Por Alexander Dugin
Muchos en Occidente creen que la democracia permite a las personas la libertad de elegir o rechazar ideologías. Sin embargo, esta es una idea errónea.
La democracia en sí misma es una ideología, siendo la democracia liberal una forma específica y restringida de ella. Esta forma se basa en principios profundamente arraigados, casi similares a las creencias religiosas, que incluyen:
•Énfasis en el individualismo;
•Rechazar la importancia de las identidades colectivas, superando las nociones de raza, iglesia, nación y ciudadanía;
•Evolución de puntos de vista sobre la identidad sexual, como el reconocimiento de personas transgénero;
•La idea de ir más allá de la humanidad como especie, sugiriendo un futuro transhumano.
Esto no es sólo un retrato de las realidades actuales, sino una prescripción de cómo deberían ser las cosas. Dicta un camino específico y una verdad.
Si bien defiende la libertad liberal, paradójicamente se opone a cualquier opción antiliberal. Quienes se desvían de esta visión liberal son vistos como adversarios.
En comparación con ideologías abiertamente totalitarias como el comunismo y el fascismo, las tendencias totalitarias de la democracia liberal estaban ocultas.
La democracia liberal imagina cada vez más enemigos, o incluso los fabrica. Ahora es evidente: la democracia liberal tiene rasgos totalitarios profundamente arraigados, y el movimiento globalista los amplifica.
Entonces, ¿cómo deberíamos responder? Podemos aceptarlo o resistirnos. Pero para desafiar una ideología, se necesita otra ideología. Esto desencadena la discusión sobre la Cuarta Teoría Política.
¿Cómo podemos resistir todas las formas de totalitarismo, especialmente el liberal, sin sucumbir al comunismo o al nacionalismo? Encontrar una respuesta requiere una reflexión profunda y no es sencillo. El compromiso intelectual es esencial.
