La ciencia, la modernidad y la liberación de los pueblos II – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

El énfasis en los diversos enfoques del tema tiene como objetivo llamar la atención sobre algunos problemas fundamentales, que son olvidados en el tratamiento de aquellos que piensan y escriben sentados en los despachos de las grandes universidades del Gran País del Norte. Desde ellos se evidencia una miopía política que nosotros, desde estas latitudes no debemos dejar pasar. Sobre todo, en momentos en que los pueblos originarios de América han empezado a hacer oír sus voces de reclamos por siglos de explotación; también deberíamos preguntarnos por qué razón ha llegado la cultura originaria a esta situación de “providencialismo”, de “fatalismo conformista”, de “creencias” y “supersticiones”, según señala el biólogo ecuatoriano Oswaldo Báez. ¿No será el resultado señalado la consecuencia de la opresión y el mantenimiento en la pobreza y la ignorancia promovida por los representantes del “mundo desarrollado” (del que deberíamos agregar los calificativos: saqueador y explotador) de nuestras riquezas, para que siga siendo impunemente? Además, ¿cómo es que estamos tan seguros de que la cultura originaria sea nada más que eso que ve y señala el “ojo científico” aparentemente alejado de toda superstición? ¿Cuánto hay acá, aunque no se sea consciente, de arrogancia noratlántica en esas afirmaciones?

Esa certeza en la superioridad de la ciencia moderna, cuyos aportes no pueden ignorarse, pero que desconoce la cantidad de descubrimientos científicos en diversas áreas, como el calendario maya anterior al gregoriano europeo, el conocimiento de las sustancias medicinales que se incorporó a la farmacopea, y de uso comercial de los grandes laboratorios, etc., que esas culturas supuestamente supersticiosas habían logrado.

Además, entre tantas preguntas, creo que no debería faltar el interrogarnos sobre si el estado actual de la cultura originaria de América se debe al “desarrollo natural” de sus posibilidades o fue negada, destrozada, arrasada y ocultada por los europeos conquistadores. Si siglos antes que ellos habían resuelto, a veces mejor y con mayor sencillez, temas que en la vieja Europa se estaban recién tanteando ¿cuánto hubiera podido dar si no se los hubiera aplastado y aniquilado? Hace ya años que Germán Arciniegas [[1]] (1900-1999) nos venía hablando de un Europa pos-colombina, por la cantidad de conocimientos y productos que incorporaron (para no hablar del oro y la plata).

Esa Europa llegó a ser lo que fue gracias al enorme aporte americano a la “acumulación originaria” de la que habla Marx, que posibilitó, gracias al saqueo del oro y la plata, el crecimiento económico y la Revolución industrial inglesa (1750-1800). Enrique Dussel [[2]] (1934) nos ha advertido sobre la antelación del Yo conquisto de Hernán Cortés que fue la anticipación y la condición de posibilidad de una burguesía que mostraba su emancipación filosófica en el manifiesto del comienzo de la filosofía moderna: el Yo pienso luego existo del filósofo francés Renato Descartes [[3]] (1596-1650) y la importancia de percibir que la racionalidad del segundo estaba apoyada en la brutalidad, el saqueo y salvajismo del primero.

Por ello insisto en la inocencia de afirmaciones como la que sigue:

«Es necesario, por lo tanto, formar a la actual generación en el marco de un nuevo paradigma en el cual la educación científica constituya uno de los ejes principales; pues solo ésta asegura que los futuros ciudadanos sean capaces de interpretar eventos naturales e insertarse en un mundo cada vez más tecnificado, y a la vez analizar los fenómenos sociales con objetividad y racionalidad, mas no como hechos providenciales o determinísticos, lo cual es terreno propicio para todo tipo de engaños».

Se podría afirmar que en gran parte la racionalidad que sostuvo la cientificidad del pensamiento europeo ocultó hasta principios del siglo XX la locura asesina que entrañaba. Aunque esto, dicho así, pueda parecer brutal no es por ello menos cierto.

Michael Lowy [[4]] (1938), analizando los pasos que esta “razón” dio en los últimos tiempos, escribió en Barbarie y modernidad en el siglo XX:

«Puede definirse como propiamente moderna la barbarie que presenta las siguientes características: utilización de medios técnicos modernos; industrialización del homicidio; exterminación en masa gracias a tecnologías científicas de punta; impersonalidad de la masacre; poblaciones enteras -hombre y mujeres, niños y ancianos- son “eliminadas” con el menor contacto personal posible entre quien es el que toma la decisión y las víctimas; gestión burocrática, administrativa, eficaz, planificada, “racional” (en términos instrumentales) de los actos de barbarie; ideología legitimadora de tipo moderno: “biológica”, “higiénica”, “científica” (no religiosa ni tradicionalista); todos los crímenes contra la humanidad, genocidios y masacres del siglo XX».

¿Puede afirmarse, entonces, que una educación científica (sin más) es la garantía para formar “futuros ciudadanos” que sean capaces de interpretar nuestra historia porque “solo ésta asegura” analizar “los fenómenos sociales con objetividad y racionalidad”? Los hombres que idearon, planificaron, y ejecutaron las salvajes y brutales conductas eran seres racionales de clara  y exquisita formación científica y prestigiosos antecedentes académicos.

Como para dar un cierre a esta cantidad de aberraciones realizada por hombres, muchos de ellos científicos brillantes, como quedó subrayado, Lowy nos cuenta que antes de arrojar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, se decía lo siguiente: «En un informe secreto de mayo de 1945 al presidente Truman, el “Comité Blanco”, integrado entre otros militares, por el matemático Von Neuman- éste observa fríamente: “La muerte y la destrucción no solamente intimidarán a los japoneses sobrevivientes y los presionarán para aceptar la capitulación, sino también (como una ganancia extra) asustarán a la Unión Soviética. En síntesis, EE.UU. podría terminar más rápidamente la guerra y, al mismo tiempo, ayudar a moldear el mundo de posguerra”».

Estas personas no tenían una mente mágica, ni estaban cargados de prejuicios (¿o si?), además habían sido educados en las mejores universidades.

«Para obtener esos objetivos políticos, la ciencia y la tecnología más avanzada fueron utilizadas contra centenares de miles de civiles inocentes; hombres, mujeres y niños que fueron masacrados; sin hablar de la contaminación ambiental por las radiaciones nucleares para las generaciones futuras. En muchos aspectos, Hiroshima representa un nivel superior de modernidad, tanto por la novedad científica y tecnológica representada por la bomba atómica, como por el carácter todavía más lejano, impersonal, puramente “técnico” del acto exterminador: presionar un botón, abrir la escotilla que libera la carga nuclear»

Aquí concluye Lowy. Permítame, amigo lector, que yo agregue, para seguir pensando: ¿qué otra cosa fueron los campos de exterminio de la Segunda Guerra? Se puede comprender, entonces, por qué hablo de ingenuidad en los planteos, porque parto de la convicción de que no hay consciencia de todo ello. Por el contrario hay una certeza de que la ciencia nos puede asegurar sin más un futuro maravilloso. Sobre esa convicción continúa escribiendo nuestro investigador Báez:

«Por el desarrollo humano integral y por la necesidad de fortalecer la sociedad es imperativo que el Estado incorpore entre las prioridades nacionales el mejoramiento de la calidad de la educación con una mejor formación científica que viabilice la incorporación de los jóvenes al mundo moderno (…) La ciencia no tiene respuestas a todos los problemas, pero el camino de la investigación científica es la mejor aproximación al conocimiento de la realidad, por lo mismo, una buena ciencia es infinitamente más confiable que cualquier otra forma de entender los procesos que se operan en todos los sistemas naturales y artificiales».

Nada se dice de una formación cultural humanista y ética, comprometida con los problemas de nuestra América: la desigualdad, la inequidad, la pobreza, el hambre, la desnutrición. ¿Todo ello lo resolverá la ciencia? ¿la misma ciencia que está en manos de los grandes conglomerados financieros?

Una última pregunta ¿quién financia a esa ciencia? No será ésta la pregunta que nos puede descorrer el velo que oculta todo lo anterior. Porque la relación entre la investigación de base y la aplicación tecnológica depende, cada vez más, de las multinacionales que son quienes definen qué se debe investigar para producir qué bienes para el mercado, cuyo objetivo fundamental es el lucro. Lo hacen directamente o a través de las foundations que sostienen en gran parte a las universidades del primer mundo.

Es preocupante que en momentos en que Bolivia entra en un proceso de liberación y el Ecuador pareciera seguir esos pasos, se hable de un «preocupante retorno de los brujos» y que por ello: «Se impone una alerta ciudadana orientada a advertir a jóvenes y adultos el peligro que entraña la proliferación de cultores de seudo-ciencias, ciencias deformadas, falsificadas… y otras manifestaciones sub-culturales que pretenden erigirse en ciencia auténtica o suplantarla con obscuros intereses… los  científicos, los educadores y los medios de comunicación porque ellos tienen un papel importante de orientadores y guías de la sociedad».

Nuevamente aparece acá la ingenuidad de la que yo hablaba más arriba: no se pregunta en manos de quiénes están los grandes medios concentrados. Si en Ecuador pasa lo que pasa en gran parte de América Latina debo decir que los científicos dependen de las academias altamente ligadas a organismos internacionales; los medios de comunicación están concentrados en pocas manos muy alejadas de estos intereses. Nos quedan los educadores, yo soy uno de ellos y conozco lo que ocurre en las universidades. ¿No será necesario comenzar a pensar en otros caminos? ¿No se debería acudir a las organizaciones populares, a los movimientos políticos comprometidos con los pueblos de América para comenzar un proyecto nuevo para una educación liberadora? ¿No les corresponde a los intelectuales del mundo denunciar este estado de cosas? ¿No es esta defensa de “la ciencia” funcional a la situación colonial de nuestras universidades?

[1] Fue un ensayista, historiador, diplomático y político colombiano. Vinculado desde joven al periodismo, creó y dirigió numerosas revistas culturales.

[2] Es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política, la Filosofía latinoamericana y en particular por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la liberación, habiendo sido también uno de los iniciadores de la Teología de la liberación.

[3] Fue un filósofo, matemático y físico francés considerado el padre de la geometría analítica y la filosofía moderna, ​​ así como uno de los protagonistas con luz propia en el umbral de la revolución científica.

[4] Sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño. Ha sido director de investigación emérito del CNRS y profesor de la EHESS de París.

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