Por Guillermo Moreno
Ya hemos denotado que, al compás del desarrollo de la pandemia de Covid-19, y de las crisis colaterales que se han desatado a su paso, la reflexión en el terreno de la economía política ha quedado impregnada por numerosas hipótesis sobre eventuales transformaciones radicales que emergerían, a posteriori de la peste, a nivel global.
La justificada ansiedad por la previsión de los rasgos esenciales de la configuración del orbe pasados los confinamientos, no sólo ocupa los esfuerzos de intelectuales e investigadores abocados a tales campos, sino que estos debates también empiezan a poblar los medios de comunicación masivos e, incluso, a compilarse en publicaciones oficiales (1).
Sin embargo, debemos señalar, la insistencia en la interpretación de la realidad desde los marcos teóricos y las categorías analíticas propias de los procesos económicos, políticos y sociales del siglo XX limita la comprensión de los fenómenos en curso y, por ende, de su continuación.
(Este debate complejo, aún en ceñida síntesis, será abordado en dos artículos).
Los conceptos adecuados
Suponer que la globalización sigue siendo el modelo hegemónico y excluyente, y que sus eventuales alternativas no son otras que las que signaron al mundo entre la Revolución Bolchevique y la caída del muro de Berlín, acota sensiblemente el repertorio de conceptos necesarios para decodificar correctamente el presente y el devenir.
Hemos insistido desde estas páginas en advertir sobre la emergencia de un Nuevo Orden Internacional (NOI) que, en contraposición con la buscada uniformidad basada en el predominio del librecomercio y las premisas del Consenso de Washington, se cimenta en la construcción de modelos nacionales diversos capaces de poner en valor sus vectores de competitividad.
Así, la homogeneidad dio paso en la centralidad a lo heterogéneo, en una dinámica en esencia tensa y confrontativa.
Este NOI se sustenta, en el ámbito de las representaciones, en diversas formaciones políticas (partidocráticas, frentistas o movimientistas) que, ya sea por la redefinición de las antiguas o por su emergencia como novedad, encarnan diferentes versiones de nacionalismos, que precisan su “carácter” en el plano del conjunto social al que delimitan como “nación”.
El predominio de los nuevos actores protagónicos se basa tanto en el fracaso de las alternativas que sustentaron el período anterior como en su capacidad de encarnar la superación de las marcadas desigualdades que provocó a su paso.
Pero, en no pocas oportunidades, esta aspiración a la ampliación de la prosperidad demarca también una nueva línea imaginaria que, establecida desde determinadas matrices ideológicas, define a priori a los conjuntos que serán excluidos de la distribución de los beneficios.
De allí nuestra insistencia sobre el relieve que adquieren las categorías analíticas de la inclusión y su contracara la exclusión, como carácter central de los ordenamientos sociales fronteras adentro de cada Nación.
Aquel mundo ya no existe
A riesgo de ser reiterativos, vale la pena repasar los porqué de la caducidad de la globalización y los de la segura supremacía del NOI.
El sustrato, en términos económicos, del orden emergente a posteriori del derrumbe del bloque socialista, lo constituyó principalmente el aumento logrado, por algunas corporaciones empresarias, de su rentabilidad, mediante la internacionalización de las cadenas de producción. Así, aprovechando los bajos salarios pagados en otras partes del mundo, disminuyeron sus costos, y tomando al planeta entero como un mercado único, incrementaron su oferta.
En su arquitectura institucional, jugaron un papel relevante los organismos internacionales creados por los vencedores de la II Guerra Mundial, que ya sin el “contrapeso” de la antigua Unión Soviética se erigieron en las instancias reguladoras de las relaciones entre países, como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) dotadas de amplias facultades punitivas sobre quienes osaran desafiar las reglas de la liberalización irrestricta del intercambio comercial de bienes y servicios. Completaron ese mapa, las uniones aduaneras y los acuerdos de librecomercio.
Finalmente, en términos de representaciones políticas, la globalización se expresó a través de formaciones de identidad neoliberal o socialdemócrata, que disputaron, como tendencia general, el acceso a las riendas de los estados en el marco de las democracias representativas.
Tal esquema no estuvo exento de perjuicios, ya que incrementó las desigualdades sociales a niveles nunca vistos, afectando incluso a aquel país que aparentaba ser el principal beneficiario, al provocar una profunda crisis en sus complejos industriales, siendo a su vez penetrado en su zona de confort por fuertes competidores (la Unión Europea y la República Popular China). Como correlato, el ámbito de la representación política también resultó impactado.
Es fácil comprender el porqué de la caducidad de la hegemonía de la globalización cuando se atiende a estas dimensiones y con sólo considerar el papel de la primera potencia mundial, abstrayéndonos, por razones de espacio, de la condición de posibilidad del NOI, y a la vez su garante: el vector energético.
Desde la llegada de Trump a la presidencia como expresión orgánica del establishment productivo norteamericano, los EE. UU. se convierten en el principal impulsor de las políticas de relocalización de las industrias, demoliendo los cimientos del orden internacional precedente, ya que ahora, en vez de garantizar el libre flujo del intercambio mediante la OMC, han paralizado a esta institución, además de convertir a la otrora demonizada Administración del Comercio Exterior en un instrumento gravitante de su política económica.
Asimismo, en cuanto a las “áreas de libre comercio”, no sólo se retiraron del pretendido Acuerdo Transpacífico, sino que dieron por tierra con el antiguo NAFTA (North América Free Trade Agreement) estableciendo nuevos pactos con México y Canadá centrados en la modificación de condiciones perjudiciales para la industria manufacturera norteamericana, redefiniéndolo en el actual UMSCA (United States, Mexico, Canadá Agreement).
Similar tránsito es el que se manifiesta cuando posamos la mirada en el “viejo continente”, en el que se fortalecen, elección tras elección, las alternativas antieuropeístas, y cuyo punto cúlmine, hasta ahora, fue la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea.
Estos nuevos nacionalismos, en numerosas ocasiones, trazan límites fronteras adentro de sus sociedades, expulsando de la condición de ciudadanía plena a segmentos poblacionales numerosos.
Estas expresiones, a las que genéricamente llamamos “nacionalismos de exclusión” resultan opuestas por el vértice a los “nacionalismos de inclusión” que encarnan en las principales tradiciones políticas de nuestra Patria, así como en el mensaje del papa Francisco cuando representa al mundo como un poliedro que es “() la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.”( Papa Francisco- Evangelii-gaudium)
El mundo que será
Como señalamos semanas atrás, esta crisis sanitaria no habrá hecho más que catalizar los rasgos dominantes del NOI que desde esta columna venimos describiendo, y exacerbar la “III Guerra Mundial en cuotas” (2) por los puestos de trabajo, resultando esperable a su salida, la vigorización de los entramados productivos nacionales, a partir de la puesta en valor de sus propios vectores de desarrollo.
El “carácter” de las representaciones en las que tal proceso encarnará, es lo que se encuentra abierto a interrogantes y disputa: un antagonismo irreductible entre la exclusión y la inclusión.
Al respecto, decíamos tiempo atrás:
“En el principio del proceso que daría fin a la globalización, los intentos de resolver la crisis económica apelando a diferentes dosis de los mismos remedios, no sólo resultaron vanos, sino que contribuyeron a agravar la situación.
Del desgaste que ese fracaso produjo sobre las representaciones políticas tradicionales, emergieron nuevas expresiones, basadas tanto en el rechazo a los “procesos de integración regional”, como en el desprecio hacia sectores sociales que cumplieron el papel de chivo expiatorio de las desdichas.
Así, en pocos años, estas expresiones del “nacionalismo de exclusión” pasaron a ser la primera o la segunda fuerza política en muchos países ().
Si las crisis que atraviesan las economías de Iberoamérica son tratadas con los antiguos manuales de la globalización, los fracasos tenderán a perpetuarse. O, tal vez, darán a luz proyectos de nacionalismo de exclusión, que desplacen, reconfiguren o reemplacen a las actuales representaciones políticas.”
Eludir tales acechanzas en nuestro país dependerá, en gran medida, del camino que se elija (dicotomía que también examinaremos en mayor detalle en la segunda parte de esta nota) para dar sostenibilidad a su propio modelo económico.
No hay duda de la presencia de sectores que pretenden obtenerla a partir del infraconsumo de extendidos segmentos de la población.
En sentido contrario, se erige el sendero de un Modelo de Desarrollo Económico Permanente y Sustentable (MoDEPyS) orientado a la producción, capaz de objetivar un nacionalismo de integración e inclusión.
(Continuará).
(1) “El futuro después del Covid-19”. Programa Argentina Futura
(2) Por ejemplo, en el caso de la industria automotriz, promoviendo la mejora de los salarios y las condiciones de contratatación en México)
(3) Denominación utilizada por el Papa Francisco para el contexto confrontativo que caracteriza la era
(4) Sigla de United States, Mexico, Canada Agreement.
(5) Papa Francisco. Evangelii-gaudium
(6) “Un futuro posible”. BAE, 27/4/20.
(7) Denominación utilizada por el papa Francisco para el contexto confrontativo que caracteriza la era.
(8) “Las Américas y el Nuevo Orden Internacional”. BAE, 27/1/20.
* MM y Asociados
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