Por Ricardo Vicente López
Un debate necesario acerca de los temas que aporta una larga tradición judeocristiana
Parte II
Los informes anuales del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) mostraban cada año algo que se expresaba en esta frase: «Cada vez hay menos personas que tienen más y más que tienen menos». En el publicado en junio de 2013 afirma:
El mundo nunca ha producido tanta riqueza como hoy. Si estuviera distribuida de forma igual, una familia media (a nivel mundial, dos adultos y tres hijos) podría disponer de unos ingresos de 2.850 dólares al mes, lo que es sorprendentemente elevado. Sin duda esta cantidad no permitiría vivir con lujos, pero es más que suficiente para proporcionar a todos los habitantes de este planeta unas instalaciones sanitarias, electricidad, agua potable y una vivienda confortable, incluso si se hiciera mediante unos métodos ecológicamente sostenibles. En otras palabras, hay suficiente riqueza para todos, pero un ser humano de cada tres no dispone de las instalaciones sanitarias más elementales, uno de cada cuatro no tienen electricidad, uno de cada siete vive en un barrio de chabolas, uno de cada ocho tiene hambre y uno de cada nueve no dispone de agua potable.
El objetivo del Informe sobre Desarrollo Humano, según manifiesta, es estimular debates sobre políticas al nivel mundial, regional y nacional en relación con los temas de importancia para el desarrollo humano. Para ser de relevancia, este ejercicio exige los más altos estándares de calidad, consistencia, transparencia y responsabilidad con relación a los datos; pero también mucha reflexión sobre las causas que nos llevaron a esta situación tan desigual.
Debemos preguntarnos por qué razón encontramos tanta ignorancia sobre este estado de cosas, tanto desentendimiento, tanto escepticismo. Una de esas razones, por las cuales la percepción de la lenta caída de la conciencia occidental en ese escepticismo dominante puede encontrarse, en gran parte, en los sucesos mundiales de la segunda mitad del siglo XX. Diagnosticar este padecimiento colectivo puede partir de una experiencia simbólica como fue la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Ese momento, muy festejado por los medios internacionales, por lo que se mostró como un triunfo de la libertad, y en parte lo fue, dejó al mismo tiempo sin alternativa aparente lo que se enseñoreaba como un capitalismo triunfante, que puso de manifiesto en las últimas décadas sus peores y agazapadas intenciones:
La persecución del mayor lucro posible por cualquier medio a su alcance. La polarización entre el modelo de capitalismo estadounidense y un supuesto socialismo real, la experiencia soviética, produjo, ante el derrumbe de ésta, un horizonte ideológico desesperanzador. Intentaré mostrar que aquella polarización, llamada la guerra fría, ocultaba otros caminos alternativos posibles y que la vieja sabiduría judeocristiana atesoraba propuestas posibles todavía.
Un poco de historia sobre estas dificultades – Debe destacarse la discordancia que se ha producido entre los documentos sociales de la Iglesia Católica y las conductas, declaraciones, posiciones políticas de algunos miembros de nivel jerárquico, a lo largo de siglos. Esto ha provocado mucha confusión. Resultado de ello ha sido un distanciamiento, un divorcio o una actitud opositora de parte de importantes sectores de la sociedad, en las diversas naciones de Occidente. Desde el siglo XVI en adelante, con la ruptura protestante, la modernidad europea comenzó a manifestar una dura crítica a la Iglesia romana, que se fue propagando por el resto del mundo. Para la experiencia indoamericana los comportamientos de algunos sectores de esa iglesia asociados a la conquista y colonización dejaron marcas profundas en la conciencia popular. Si bien algunos notables representantes, encarnaron la defensa de los habitantes originarios,
Como fray Antonio de Montesinos (1475-1540):
Fue un misionero y fraile español. Junto a la primera comunidad de dominicos de América, encabezada por el vicario fray Pedro de Córdoba, se distinguió en la defensa y denuncia en contra de los abusos a los indígenas por parte de los colonizadores españoles en la isla La Española. Esto causó la conversión posterior de Bartolomé de las Casas a la defensa de los pueblos originarios.
Como fray Bartolomé de las Casas (1474-1566):
La persona y obra de este misionero se nos presenta, en nuestro tiempo, estrechamente ligada a la teoría y práctica de los derechos humanos. Bartolomé de las Casas fue el defensor de los indígenas y, por ende, defensor de los hombres, de todos los hombres, de todos los oprimidos en todos los tiempos y en todos los lugares.
Como fray Pedro de Córdoba (1482-1521):
Fue misionero y fraile dominico español, uno de los pioneros de la evangelización en América y protector de los indígenas. Fue el primer inquisidor de América que denunció, por primera vez, junto a su comunidad, el régimen de encomiendas por los abusos que se daban en el mismo.
Ellos han sido una especie de avanzada de la Defensa de los derechos humanos en nuestra América, como lo han demostrado pensadores de la talla de Enrique Dussel, Ignacio Ellacuría, Jesús Antonio de la Torre Rangel y Franz Hinkelammert, entre otros. Han demostrado que las conductas de esos misioneros no dieron un paso atrás en sus denuncias ante la Corona española. Respecto a la explotación y mal trato a los originarios. Si bien sólo representan un aspecto minoritario dentro del cuadro de época, adoptaron posiciones y discursos que se adelantaron en casi tres siglos a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. No se pueden negar las raíces judeocristianas de los fundamentos de sus conductas y sus denuncias.
La falta de conocimiento de las inconductas de una parte de los misioneros, y de la connivencia de las jerarquías, y la de otros tantos religiosos, alimentaron la prédica de los iluministas, franceses en su mayoría, que aportaron al alejamiento de algunos sectores de las sociedades occidentales: una actitud que variaba entre el distanciamiento y el rechazo. La historia de las iglesias y de muchos de sus representantes, es contradictoria con la tradición y la herencia del pensamiento judeocristiano. Ello produce, para mucha gente que se puede sentir atraída por el contenido del mensaje, un gran desconcierto.
Por ello el anticlericalismo, el ateísmo, el anticristianismo, el escepticismo religioso, el agnosticismo, son formas que adquiere la conciencia colectiva a partir de la modernidad europea. No es ajeno a esto el enfrentamiento de las burguesías europeas con las posiciones políticas de las jerarquías eclesiásticas, ligadas a las monarquías durante los siglos XVII al XIX. La prédica de los intelectuales del iluminismo francés y de los liberales ingleses se expresó como la voz de ese descontento. No debe dejar de decirse que mucho de todo ello tenía fundadas razones al achacar a esos dignatarios de las iglesias, aunque no solamente a ellos, connivencias con los peores intereses de las burguesías enriquecidas, las aristocracias y las noblezas reinantes.
Un muy interesante y agudo sacerdote español, Profesor del Instituto Superior de Teología de Madrid, Luis González-Carvajal [1] nos propone esta reflexión:
A partir del momento en que comenzó el proceso de secularización de la sociedad (entre los siglos XVI y XVII), la Iglesia – incapaz de descubrir los valores evangélicos que subyacían al mismo- se negó a despedirse de la cultura que fenecía, comenzando así una etapa de creciente aislamiento, podríamos decir que desde el siglo XVI la Iglesia ha vivido permanentemente a la defensiva… Alguien ha dicho cáusticamente que la Iglesia lleva siempre “una revolución de retraso”: cuando tuvo lugar la Revolución Francesa la Iglesia se aferró al Antiguo Régimen, logrando que la burguesía se volviera ferozmente anticlerical; cuando comenzó a fraguarse la revolución proletaria la Iglesia empezaba a sentirse a gusto en medio de la burguesía y se alió con ella en contra de los trabajadores.
La honestidad y la claridad de pensamiento que exhibe este Profesor no son más que la voz de muchos otros miembros de la Iglesia que acompañan estas palabras. Aportan claridad al tema, y profundidad a la investigación. Ello abona la necesidad de demostrar la distancia existente entre los valores de la herencia judeocristiana y las diversas expresiones que justifican el orden injusto vigente. Debemos recordarles las expresiones olvidadas del humanismo renacentista, claramente cristianas que alimentaron las primeras promesas de la primera Modernidad.
[1] Ingeniero, sacerdote y teólogo español; Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca. Es considerado uno de los autores cristianos más leídos actualmente en lengua castellana.