La crisis del mundo occidental

Por Ricardo Vicente López

«No se trata de borrar lo aprendido, sino de evitar ser esclavo de ello. Por lo tanto, más importante que aprender algo nuevo, es descubrir que vemos el mundo de acuerdo a cómo nos han enseñado a mirarlo».

Cuando se habla de crisis, el ciudadano de a pie oye, se encoje de hombros y sigue adelante. Esa actitud nos está diciendo que la palabra está muy gastada, utilizada sin la menor reflexión, sin un análisis que permita comprender qué se está diciendo. El siglo XX en Occidente recurrió tantas veces a ese vocablo para hacer referencia a diversos escenarios, de los cuales, sin una explicación seria y clara, pasamos a vivir una pos-crisis en un degradé de situaciones que impiden encontrar definiciones explicativas.

Por tal razón, amigo lector, le propongo hurgar un poco en los antecedentes de ese vocablo:

«Decimos que hay crisis cuando, en cualquier sector, algún mecanismo deja de pronto de funcionar, empieza a ceder y acaba por romperse. Esa ruptura impide que el conjunto de la maquinaria siga funcionando. Es lo que está sucediendo en la economía desde que estalló la crisis de las sub-primes en 2007. La crisis se caracteriza por alterar significativamente el estado de cosas anterior. Entonces, crisis es una coyuntura de cambios en cualquier aspecto de una realidad organizada, pero inestable, sujeta a evolución; especialmente, la crisis de una estructura. Las crisis pueden designar un cambio traumático en la vida o salud de una persona o una situación social inestable y peligrosa en lo político, económico, militar, etc. También puede ser la definición de un fenómeno medioambiental de gran escala, especialmente los que implican cambios abruptos. Los cambios críticos, aunque previsibles, tienen siempre algún grado de incertidumbre en cuanto a su reversibilidad o grado de profundidad. Si los cambios son profundos, súbitos y violentos, y sobre todo traen consecuencias trascendentales, y van más allá de una crisis, podríamos estar enfrentando un proceso revolucionario».

No creo que estas palabras sean suficientes para haber despejado todas las dudas que aparecen, pero pueden funcionar como una guía para circunscribir el concepto dentro de ciertos límites. Ahora le propongo analizar un artículo periodístico de una personalidad académica importante. Me refiero a Ignacio Ramonet – Doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, y Catedrático emérito de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis-Diderot (París-VII), Consejero editorial del Canal TeleSur, Caracas, y de Le Monde Diplomatique. Él se pregunta:

«Cuando, hace poco, se cumplieron veinte años de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y trece años de la quiebra del banco Lehman Brothers ¿cuáles son las características del nuevo “sistema mundo”? La norma actual son los sismos: sismos climáticos, sismos financieros y bursátiles, sismos energéticos y alimentarios, sismos comunicacionales y tecnológicos, sismos sociales, sismos geopolíticos como los que causan las insurrecciones de la “Primavera árabe”… Hay una falta de visibilidad general.  Acontecimientos imprevistos irrumpen con fuerza sin que nadie, o casi nadie, los vea venir. Si gobernar es prever, vivimos una evidente crisis de gobernanza. El Estado que protegía a los ciudadanos ha dejado de existir. Hay una crisis de la democracia representativa: “No nos representan”, dicen con razón los “indignados”. La gente constata el derrumbe de la autoridad política y reclama que vuelva a asumir su rol de conductor de la  sociedad por ser la única que dispone de legitimidad democrática. Se insiste en la necesidad de que el poder político le ponga fin al poder económico y financiero. Otra constatación: una carencia de liderazgo político a escala internacional. Los líderes actuales no están a la altura de los desafíos».

El doctor Ramonet pinta el cuadro de situación con gruesos pinceles, los cuales no sirven para mostrar las líneas finas. Le importa impactar para sacudir la conciencia ciudadana adormecida, por ello afirma, exagerando un poco, que los países ricos (América del Norte, Europa y Japón) padecen el mayor terremoto económico-financiero desde la crisis de 1929. No por ello deja de ser cierto que estamos ante novedades impensadas poco tiempo atrás: por primera vez, la Unión Europea ve amenazadas su cohesión y su existencia. Y el riesgo de una gran recesión económica debilita el liderazgo internacional de Estados Unidos, amenazado además por el surgimiento de nuevos polos de poderío (China e India) a escala internacional.

Nos recuerda un discurso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en el que había anunciado que daba por terminadas “las guerras del 11 de septiembre”, o sea las de Irak, Afganistán y contra el “terrorismo internacional”, que marcaron militarmente esta década. Él mismo presidente había recordado, años antes, que “cinco millones de estadounidenses habían vestido el uniforme militar en el curso de los últimos diez años”. A pesar de lo cual no resulta evidente que Washington haya salido vencedor de esos conflictos. Y agrega los siguientes datos para patentizar la situación: Las “guerras del 11 de septiembre” le costaron al presupuesto estadounidense entre 1 billón (un millón de millones) y 2,5 billones de dólares. Carga financiera astronómica que ha tenido repercusiones en el endeudamiento de Estados Unidos y, en consecuencia, en la degradación de su situación económica. El “desclasamiento estratégico” de Estados Unidos ha empezado. Describe el Profesor Ramonet:

«En la diplomacia internacional, la década ha confirmado la emergencia de nuevos actores y de nuevos polos de poder sobre todo en Asia y en América Latina. El mundo se “desoccidentaliza” y es cada vez más multipolar. Se destaca el rol de China que aparece, en principio, como la gran potencia en ciernes del siglo XXI. La tensión entre esas fuerzas causará, tarde o temprano, una fractura. Pero, por el momento, mientras declina el poderío de Estados Unidos, el ascenso de China se confirma. Ya es la segunda potencia económica del mundo (delante de Japón y Alemania). Además, debido a la importante parte de la deuda estadounidense que posee: Pekín tiene en sus manos el destino del dólar».

Un dato que no se debe menospreciar: el poder político del grupo de Estados gigantes reunidos en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ya no obedece automáticamente a las consignas de las grandes potencias tradicionales occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia), aunque éstas se sigan autodesignando como la “comunidad internacional”. Los BRICS lo han demostrado recientemente en las crisis de Libia y de Siria, oponiéndose a las decisiones de las potencias de la OTAN y en el seno de la ONU.

El reinado del poder financiero

«Las repercusiones sociales del cataclismo económico son de una brutalidad inédita: 23 millones de desocupados en la Unión Europea y más de 80 millones de pobres… Los jóvenes aparecen como las víctimas principales. Por eso, de Madrid a Tel Aviv, pasando por Santiago de Chile, Atenas y Londres, una ola de indignación levanta a la juventud del mundo. Pero las clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las abandona al borde del camino. En Israel, una parte de ellas se unió a los jóvenes para rechazar el integrismo ultraliberal del gobierno de Benjamin Netanyahu».

Completa el cuadro de la crisis occidental con los siguientes emergentes:

«El poder financiero (los “mercados”) se ha impuesto al poder político, y eso desconcierta a los ciudadanos. La democracia no funciona. Nadie entiende la inercia de los gobiernos frente a la crisis económica. La gente exige que la política asuma su función e intervenga para enderezar los entuertos. No resulta fácil; la velocidad de la economía es hoy la del relámpago, mientras que la velocidad de la política es la del caracol. Resulta cada vez más difícil conciliar tiempo económico y tiempo financiero. Y también crisis globales y gobiernos nacionales».

Si prestamos debida atención a las palabras del profesor Ramonet, debemos tomar conciencia respecto de las evidencias con las cuales argumenta, cuyo peso es difícil de ignorar: El curso de la globalización parece como suspendido. Se habla cada vez más de desglobalización, de descrecimientoEl péndulo había ido demasiado lejos en la dirección neoliberal y ahora podría ir en la dirección contraria. Ya no es tabú hablar de proteccionismo para limitar los excesos del libre comercio y poner fin a las deslocalizaciones y a la desindustrialización de los Estados desarrollados. Ha llegado la hora de reinventar la política y de reencantar el mundo.

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