El pensamiento de Manuel Belgrano que la historia liberal-mitrista siempre ocultó

Por Fausto Frank

Cuando se recuerda a Manuel Belgrano se piensa en la creación de nuestra bandera nacional argentina, pero se suelen olvidar buena parte de sus ideas. La historia oficial, de origen mitrista, escrita por las élites económicas de la Argentina, ha querido vaciar de contenido a Belgrano para transformarlo en un símbolo vacío del que no se sabe qué proyectos tenía en mente. Los mismos que desde el poder económico centralizado en Buenos Aires lo usaron para luego abandonarlo a morir en la pobreza, intentaron décadas más tarde empobrecer su memoria, vaciándola de aquel contenido que no conviniera a sus planes neocoloniales.

Para la estructura de poder anglófila que construyó los resortes del Estado a partir de las batallas de Caseros y Pavón (la sucesión de presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda), era necesaria la construcción de una simbología nacional que cumpliera el doble requisito de romper con el pasado hispánico de varios siglos, pero que al mismo tiempo no obstruyera los lazos de dependencia con Gran Bretaña, dentro de la división internacional del trabajo que la Pérfida Albión había dispuesto, relegando a las nuevas naciones a un rol de meras exportadoras de materias primas y deudoras de empréstitos financieros, tal y como bien han estudiado intelectuales como Raúl Scalabrini Ortiz y el historiador Julio Carlos González.

Compartimos en este breve texto una serie de citas que nos muestran aspectos poco conocidos del pensamiento económico, político y social de Manuel Belgrano que fueron deliberadamente dejados de lado por la historiografía oficial.

Siendo alguien formado en los conocimientos económicos de su época, entendía que la producción de un país no podía basarse solo en la matriz agropecuaria para la exportación de materias primas sino que era necesario un correcto desarrollo industrial para poder tener una verdadera independencia y así lo dejó expresado:

Los frutos de la tierra, sin la industria no tendrán valor”,
“Ni la agricultura ni el comercio serían, así en ningún caso, suficiente a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria”

(Correo de Comercio).

Previó el daño de importar productos extranjeros cuando los mismos se podían fabricar en el país, cuestión central ante la avalancha de productos importados de Inglaterra tras la apertura del comercio dispuesta por esos años:

La importación de mercancías que impide el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación”. 

Condenó el endeudamiento externo, elemento no menor, si se considera el pesado yugo que constituyó desde los tiempos de Bernardino Rivadavia el empréstito con la banca inglesa Baring Brothers:

Los rivales de un pueblo no tienen medio más cierto de arruinar su comercio, que el tomar interés en sus deudas públicas”.

Sobre la falta de Justicia Social expuso:

Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la justicia es sólo para ellos”.

“Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas: la una dispone de los frutos de la tierra; la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo en la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo a cambio de lo que les sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario”.
(La Gaceta, 1813)

Frente a una realidad social con una oligarquía de grandes terratenientes por un lado y del otro trabajadores de la tierra marginados en la miseria, llegó a proponer una reforma agraria que le diera tierras a los que la trabajaban para que así pudieran salir de la pobreza:

“Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de la sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades (…) que se podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios” (Correo de Comercio, 1810)

A su vez sostenía que no era posible una realidad social más justa sin cambios en la educación:

“Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos”.

“Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”.  (Memorias Consulares)

“Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir, pero con un tesón de seis o siete horas al día, que hacen a los niños detestable la memoria de la escuela, que a no ser alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más aborrecible este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo de la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente educación!” (Escritos Económicos)

También intentó devolver sus tierras a los indígenas en los casos en que les correspondían:

“A consecuencia de la Proclama que expedí para hacer saber a los Naturales de los Pueblos de las Misiones, que venía a restituirlos a sus derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: ‘estos son los bienes que he heredado de mis mayores’. Mis palabras no son las del engaño, ni alucinamiento, con que hasta ahora se ha tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria e infelicidad, que yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos, y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir”.  (Reglamento para el régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 pueblos de las Misiones)

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano creó la bandera nacional tomando los colores de una de las advocaciones más populares de la Virgen María, la Inmaculada Concepción, de quien era ferviente devoto ya que profesaba un fuerte cristianismo católico.


Virgen de la Inmaculada Concepción

Los colores de la Orden de Carlos III, también citado como fuente de los colores de la bandera argentina, fueron a su su vez tomados de los colores de la Virgen, patrona de España, por lo que el origen, en definitiva sería el mismo. El recurrir a la simbología de Carlos III no era algo extraño, ya que era una forma de mostrar fidelidad a las raíces hispánicas, de las que americanos y peninsulares eran parte, en el contexto de la invasión de España por parte de Napoleón. Igual convicción había sostenido durante la Segunda Invasión Inglesa, ante la propuesta de jurar fidelidad a la Corona Británica: “El viejo amo o ninguno”, fue su respuesta.


Medalla de la Orden de Carlos III

Dichos colores los había usado a su vez el Regimiento de Patricios para defender a la patria de las Invasiones Inglesas (1806-1807), y estos pasaron luego a ser los de la escarapela nacional:

Excmo. Señor,
En este momento, que son las seis y media de la tarde, se ha salva en la batería de la Independencia, y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición.
He dispuesto para entusiasmar las tropas y á estos habitantes, que se formen todas aquellas, y las hablé en los términos de la copia que acompaño.
Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme á los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la  aprobación de Vuestra Excelencia.
Rosario, 27 de febrero de 1812. Excmo. Señor,
Manuel Belgrano.

El Regimiento de Patricios supo tener por bandera esta riqueza simbólica que unió la tradición desde la que combatió a los británicos, con los colores de la nación que se empezaba a estructurar:

Como se ve, Manuel Belgrano fue un pensador complejo y completo y su figura excede largamente el rol simbólico que le asignó la historia mitrista. Su pensamiento, en lo atinente a temas de política, sociedad y economía, sigue hoy tan vigente como en su época.

 

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