Larry Elliott *
La concentración del capital, proceso que parece indetenible, está en manos de ciegos que ignoran que la próxima crisis no hará excepciones. Los que más tienen más perderán. Esperemos que tomen conciencia a tiempo.
Hay en Suiza ciudades más hermosas que Davos, pero los elevados Alpes que rodean el valle en que se asienta son de perfecta imagen de tarjeta postal, sobre todo cuando el sol naciente besa al amanecer la cima de las montañas. Pero las apariencias pueden ser engañosas y las barreras antinieve que ciñen las laderas son un recordatorio de que este es un país de avalanchas, imponente pero frágil.
Una mejora sincronizada de la economía global ha disipado el pesimismo que había en el aire desde la crisis financiera de hace una década. Los florecientes mercados bursátiles dan a entender que los multimillonarios que pasarán los próximos días exteriorizando su preocupación sobre la desigualdad son considerablemente más ricos de lo que eran hace un año.
En enero pasado existía el temor de que el mundo no se sacudiera nunca la melancolía del derrumbe bancario de 2008. Ahora se habla de una vuelta a la Gran Moderación, el periodo de finales de los 90 y principios del 2000 cuando el crecimiento era robusto y la inflación, reducida.
Pero la Gran Moderación fue siempre más trémula de lo que parecía a primera vista, erigida como estaba sobre cimientos de deuda, especulación, precios de activos en ascenso y un mundo dividido entre países con superávit comercial y otros con déficit. Como hacía notar la semana pasada el informe sobre riesgos globales del Foro Económico Mundial [FEC – World Economic Forum, nombre oficial de las reuniones de Davos]: “La economía global se enfrenta a una mezcla de vulnerabilidades de larga data y nuevas amenazas que han surgido o evolucionado en los años transcurridos desde la crisis”. Hablar de una nueva Gran Moderación parece prematuro. La Gran Fragilidad estaría más cerca de la verdad.
Empecemos con los mercados financieros, donde se establecen nuevos registros inéditos en el precio de las acciones prácticamente a diario, aun cuando los inversores saben en su fuero interno que se avecina un serio correctivo. Todas las evidencias recientes sugieren que los mercados financieros van a volverse más alcistas, lo que aumenta las posibilidades de que el serio correctivo se convierta en un crac.
Los personajes del mercado no están verdaderamente interesados en nada que cuestione su visión color de rosa: ¿crecimiento, del déficit presupuestario norteamericano, mayor rendimiento de los bonos, aumentos más rápidos de lo esperado de las tasas de interés de los bancos centrales? ¿Para qué preocuparse por el cierre administrativo del gobierno norteamericano cuando el Fondo Monetario Internacional se está volviendo más optimista respecto al crecimiento en Norteamérica, Japón y la eurozona? ¿No es probable que Beiying ralentice la economía china sin un crac? ¿No son las presiones inflacionarias tan tenues que los bancos centrales no sufren presiones reales para elevar los tipos de interés rápidamente? Llegan recortes de impuestos. Todo lo cual significa que los precios de las acciones sólo pueden seguir una dirección: hacia arriba. Ya hemos pasado por esto: en 2006 y a principios de 2007.
La misma temeridad se aplica al medio ambiente, aún más si cabe. Los líderes globales se dieron grandes palmadas en la espalda cuando firmaron el acuerdo de París sobre cambio climático a finales de 2015, pero su compromiso no bastará para evitar un aumento catastrófico de las temperaturas globales, aun en el improbable caso de que se ciñan a ello. Las señales de aviso – el año más cálido registrado sin ser de El Niño, una demoledora temporada de huracanes y el primer aumento de las emisiones de CO2 en cuatro años – están en rojo. Al hacer notar que se está perdiendo biodiversidad conforme aumenta el ritmo de extinción masiva y que la contaminación del aire y del mar plantean una creciente amenaza a la salud humana, el FEM hizo este comentario, sencillo pero aterrador: “Hemos ido empujando nuestro planeta al abismo y el daño está quedando cada vez más de manifiesto”. Mucho se hablará esta semana en Davos de crear una economía libre de carbono, pero esa retórica no cuadra realmente con los mil vuelos estimados en aviones privados a y desde Suiza para este acontecimiento de cinco días de duración.
Davos es como una gigantesca urbanización privada con vigilancia en la que el 1% puede mezclarse, unos con otros, y fingir preocuparse por el otro 99%. La vida parece y se ve diferente al otro lado del cordón de seguridad, donde para muchos los niveles de vida se han estancado o han crecido sólo de manera muy modesta en la última década. Las migraciones masivas y la revuelta contra las élites sugieren que el 99% está harto de esperar a que el 1% aparezca con un plan para hacer el mundo más justo. Los líderes empresariales insistirán esta semana en Davos en que se necesitan más inversiones en educación y formación para que la fuerza laboral esté preparada para enfrentarse al reto que plantea la inteligencia artificial. Nadie sugerirá que sus empresas podrían contribuir a sufragar esto si dejaran de evitar el pago de impuestos.
Se celebrarán esta semana actos organizados por la Fight Inequality Alliance [Alianza para Luchar contra la Desigualdad], que ha reunido a movimientos sociales, grupos de derechos de mujeres, sindicatos y ONGs de treinta países, en montañas de un género diferente: montañas de basura y montículos sacados de minas a cielo abierto. Las migraciones en masa son a la vez expresión de una creciente fragilidad social, y un factor que se oculta tras ella, que ha engendrado desconfianza en la política, los políticos y las instituciones políticas.
En los dieciocho años transcurridos desde que Bill Clinton habló en Davos – el último presidente norteamericano que lo hizo –, la idea de que la globalización demostraría ser una fuerza unificadora ha ido feneciendo de muerte lenta. El mundo era un lugar distinto en 2000 del que es hoy: eso fue antes del 11 de septiembre, de la Guerra de Irak, antes de la crisis financiera y del colapso de la ronda de Doha de negociaciones comerciales.
Puesto que ha quedado claro que no podemos fiarnos de los organismos e instituciones multilaterales para llegar a la buena vida, los electorados han ido a buscar protección cada cual en su propio gobierno. De los ciberataques con patrocinio del Estado a las amenazas de guerras comerciales, el nacionalismo está en auge.
De modo que esta es la realidad de Davos este año: fragilidad económica, fragilidad ambiental y fragilidad política. Y vale la pena recordar que cuando hay amenaza de avalancha, un tiro de fusil o un mugido inoportuno incluso puede echar abajo la montaña entera.
* Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures [Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se ha jugado nuestro futuro].
Fuente: The Guardian, 21 de enero de 2018
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