abarca a los medios fuera del alcance de los multimillonarios. Un fracaso del que algunas plataformas mediáticas pueden tratar de luchar por recuperarse.
No tiene sentido tratar de esconder o minimizar esto: las elecciones han sido un desastre para los medios de comunicación convencionales. Se perdieron el momento porque estaban constitutivamente destinados a perdérselo. La cuestión que provocó este desastre es la que eventualmente acaba derribando toda forma de poder: los medios han creado un salón de espejos en el que la gente de mentalidad parecida refleja y reproduce las opiniones unos de otros.
Los presentadores se hacen eco de lo que dicen los diarios, los diarios recogen lo que los presentadores dicen. Un reducido grupo de comentaristas privilegiados aparece una y otra vez en los programas de noticias. Los galardones de la prensa se otorgan a quienes reflejan el consenso, y se les niegan a quienes piensan de modo distinto. La gente no se sale del círculo por miedo al ridículo y la exclusión.
Un estudio de la Universidad de Cardiff muestra de qué modo se dejan dirigir por los periódicos los presentadores, pese al ingente sesgo de la prensa en papel. Así, por ejemplo, durante la campaña electoral de 2015, las encuestas de opinión revelaron que el NHS [sistema sanitario británico] encabezaba la lista de preocupaciones de los votantes, mientras que la economía figuraba en tercer lugar. Pero la economía, en la que se consideraba más fuertes a los conservadores, recibió cuatro veces más cobertura en las noticias televisivas que el NHS, que se consideraba como la demanda más sólida de los laboristas. Esto parecía reflejar el peso otorgado a esas cuestiones en los diarios, la mayoría de los cuales buscaba una victoria conservadora.
Un análisis de la Coalición para la Reforma de los Medios y el Birkbeck College concluyó que, a despecho de las reglas de imparcialidad y equilibrio, cuando se puso en tela de juicio el liderazgo de Corbyn el verano pasado, los boletines de noticias de la BBC le daban casi el doble de tiempo a sus críticos que a sus partidarios. A menudo se le atribuían activismo partidista y agresiones a él y a sus seguidores, pero nunca a sus contrincantes. Una información de News at Six [Noticias a las 6] de la BBC concluía con estas palabras: “Se trata de una lucha que sólo puede acabar con la vitoria de uno de los dos bandos. Los demás acabarán en la irrelevancia. El lugar de los perdedores políticos”. La imagen que lo acompañaba mostraba a un camión de la basura pintado con la palabra “Corbyn”.
Este problema afecta asimismo al Guardian. De acuerdo con un estudio de la London School of Economics acerca de la representación de Corbyn por parte de los periódicos en sus primeros dos meses como líder laborista (en otoño de 2015), cerca de una quinta parte de las noticias de este diario carecía de equilibrio. En conjunto, se estimaba que aproximadamente el 18% de su cobertura apoyaba a Corbyn, el 53% era neutral, y el 29% era negativo. Se trata de un equilibrio mejor que el de otros diarios liberales. Ciertamente, el Guardian disponía de voces más diversas y favorable a Corbyn que otros medios convencionales. Sólo el Guardian y el [Daily] Mirror apoyaron de modo entusiasta tanto al laborismo como a Corbyn en editoriales sobre las elecciones.
Pero las balanzas no quedaron todavía equilibradas. Yo mismo incluso, que apoyé en un principio la candidatura de Corbyn al principio y durante su campaña electoral, caí en la desesperación por su liderazgo durante el invierno tras una serie de fiascos en el Parlamento, y llegué a tuitear: “Ya he perdido toda mi fe”.
El resultado neto es que la fuerza política más dinámica que ha visto el país durante decenios se siente marginada por los medios, y no sólo por la prensa conservadora. Quienes han empleado tanta energía en la gran resurrección política, muchos de los cuales son jóvenes, se han sentido casi sin representación: a sus preocupaciones y pasiones no se les prestaba atención, eran incomprendidas o denigradas. Cuando han elevado sus quejas, los periodistas han reaccionado a menudo de forma airada, descalificando movimientos que han generado esperanza como una turba de troskos y rompehogares.
Esta respuesta ha resultado catastrófica en la era de las redes sociales. Lo que mucha gente de este movimiento advierte hoy es que hay un sólido bloque de periodistas bien situados de mediana edad que instruyen a jóvenes hundidos en alquileres y deudas para que abandonen sus esperanzas de un mundo mejor. ¿Por qué ha sucedido esto, hasta en aquellos medios que no son propiedad de multimillonarios?
Se debe en parte a que este sector, en el que la gente sin título podía antaño ir ascendiendo desde abajo, tiende hoy a seleccionar a sus concurrentes entre una reserva reducida, de instrucción superior. El uso de becarios hace aun más estrecha la selección. De donde quiera que vengan, a los periodistas, como media, les acaban pagando mejor que a la mayoría de la gente. Cualesquiera que sean las creencias que profesan, tienden a acabar inclinándose hacia sus intereses de clase.
Pero el mayor problema, creo, es que pasamos demasiado tiempo en compañía unos de otros, una tendencia que resulta fatal en un sector que se propone reflejar el mundo. Ha habido un esfuerzo notable por parte de algunos medios, entre ellos el Guardian, de salir de Westminster y oír las voces del resto del país. Esto está bien, pero no basta. Lo que cuenta no es solo la gente nueva y las nuevas ideas que te encuentras sino también las antiguas que dejas atrás. La primera ambición de un periodista debería consistir en conocer los menos periodistas posibles…para huir del salón de los espejos.
Los medios en su conjunto han sucumbido a una nueva “traición de los intelectuales”, absorbiendo primero las ideologías dominantes, y luego persuadiéndose unos a otros de que estos son los únicos puntos de vista que vale la pena mantener. Si queremos vindicar alguna relevancia en estos tiempos de flujo y de crisis, nos hace falta ampliar urgentemente la reserva de colaboradores y perspectivas.
Deberíamos reclutar de forma activa gente de orígenes más humildes y diversificar nuestro conocimiento de expertos. Las redacciones tienden a estar pobladas por licenciados de humanidades. En el curso de los años, me he visto explicando a otros periodistas cómo calcular porcentajes, que en dos órdenes de magnitud mayor no significa doble y que animales y mamíferos no son sinónimos. Hay una falta de contacto no sólo con la mayoría de la población sino también con el mundo material y sus parámetros físicos.
Tenemos que hacer preguntas sobre todos y cada uno de los puntos de la agenda de los medios y sobre la forma en que se encuadran. Deberíamos preguntarnos dónde están nuestros intereses…y cómo podríamos evitar reproducirlos. Y en la mayor medida posible, deberíamos evitarnos unos a otros como la peste.
* George Monbiot es uno de los periodistas medioambientales británicos más consistentes, rigurosos y respetados, autor de libros muy difundidos como The Age of Consent: A Manifesto for a New World Order y Captive State: The Corporate Takeover of Britain, así como de volúmenes de investigación y viajes como Poisoned Arrows, Amazon Watershed y No Man’s Land.
Fuente: The Guardian, 13 de junio de 2017
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