La esperanza y la incertidumbre en tiempos de pandemia. Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Un intelectual y académico estadounidense, Howard Zinn (1922-2010), bastante olvidado hoy, acompañó su vida académica con su militancia política en defensa de los derechos humanos. Esta militancia le valió ser acusado en su país como anarquista. De ello se defendió diciendo que era un socialista democrático. Fiel a esta toma de posición realizó una carrera académica, docente, brillante y comprometida en defensa de los marginados.

Desde la década de 1960, fue un referente de los derechos civiles y del movimiento antibélico en los Estados Unidos. Es autor de más de 20 libros, incluyendo Declarations of Independence. Estudió Historia y Ciencias Políticas en el Spelman College de Atlanta, se doctoró en la Universidad de Boston y en la Universidad de Nueva York, graduándose con una Licenciatura en Historia. En la Universidad de Columbia, obtuvo una Maestría y un Doctorado en Historia con especialidad en Ciencias Políticas. Fue becario postdoctoral en Estudios de Asia Oriental en la Universidad de Harvard. Fue Presidente del Departamento de Historia y Ciencias Sociales en Spelman College, y Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Boston, en donde fue nombrado Profesor Emérito.

De su importante producción académica yo deseo destacar, y recomendar la lectura, de su libro A People’s History of the United States (editada en español como La otra historia de los Estados Unidos​  – 1980 [[1]]). Amigo lector, le sugiero prestar especial atención a la expresión A People’s History (una historia de la gente) que el traductor al castellano interpretó inteligentemente con la palabra “la otra” colocada en su título. No es una historia más de los EEUU, sino “otra” que se dedica a publicar todo aquello que le sucedió a ese pueblo y que no pareciera tener importancia como para publicarlo. En el 2003, Zinn fue galardonado con el Prix des Amis du Monde Diplomatique por la versión francesa del libro.

En una entrevista en 1998, Zinn dijo que había establecido la “revolución silenciosa” como su objetivo para escribir La historia de su pueblo. “No es una revolución en el sentido clásico de una toma del poder, sino de personas que comienzan a tomar el poder desde las instituciones”.

Escribe Zinn en el 2005:

“No nacimos críticos de la sociedad existente. Hubo un momento en nuestras vidas (o un mes o un año) cuando ciertos hechos aparecieron ante nosotros, nos sobresaltaron y luego nos hicieron cuestionar creencias que estaban fuertemente fijadas en nuestra conciencia – incrustado allí por años de prejuicios familiares, escolarización ortodoxa, consumo de periódicos, radio y televisión. Esto parecería llevar a una conclusión simple: que todos tenemos la enorme responsabilidad de llamar la atención de aquellos otros que no tienen la información necesaria, la que tiene el potencial de hacer que reconsideren ideas antiguas.

Nos advierte que su investigación histórica es también una denuncia de toda aquello que los académicos del establishment han ocultado en “la historia oficial”. Su país ha sido siempre muy meticuloso en la elaboración histórica que ha sido, sin la menor duda, una importante manera de hacer una propaganda encubridora.

En una nota que fue publicada en www.rebelión.org (2-12-2004) que llevó por título El optimismo de la incertidumbre reflexiona sobre la vida en este mundo convulsionado:

En este mundo atroz, donde el esfuerzo de la gente altruista a veces flaquea ante las acciones de aquellos que acaparan el poder, ¿cómo es posible mantener el entusiasmo y continuar activo? Tengo absoluta confianza no solamente en que el mundo va a mejorar, sino en que no deberíamos dar el juego por perdido antes de haber tirado todas las cartas. La metáfora es intencional: la vida es un juego. Al no jugar se descarta toda posibilidad de triunfo. Al jugar, al actuar, se crea al menos una posibilidad de cambiar nuestro mundo. Existe la tendencia a pensar que lo que vemos en el momento presente tiende a continuar indefinidamente. A veces olvidamos nuestro frecuente asombro ante el súbito derrumbe de las instituciones, ante los repentinos giros de conciencia en la gente, ante la inesperada rebelión contra la tiranía y ante el imprevisto colapso de sistemas de poder que en un tiempo parecían inmutables.

Afirma, de acuerdo a sus observaciones, algo que llama la atención en la historia de los últimos cien años, es su absoluta impredecibilidad. Por ejemplo se produjo una revolución que derrocó al zar de Rusia. «Esto logró, no solamente asombrar a las naciones imperiales más avanzadas sino que tomó por sorpresa al mismo Lenin, obligándole a viajar precipitadamente en tren a Petrogrado». Otro ejemplo ¿Quién hubiera previsto los insólitos cambios durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la embestida del ejército alemán a través de Rusia, hacía parecer una Alemania invencible? Terminó con la derrota del ejército alemán, con Hitler arrinconado en su búnker de Berlín, esperando la muerte.

Después de todo ello vino la posguerra y el mundo, una vez más, tomó un curso que nadie hubiera sido capaz de anticipar:

Nadie pronosticó la inmediata desintegración de los antiguos imperios occidentales después de la guerra, o la singular profusión de sociedades que serían creadas en los países recién independientes, desde el afable socialismo aldeano de Nyerere, en Tanzania, hasta la locura de Idi Amin en la vecina Uganda. El final de la Segunda Guerra Mundial encontró a dos superpotencias con sus respectivas esferas de influencia y control, en continua rivalidad por la hegemonía militar y política. Sin embargo, no lograron controlar los acontecimientos, ni siquiera en aquellos lugares considerados como sus respectivas esferas de influencia. La Unión Soviética fracasó en su intento de dominar Afganistán, y su decisión de retirarse después de una década de brutal intervención fue la evidencia más contundente de que no obstante la posesión de armas termonucleares, no es fácil subyugar una población resuelta. Estados Unidos ha enfrentado la misma realidad, emprendiendo una guerra a gran escala en Indochina, perpetrando el bombardeo más despiadado sobre una pequeña península en la historia del mundo, y aun así se vio obligado a retirarse.

De todo esto nos propone la siguiente reflexión: repasando este catálogo de enormes sorpresas, es evidente que la lucha por la justicia no se debe abandonar jamás por temor a los poderosos y a las ventajas que supuestamente posean:

Ese poder aparente se ha mostrado frecuentemente vulnerable a cualidades humanas menos tangibles que las bombas y los dólares: el temple moral, la entrega, la determinación, la unidad, la organización, la ingenuidad, la perspicacia, el valor y la paciencia, de parte de los más débiles se ha impuesto a los supuestos todopoderosos.

Apelando a sus propias experiencias personales nos ofrece una reflexión cargada de lo que va recogiendo de la vida diaria:

He intentado muchas veces unirme al pesimismo con que mis amigos ven nuestro mundo (¿o serán solamente mis amigos?), pero me sigo topando con gente que, a pesar de toda la evidencia de trágicos acontecimientos que pasan por todas partes, me transmiten esperanza. Especialmente la gente joven, de quienes depende el futuro. Dondequiera que voy, me  encuentro con gente así. Y más allá del puñado de activistas, parece haber cientos o miles más que son afines a las ideas poco ortodoxas.

Me parece muy importante no solo lo que dice sino como va enhebrando sus ideas para ir abriendo un camino que dé lugar a la esperanza. La esperanza nos habla de un esperar, aunque nada nos muestre en lo inmediato que las cambios ya llegan. Hace una importante advertencia que está sostenida por sus largas e importantes investigaciones:

«El cambio revolucionario no llega en un momento turbulento (¡cuidado con esos momentos!) sino como una infinita sucesión de sorpresas, rumbo a una sociedad más digna».

No es necesario emprender acciones sobresalientes o heroicas para participar en el proceso del cambio. Los actos pequeños, cuando son multiplicados por millones de personas, pueden transformar el mundo. Agrego una vieja advertencia de la sabiduría china: «Muchos pequeños hombres, en muchos pequeños lugares, haciendo muchas pequeñas cosas… cambiaron el mundo». Termina Howard Zinn con este reflexión, cargada de la sabiduría:

Tener esperanza en la adversidad no es una simple necedad romántica. Se basa en el hecho de que la historia de la humanidad no se sostiene solamente con la crueldad, sino también en la compasión, el sacrificio, el valor y la virtud. Lo que decidamos enfatizar en esta sinuosa historia determinará nuestras vidas. Si solo vemos lo peor, se derrumba nuestra capacidad de actuar. Si actuamos, aun en mínima capacidad, no tenemos que esperar un espléndido futuro utópico. El futuro es una sucesión infinita de presentes, y vivir hoy tal como creemos que la gente debe vivir, en desafío total ante el mal que nos rodea, es en sí una victoria extraordinaria.

[1] En  https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf se puede bajar en forma gratuita.

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