La democracia y la sociedad de mercado

Por Ricardo Vicente López

Estos dos conceptos han sido analizados y teorizados como una dupla inseparable. Como dos modos de abordar las formas políticas e institucionales del mundo occidental. La modernidad, en sus variadas versiones, es postulada como la meta final de un largo camino, en el cual las diversas expresiones fueron confluyendo hacia este modelo. La experiencia de las naciones, consideradas las más importantes, han sido una especie de laboratorio en el que han sido puesto a prueba algunas variaciones. Los investigadores las han estudiado y han logrado formar un cuerpo teórico que se enseña en la mayor parte de las universidades. Una noticia publicada el 2-11-2011 en varios periódicos de los EEUU, informaba lo siguiente:

Un hecho insólito, digno de ser incluido en la saga de “Aunque usted no lo crea” de Ripley, el pasado, un grupo de estudiantes de economía tomó la decisión de retirarse en bloque de la cátedra de Introducción a la Economía de la Universidad Harvard, en protesta por el contenido y el enfoque desde el cual se imparte esta materia. ¿Qué hay de asombroso en este hecho? Por una parte que la protesta se le presentó al conocido economista Gregory Mankiw, ex asesor del Presidente George W. Bush y autor de uno de los manuales de macroeconomía más utilizado en las escuelas de economía dentro y fuera de Estados unidos. Además porque manifestaron su disconformidad y su indignación por lo que consideraron el vacío intelectual y la corrupción moral y económica de gran parte del mundo académico, cómplices por acción u omisión en la actual crisis económica.

Amigo lector estamos hablando de Harvard, la catedral de la formación superior de los EEUU. La convicción de que el gran país del Norte es la proa de lo mejor del pensamiento académico; la complacencia con que los profesores repiten en las aulas lo que podría definir, sin riesgo a equivocarme, como el pensamiento único; podría repetir lo dicho por los estudiantes: “su disconformidad y su indignación por lo que consideraron el vacío intelectual y la corrupción moral y económica de gran parte del mundo académico”.

Lo dicho sobre el estudio de la economía, enseñar una sola corriente del pensamiento, lo que en el Norte se denomina el Mainstream  (corriente/tendencia mayoritaria; es el pensamiento actual dominante, el que está más extendido), se puede decir de las ciencias políticas. Aunque ellas reconocen una mayor variabilidad dentro de los marcos del liberalismo. Los manuales de Ciencias Políticas así lo expresan, ante el consenso casi unánime de los profesores, investigadores y académicos.

Los teóricos e investigadores que se inscriben dentro de, lo que se podría definirse, como la ortodoxia académica, acuerdan que la democracia, en su modalidad moderna, fundamentalmente la que se conoce en el siglo XX, y la sociedad de mercado (la academia no utiliza la expresión capitalismo) como la organización del sistema económico, representan la culminación de un largo peregrinaje de siglos por la historia. Las experiencias acumuladas permitieron, a partir de los siglos XVIII y XIX, una reelaboración del pensamiento político, por una parte, y del pensamiento económico por la otra, que dieron lugar a planteos que abrieron el camino del siglo XX. No debe perderse de vista que la teoría sólo hace referencia  al llamado “mundo occidental”, también denominado el “mundo libre” (en contraposición con la URSS), espacio político dentro del cual se verifica la culminación de ese largo recorrido histórico.

Entonces, democracia y sociedad de mercado (o cualquiera de las formas utilizadas) representan dos caras de un mismo macro-sistema: una es la forma política de ordenar el proceso institucional, la democracia, sostenida por una larga tradición liberal, establece las normas y las prácticas dentro de las cuales se garantiza el juego de las libertades individuales. La otra, la que estudia y analiza el mejor modo de organizar la producción y distribución de bienes, cuya disciplina es la economía, postula un juego libre de oferta y demanda que se resuelve en el mercado. Este sistema, por el peso determinante que el dinero tiene en él, la denominación de capitalista es adecuada.

Un poco arbitrariamente elijo a un representante de esta línea de pensamiento. No debe llamarnos la atención de que vayan apareciendo contradicciones entre lo que se dice y lo que sucede. La modelación teórica de la democracia y de la sociedad de mercado responde a una idealidad, que se postula como modelo a alcanzar, o en vías de concreción. Lo que intentaré es exponer y analizar, partiendo de un personaje que fue lanzado como una figura académica de primer nivel.

Me refiero al Doctor Francis Fukuyama (1952), publicista, funcionario del Departamento de Estado bajo la presidencia de Busch (padre), formado en las Universidades de Harvard y Yale, de donde egresó como Doctor en Filosofía y Letras. Su salto a la consideración pública lo dio a partir del artículo que publicó en la revista The National Interest en 1989, cuyo título preguntaba retóricamente: ¿El fin de la historia? Esta revista representa el pensamiento más conservador de la derecha republicana. El artículo trata un tema convocante para el establishment: “El mundo sin la Unión soviética”, que había implosionado en ese año.

Apoyado por esta institución, se convirtió en celebridad al publicar un libro, que fue la ampliación del artículo mencionado, cuyo título fue modificado por El fin de la historia y el último hombre (1992). Fue lanzado simultáneamente en varios países con una muy importante promoción publicitaria. La tesis que enuncia Fukuyama sostiene la importancia fundamental de los principios del liberalismo, tanto político como económico, para la consolidación de la “democracia moderna”. Amigo lector, preste atención a lo que dice y a cómo lo dice:

«No es posible mejorar el ideal de la democracia liberal puesto que ésta es la única aspiración política coherente que abarca las diferentes culturas y regiones del planeta. Además, los principios liberales en economía — el “mercado libre”— se han extendido y han conseguido niveles sin precedentes de prosperidad material, lo mismo en países industrialmente desarrollados que en países que al terminar la segunda guerra mundial formaban parte del Tercer Mundo. Una revolución liberal en economía ha precedido a veces y a veces ha seguido la marcha hacia la libertad política en todo el mundo. Este proceso garantiza una  creciente homogeneización de todas las sociedades humanas, independientemente de sus orígenes históricos o de su herencia cultural. Todos los países que se modernizan económicamente han de parecerse cada vez más unos a otros: han de unificarse nacionalmente en un Estado centralizado, han de urbanizarse, sustituyendo las formas tradicionales de organización social, como la tribu, la secta y la familia, por formas económicas racionales, basadas en la función y la eficiencia, y han de proporcionar educación universal a sus ciudadanos. Estas sociedades se han visto ligadas cada vez más unas con otras, a través de los mercados globales y por la extensión de una cultura universal de consumidores. Además, la lógica de la ciencia natural parece dictar una evolución universal en dirección al capitalismo».

Esta descripción bastante optimista, mirada con ojos complacientes, o ciega e ignorante de la realidad mundial de los años noventa, le permitía asegurar que se había arribado a un “fin de la Historia” que ´le definía de este modo: «El fin de la historia significa el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas. Todo funciona mejor si puede dar por sentado un marco jurídico estable y efectivo, que permita la seguridad de los derechos de propiedad y de las personas, y un sistema de asociación privada relativamente transparente».

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