Las violencias ocultas del sexismo institucional. Por Nancy Giampaolo

Por Nancy Giampaolo

La violencia contra las mujeres es el gran tema de la agenda desde que despegó la masificación de los movimientos de género y el gobierno de Mauricio Macri viene capitalizándola a través de un sinnúmero de acciones (entre las que la flamante Ley contra el acoso callejero es una de las que se anunció con mayor rimbombancia). Durante los últimos años, se viene hablando de mujeres violentadas diariamente en los medios de comunicación, bajo el supuesto de la visibilización como método eficaz para señalar un problema que necesita urgente solución. Sin embargo, estadísticas relevantes, como la de femicidios, no mejoran: el número de víctimas que los diversos colectivos feministas argentinos manejan, se mantiene igual desde 2015 o amenaza con crecer.

Esto evidenciaría que la exposición mediática selectiva no alcanza para favorecer los resultados concretos, al tiempo que invisibliza otras violencias que parecen inexistentes para algunos sectores de un feminismo radicalizado en sus formas que cobra, al decir de la antropóloga Rita Segato –disertante VIP de la última edición de la Feria del libro de Buenos Aires pese a no ser escritora- un carácter “punitivista” que lo mantiene afincado en una “subjetividad” que no deja ver “daños colectivos”. Muchas voces insisten en que la visibilización de todas las violencias es un camino viable para combatir la violencia contra las mujeres, siguiendo una lógica plausible: una sociedad violentada difícilmente pueda mantener a un grupo en particular fuera de esa violencia generalizada. En este panorama reaparece un viejo concepto que, también según Segato, merece profundizarse: “El mandato de la masculinidad”, un mecanismo de larga data que juega un rol crucial en la problemática de género.

“Literalmente, el término patriarcado significa gobierno de los padres. Ideológicamente, este concepto se refiere a una organización social donde se beneficia sistemáticamente al hombre y se oprime sistemáticamente a la mujer por su condición de género. También implica la existencia de una dominación masculina sobre el género femenino. Es así como todo hombre formaría parte de una clase dominante cuyos privilegios se obtienen a costa de la clase dominada compuesta por la totalidad de las mujeres” con estas palabras arranca “Aportes para una perspectiva humanista” un documento elaborado desde el “Centro de Investigaciones Roberto Carri” y publicado en la edición digital de revista “El Descamisado” que aborda la cuestión de la violencia interpersonal desde una perspectiva pluralista: “Otra forma de concebir al sistema de género implica una posición heterodoxa – continúa el planteo-. El término sistema de género tradicional da cuenta de una matriz cultural que organiza las identidades de género según mandatos, roles y tipos ideales a seguir. En otras palabras, como cualquier otro hecho social (Durkheim, 1975), el sistema de género tradicional socializa a las personas de una determinada manera. A diferencia de los términos anteriores, este concepto no contempla la existencia de una clase subordinada y otra dominante, sino que hace referencia a una matriz cultural que determina los roles y mandatos de las personas según su género. A grandes rasgos, se puede decir que el sistema de género tradicional forma al hombre como protector y proveedor de la familia, mientras que forma a la mujer como administradora del hogar y responsable de la crianza de los hijos. Los perjuicios comienzan cuando el sujeto quiere moverse de ese rol asignado o cuando ese rol asignado implica desventajas”.

El texto jaquea el discurso monolítico que masivamente se impuso en cuanto a la articulación entre género y violencia: “En el marco teórico ortodoxo (el patriarcado) la violencia de género hace referencia a la violencia contra la mujer ya que la colectividad femenina está oprimida por la colectividad masculina. Si en cambio utilizamos el marco teórico heterodoxo (el sistema de género tradicional) podemos observar que la violencia de género hace referencia a la violencia contra la mujer o al hombre por encarnar su rol de género o por intentar no encarnarlo”.

De esto modo, se llega a un problema que, particularmente en nuestra sociedad, tiene mucho de tabú: los hombres violentados por sus parejas. ¿Cuáles son los entretelones de este tipo de violencia y por qué los hombres que la padecen temen o no sienten la necesidad de alzar su voz? “El mandato masculino –continúa el documento- contempla tolerar la recepción de violencia hacia el sujeto masculino, legitimada en la sociedad. Se supone que no es tan grave si un hombre es agredido físicamente por una mujer. Esta idea generalizada le quita importancia a este tipo de agresión física y puede desalentar al hombre a buscar ayuda. Un argumento que suele quitarle importancia a este tipo de agresión se basa en los diferentes promedios de masa corporal que tienen los hombres y las mujeres, pero pasa por alto varios hechos. Primero, una mujer puede utilizar un elemento externo para agredir al hombre. Segundo, se pasa por alto el elemento simbólico que una agresión de este tipo implica, la agresión se puede cometer en una relación de dominación donde el hombre decida no defenderse por sometimiento o por miedo a tener que entrar en un forcejeo físico para defenderse y lastimar a la agresora”.

A este temor, puede añadirse ahora la intimidación del escrache virtual, replicado en fractales a partir del caso Darthes y condenado por muchas feministas como Segato: “Si las feministas en términos históricos hemos defendido el derecho al justo proceso, no podemos defender el escrache. Tiene que haber un derecho a la interlocución con el acusado, si no estamos cayendo en los mismos funcionamientos de aquellos que consideramos ser nuestros antagonistas de proyecto histórico. Yo no quiero un cambio de manos del poder, de la capacidad de opresión, de la reducción del otro mediante la burla y el escarnio”.

En este sentido parece fundamental revisar los postulados sexistas que habitualmente maneja la justicia, paradójicamente injustos para ambos sexos y con corolarios dramáticos. Para las mujeres que padecen violencia doméstica, se suele ofrecer una medida perimetral que, como se sabe a partir de las noticias, es frecuentemente sorteada por los agresores sin que eso suponga una sanción grave en los hechos. En el caso inverso, sucede algo consonante que el texto “Aportes para una perspectiva humanista” desglosa con claridad: “… la mujer puede amenazar con denunciar al hombre si este se le opone. En concordancia con esto, los roles de género le darán la razón a su testimonio, porque existe la idea sexista de que, en la agresión, el hombre siempre es el elemento activo (golpeador) y la mujer el elemento pasivo (golpeada). Si el hombre, aun así, logra sortear estos obstáculos, puede evitar buscar ayuda (ya sea recurriendo a sus afectos, a las instituciones que prestan asistencia psicológica o a la policía) porque le puede resultar humillante. Esta humillación puede, en gran parte, provenir de su estigma de hombre golpeado ya que esto implica una desviación con respecto a su mandato de género. Aun si sortease todos estos obstáculos, el hombre golpeado pueda ser ignorado o insultado por las instituciones que podrían poner fin al flagelo. Un ejemplo es el de Alfredo Turcuman, llamado “maricón” cuando se presentó en la comisaría para denunciar a su esposa. Luego de este hecho, Turcuman fue asesinado por ella. También suele suceder con sectores del feminismo ortodoxos que ven en esta denuncia un intento patriarcal y androcéntrico de correr la mirada sobre las víctimas femeninas y por eso no se solidariza con este tipo de víctimas. Esta idea puede estar presente en ONGs o instituciones estatales que trabajen contra la violencia de género, dejando un vacío asistencial para víctimas masculinas. No existen políticas públicas que contemplen este problema. Por ende, el hombre golpeado no tiene refugio o línea telefónica a la cual acudir, ni a una comisaría donde se lo tome en serio”.

Por otra parte, ni los medios ni la justicia ni ninguna expresión del variopinto abanico del “movimiento feminista” parecen dar suficiente relevancia a la violencia existente en parejas no heteronormativas, pese a que encierra situaciones gravísimas para mujeres, hombres y trans, como se vio con Mariel Rodríguez, asesinada a golpes por su novia Sabrina Pereyra, en octubre del año pasado. En este sentido, resultan esclarecedores los análisis de algunos profesionales, como la psicóloga Belén Toriacio, activista en La Fulana, que explicó en una entrevista que “es muy difícil para una lesbiana asumir que se encuentra en una situación de violencia” y que la violencia en parejas del mismo sexo “está deslegitimada” porque popularmente se asume que “no puede haber violencia de parte de una mujer y menos hacia otra mujer, cuando quieren denunciar a su compañera, en la comisaría lo caratulan como ‘riña’. Con las parejas de hombres el concepto que subyace es que ‘si sos varón, tenés que saber defenderte”.

Quizás, la salida más sólida para erradicar la violencia contra las mujeres tenga más que ver con el compromiso de auscultar en la realidad de la sociedad en su conjunto, mediante investigaciones interdisciplinarias de espíritu no sectario que apunten al sexismo en cualquiera de sus formas.


-Fuentes utilizadas:

http://www.eldescamisado. org/2019/01/30/aportes-para-una-perspectiva-humanista-en-los-conflictos-interpersonales/
http://www.agenciapacourondo.com.ar/generos/rita-segato-el-feminismo-punitivista-puede-hacer-caer-por-tierra-una-gran-cantidad-de
https://rinacional.com.ar/sitio/rita-segato-tirar-mandato-la-masculinidad-la-unica-forma-cambiar-la-historia/
http://www.diariohuarpe.com/actualidad/policiales/claudia-moya-la-asesina-de-alfredo-turcuman-se-casa-en-la-carcel/
http://www.eldiarioentucuman .com.ar/noviazgos-violentos-en-parejas-gay-un-drama-secreto-que-empieza-a-salir-del-closet/
https://www.clarin.com/sociedad/historia-mujer-mato-golpes-novia-confeso-crimen-jefe_0_YmnjuEF_k.html

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