Izquierda y autodeterminación
Por Juan Manuel de Prada
Leemos, como remate de las vacaciones, ‘Una crítica marxista al derecho de autodeterminación’ (Almuzara), un lúcido ensayo de Santiago Armesilla que indaga en la paradójica sumisión de la izquierda a la idea nefasta de autodeterminación, de raigambre protestante, liberal y romántica.
Para Armesilla –que se define como «materialista político», discípulo de Marx y Gustavo Bueno–, la idea de autodeterminación es «un cuento de fantasía», al estilo de las irracionales quimeras urdidas por el Barón de Münchhausen: «Ningún sujeto puede autodeterminarse –escribe, con gran sentido común–, como tampoco ningún territorio, población o Estado, sin codeterminarse con sus homólogos, sin re-conocerse entre sí», por la sencilla razón de que nadie «puede ser causa de sí mismo». Así pues, el llamado «derecho de autodeterminación» no es para él otra cosa sino la concesión de un «privilegio de secesión»; y quien concede dicho privilegio lo hace porque cree –a veces con mentalidad cortoplacista– que lo beneficia. Con frecuencia –añade Armesilla–, «se trata de una herramienta geopolítica utilizada para debilitar el poder de los Estados enemigos por aquellos otros Estados que lo fomentan cínicamente como forma excelsa de democracia, de defensa de la libertad o de los derechos humanos».
Armesilla explora la filiación filosófica de la autodeterminación, que encuentra en el nominalismo, el protestantismo y la Ilustración inglesa y francesa, hasta su primera plasmación en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776). Luego esta idea, por influencia inglesa y francesa, se infiltraría en el caletre de los llamados ‘libertadores’ iberoamericanos y, en general, sería durante todo el siglo XIX bandera del liberalismo político y del nacionalismo romántico. Con el proceso de descolonización asiático y africano, el «derecho de autodeterminación» se convertiría en un derecho jurídicamente vinculante, refrendado en diversas resoluciones de la ONU.
Pero, ¿cómo se explica que una idea con una genealogía política semejante haya sido abrazada por la izquierda? Marx arremetió sin ambages contra la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), considerando «enigmático que un pueblo que comienza […] a fundar una comunidad política proclame solemnemente la legitimidad del hombre egoísta, disociado de sus semejantes y de la comunidad, que lance esta proclama en un momento en que sólo la más heroica abnegación puede salvar a la nación». Y Engels criticó vehementemente a los federalistas alemanes, a quienes consideraba un impedimento para la actividad revolucionaria, que requería una república centralista y unitaria.
Sería Lenin quien impondría en la URSS un modelo federal y autodeterminista que, a la larga, la llevaría al colapso. ¿Cómo se explica este error cenital? Lenin necesitaba sumar a su causa a las ‘naciones oprimidas’ por los zares de Rusia, en su lucha contra la burguesía; y desobedeció las tesis marxistas sobre el modelo de Estado, para ganárselas y convertirlas en ‘repúblicas soviéticas’, sin reparar en que el autodeterminismo significaba la ruptura de la unidad de la clase obrera y con ella la destrucción de su capacidad de acción para elevarse a la condición de clase nacional. Posteriormente, este error de Lenin –nos explica Armesilla– formaría un cóctel letal con la confusa idea de ‘nación’ de Stalin (un zurriburri de elementos étnicos, culturales y políticos). Y así sobrevendría posteriormente el desmembramiento de la URSS (y el de otros muchos países de su órbita que habían seguido su ejemplo, como Etiopía, Yugoslavia o Checoslovaquia).
El error, sin embargo, sería trasplantado por los soviéticos a la América hispánica, donde para contrarrestar el influjo del enemigo anglosajón, fomentaron el indigenismo (que tanto ha contribuido a alimentar la Leyenda Negra). Y en España, la sumisión ideológica del PCE al Komintern daría pábulo a un error por completo extraño a nuestra tradición política. Incluso tras la caída de la URSS en 1991, el PCE siguió defendiendo tales quimeras, según dejó escrito Carrillo: «Nosotros concebimos esta nueva democracia como un Estado multinacional, proclamando sin reservas los derechos nacionales de Cataluña, Euzkadi y Galicia, integrados en él no por coacción y la imposición del poder central, sino por su libre y voluntaria decisión. Los comunistas mantenemos firmemente el principio de autodeterminación de los pueblos y el derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia, a desarrollar y enriquecer su cultura, su lengua y sus libertades nacionales». Quimeras que se integrarían sin rebozo en el catecismo de las diversas izquierdas indefinidas o caniches surgidas por fragmentación o mero transformismo del viejuno PCE. Así, a juicio del lúcido comunista Armesilla, la izquierda se ha convertido en el tonto útil tanto del separatismo como del proyecto mefítico de la ‘Europa de las regiones’. Así, la izquierda se ha convertido en enemiga de la propia existencia de España y de la unidad de la clase obrera, incapacitándola para cualquier acción conjunta.
«¿Qué clase de socialismo o comunismo es ese –se pregunta– que privatiza una parte de la nación política, privando al resto de los trabajadores de España de la capacidad de ejercer su soberanía?». A Armesilla ya sólo le falta renegar de los conceptos liberales de ‘nación política’ y ‘soberanía’ para entender la única solución a este problema, que se halla en el pensamiento tradicional español.