La decadencia del mundo occidental. Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

No acepten lo habitual como cosa natural pues en tiempos de desorden sangriento, de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar.
-Berltolt Brecht (1898-1956)

Hablar sobre el estado de conciencia del mundo occidental (del otro sabemos poco y sólo informado por las poco creíbles agencias internacionales), de cómo va avanzando —como una especie de mancha que va cubriendo las conciencias individuales, con una estupidez ramplona, grosera, chata, lineal—,puede sonar a elitista, soberbio, despreciativo, etc. Aun así, corriendo este riesgo, hoy, porque mañana puede ser demasiado tarde, debo proponerle, amigo lector, reflexionar sobre un fenómeno que estamos padeciendo, sin tomar debida nota de él. El tema no es nuevo, aunque se presentó públicamente no hace tanto tiempo. Se ha ido mostrando sigilosamente, casi subliminalmente, primero en los países centrales y fue detectado y denunciado tempranamente, por dos grandes pensadores: el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) y el filósofo alemán Oswald Spengler (1880-1936). Ambos escribieron sobre un fenómeno que el primero lo calificó como la aparición de la sociedad de masas y el segundo, con más dramatismo, la Decadencia de Occidente.

Estos dos intelectuales, aunque con notables diferencias, han pensado que algo se estaba terminando en la cultura occidental, una especie de fin de época, caracterizada como tantas otras en el curso de la historia, como un desgaste, un deterioro, una decadencia, haciendo una referencia implícita a los ciclos biológicos de un nacimiento, crecimiento, vejez y muerte. Si no se quiere aceptar esta hipótesis para pensar el tiempo actual se podrá acudir a otras interpretaciones, que las hay. Pero encuentro en estas metáforas un modo más profundo de interpretar este tiempo crepuscular.

Me anticipo a aclarar que la tesis no contiene nada de apocalíptico. No se trata de asustarnos, volvernos locos, de perder el sentido de la realidad. Por el contrario, estoy convocando a proponernos un diagnóstico que reúna una cantidad importante de datos sueltos, que por sueltos se diluyen en la catarata informativa. No entraré acá (y lo dejo para una próxima nota) analizar cuánto de intencionalidad esconde todo ello. Recuperar una mirada de conjunto que nos habilite a una revisión y a un reordenamiento de la información dispersa, es una necesidad que deberemos tener en cuenta. Así, algunos datos menospreciados pero valiosos, otros velados o sesgados, deberán ser sometidos a una lectura crítica para extraer de ellos ciertas pistas que nos pueden poner en camino. Creo que una reestructuración del panorama, que se nos ofrece, muy parecido a un puzzle con piezas faltantes, iluminará nuestra mente y nos señalará los faltantes ocultados.

Tomar distancia del cuadro diario que nos ofrece la agenda setting, es una advertencia de  Maxwell E. McCombs, estudioso del periodismo estadounidense muy conocido por su libro Estableciendo La Agenda-Setting – El Impacto de los medios en la opinión pública y en el conocimiento (2006). Allí dice:

La “teoría de la fijación de la agenda” afirma que los medios de comunicación de masas tienen una gran influencia sobre el público. Determina qué asuntos poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia debe dárseles. Su objetivo es analizar cómo y en qué medida la información de los medios masivos (agenda) influye en la opinión pública, y dan forma a las imágenes que guardamos en nuestras mentes, como espectadores o lectores de esas noticias. Informa que la prensa es mucho más que un simple proveedor de información y opinión, no sólo por su ideología e intereses individuales, sino también por el mapa informativo que trazan los reporteros, editores y articulistas, en la conciencia colectiva a través de los cuales informan.

Ante los descubrimientos de importantes investigadores y analistas que, por el cauteloso encubrimiento de los resultados de sus investigaciones, pasan inadvertidos para la mayoría de los consumidores de medios, se nos impone acceder a la mayor cantidad de esos conocimientos que muestran los entretelones que encubren la fabricación de la noticia. El buen funcionamiento de nuestros razonamientos dependen, en gran medida, de la calidad de la información que se maneja. Sin ello nos es posible hablar de libertad cuando estamos prisioneros de la Jaula de oro del mundo de la Infoesfera. Este neologismo está compuesto por información y esfera. La siguiente metáfora es muy útil para una comprensión más acabada:

“En la misma forma en que un pez no puede conceptualizar el agua o las aves el aire, el hombre apenas entiende su infoesfera, esa envolvente capa de esmog electrónico y tipográfico compuesto de clichés del periodismo, entretenimiento, publicidad y gobierno”.

Ser capaces de pensar con el mayor grado de libertad posible, apoyados en un pensamiento humanista que coloque en el centro a la persona, a todas las personas, y a la persona íntegra, asumida en todas sus dimensiones. Ello nos obligará, necesariamente,a superar los esquemas fragmentarios que nos proponen las ciencias modernas. Asumir críticamente esta limitación nos puede abrir un horizonte mucho más amplio.

Volvamos al tema propuesto. Esta etapa, y esto es evidente, está atravesada por un deterioro de los valores fundamentales que requiere una cultura para sostenerse y retroalimentarse. Cuando no se logra comienza la decadencia. El pensador italiano Romano Guardini (1885-1968) nos propone un punto de reflexión para orientarnos en esta búsqueda:

El único metro capaz de medir exactamente una época es hasta qué punto posibilitó la plenitud de la existencia humana y le dio auténtico sentido.

Admitiendo ese instrumento conceptual deberemos proponernos mirar el mundo que nos rodea, intentado investigar con la mayor amplitud de miras posible. Para no alejarnos demasiado del tema que planteo, hay una condición necesaria: dejar de lado la postura escéptica que lleva a pensar que siempre ha sido así, dado que esto eliminaría la existencia de la historia como proceso, como devenir, como conflicto y como capacidad de construcción humana. Si pido apartarse del escepticismo, lo mismo pido respecto del optimismo simplista. Ambos pueden desfigurar nuestra mirada sobre la realidad y, por ello, dificultar nuestra investigación. Tal vez, y esto puede sorprenderlo, amigo lector, pueda ayudarnos una actitud un tanto ingenua, abierta a todas las ideas, aún a aquellas que no sean difíciles de compartir.

Sin bien, no puede desconocerse que el escepticismo, como una condición de la cultura imperante, es el mayor aporte que Europa exporta hoy, le propongo adoptar un distanciamiento que nos libere de su influencia, aunque haya mucho de razón en su existencia. Entonces, dispongámonos a pensar los temas que vayan apareciendo.

La pregunta acerca de por qué el habitante de lo que hoy denominan, la vieja Europa, se ve arrastrado por ese escepticismo pueda ofrecernos algunas pistas. Diré, en este sentido, que la matriz estructural que posibilita el conocimiento, el modelo de razón, la razón moderna, también denominada como razón instrumental, es lo que impide en parte, o distorsiona, los intentos para tener una apreciación que lo haga aceptable La cultura europea está condicionada por un modo de conocer: el occidental moderno. Éste, que se nos ha presentado como el único, de valor universal, es parte inescindible del proyecto de dominación que fue el meollo central oculto de la Modernidad. La mejor prueba es revisar sus consecuencias que hoy tenemos a la vista: el proceso de la globalización financiera. Esto es parte fundamental de la respuesta.

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