Por Angelina Uzín Olleros *
La palabra “desaparecido” tiene una dolorosa memoria en nuestro pasado. Muchos creímos que era sólo un dato de una historia imposible de repetir. Hoy debemos reaprender que las políticas excluyentes van acompañadas por prácticas de poder que no toleran límites que defiendan a las víctimas.
La filosofía me enseñó entre tantas otras cosas que siempre es más lo que ignoramos que lo que sabemos, desde la tradición socrática estamos advertidos de esto, tornarse consciente del estado de ignorancia no nos convierte en impotentes pero sí nos anuncia la imposibilidad de saber todo, de poder abarcar todos los saberes. Gastón Bachelard decía que el primer paso para cualquier investigación es el poder romper con la ilusión del saber inmediato.
Otra cuestión que me aporta la filosofía es la de poder mirar en una perspectiva más panorámica a los problemas, salir de los localismos para sobrevolar de modo espacial y temporal las situaciones.
Pero, y no puedo dejar de decirlo aquí, la tentación de detenernos en las construcciones teóricas trae muchas consecuencias prácticas que nos impiden ver la coyuntura; en teoría podemos la mayoría de las veces plantear de modo tajante las conjeturas, los esquemas, las conclusiones.
Es por esto último que pienso en la dificultad que trae aparejado el sujeto trascendental que da fundamento al sujeto de los derechos humanos, un sujeto universal tanto en el plano gnoseológico como en el plano moral. O el sujeto arrojado a la existencia, en la filosofía existencial, pero que no se piensa como un sujeto concreto que fue arrojado a los campos de exterminio y a las cámaras de gas.
En la desaparición forzada de personas los sujetos fueron borrados, no sólo sus cuerpos; la intención ha sido y es la de hacer desaparecer con el cuerpo un mundo simbólico, una cultura, una militancia, un reclamo. Los sujetos desaparecidos quedan en un no-lugar, esos hombres y mujeres que son arrojados desde la nada al mundo como afirma el existencialismo, en la desaparición forzada son arrojados hacia la nada.
Nuestra sociedad y nuestras instituciones tardaron un tiempo en poder decir que la dictadura no era sólo militar sino que fue una dictadura cívico-militar a lo que tiempo después agregó cívico-militar-eclesiástica. La participación de civiles y grupos empresariales en el Golpe del ’76 ya no se puede negar, no se puede ignorar.
En esa encerrona trágica que significó para nuestro país la dictadura, emergieron grupos como tercero de apelación al decir de Fernando Ulloa, fueron los organismos de derechos humanos. Esos organismos han sido y son constituidos por los familiares de los desaparecidos: las madres, las abuelas, los hijos. Esto ha dado lugar (desde el no-lugar de la desaparición) a una nueva estructura de parentesco, que a mi entender abre al ámbito social y político la cuestión “familiar”: porque cada vez que el equipo de antropología forense identificó restos de un desaparecido, ésa aparición aportó a toda la sociedad argentina una verdad del destino de los ausentes; cada vez que el banco de datos genéticos identificó a los hijos y les restituyó su verdadera identidad, nuestra sociedad recuperó esas identidades.
Hoy podemos ver las trayectorias de las políticas de derechos humanos en Argentina, sus características y sus diferencias, en la década de los ’80 con el advenimiento a la democracia en el año 1983, los juicios a las juntas y las leyes de punto final y obediencia debida; en la década de los ’90 con el avance del denominado neoliberalismo, los indultos; y en los comienzos del siglo XXI, concretamente el año 2003, con la reapertura de los juicios previa anulación de las leyes de impunidad. Cada época, o década nos deja un material para analizar, sobre todo en lo concerniente a la desaparición forzada, pactos, convenciones, leyes.
La desaparición forzada de Santiago Maldonado nos desafía a reflexionar sobre la actual política en derechos humanos desde diciembre de 2015, que renueva la encerrona trágica. Negar el número de desaparecidos, traer la propuesta de una nueva campaña del desierto, luego el propósito del dos por uno para los genocidas y los represores…
También la desaparición de Santiago nos trae a la memoria colectiva la historia de la lucha y el reclamo de los pueblos originarios, retomando la postura de historiadores, antropólogos, pensadores que ubican, sitúan como antecedente de la desaparición forzada y la apropiación de niños al siglo XIX, afirmando que el estado se construyó desde un genocidio.
En la línea de “continuidades” en la historia argentina, muchos de los que formaron parte del grupo de civiles que apoyaron, acompañaron y fueron funcionarios de la dictadura, Martínez de Hoz es un ejemplo emblemático. Así lo muestra “Awka Liwen” (Rebelde Amanecer) [disponible en: http://www.awka-liwen.org/awkaliwen.html] el film de Osvaldo Bayer, Mariano Aiello y Kristina Hille. Los descendientes de la familia Martínez de Hoz iniciaron juicio por el contenido de la película y el “protagonismo” de sus ancestros en esta genealogía. En este film Bayer se propone abordar la historia de los pueblos originarios a partir de la convicción del genocidio del que fueron víctimas en el siglo XIX.
Diana Lenton, doctora en antropología y referente de la Red de Investigadores sobre Genocidio y Políticas Indígenas, nos ilustra al mismo tiempo sobre la participación de los ancestros de la familia Bullrich en este proceso, en una entrevista con Canal Abierto, Lenton da cuenta del conflicto territorial en el que se da la desaparición forzada de Santiago Maldonado, repasa el marco en el que surgen los argumentos que sostienen la idea de que el pueblo mapuche es extranjero, y desnuda el entramado histórico donde el apellido Bullrich tiene mucho que ver con la usurpación de esas tierras.
La historia está habitada por rupturas y continuidades, por el juego de memoria y olvido, a partir de estas circunstancias la sociedad se divide y se enfrenta. Ante la desaparición forzada de Santiago aparece una nueva encerrona trágica en el presente; quiero afirmar sin temor a equivocarme, que hoy junto a los organismos de derechos humanos y los familiares de los desaparecidos el tercero de apelación somos el pueblo argentino.
Lo decimos en la calle, en el espacio público, en las redes sociales, en las instituciones, el pueblo hoy recupera su verdadero sentido, su auténtica etimología, no somos el impersonal “la gente”, somos el pueblo reclamando aparición con vida de Santiago Maldonado, exigiendo verdad y justicia desde el ejercicio de la memoria.
* Angelina Uzín Olleros – Profesora de Filosofía, Psicología y Pedagogía, Instituto Nacional del Profesorado de Paraná; Maestría en Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER); Mención en Filosofía Política en Filosofía; Doctora en Ciencias Sociales, Université Paris 8 (Francia); Docente en Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) y Universidad Nacional de Rosario.
Fuente; La Tecl@ Eñe – Buenos Aires, 1° de septiembre de 2017