El lavado de cerebros en sociedades libres es más eficaz que en las dictaduras. Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Parte I

El título parece, a primera vista, un disparate discursivo. Se expresa contra todo la evidencia recogida, contra todo sentido común establecido. Si me atrevo a utilizarlo es porque lo copio de una entrevista [1] que le realizó Daniel Mermet (1942), periodista, escritor francés, co-fundador de Attac [2], una personalidad muy comprometida en la lucha contra el dominio de los grandes medios de comunicación. El entrevistado es un académico reconocido internacionalmente, Noam Chomsky (1928) [[3]], Profesor Emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts.

El tema analizado apunta a las consecuencias que han generado dos condiciones de la sociedad global de los siglos XX-XXI. 1.- es la consolidación de la sociedad de masas: entendida como una sociedad de individuos indiferenciados, de la que forman parte como átomos. Es  posterior a la transformación de la sociedad capitalista del siglo XIX y derivada del triunfo de la Revolución industrial; 2.- es la utilización de ese fenómeno, que comienza en los EEUU, y se refiere a los mecanismos que funcionan detrás de la comunicación moderna. «Un instrumento esencial de gobierno en los países democráticos-capitalistas, tan importantes para esos gobiernos como lo es la propaganda para una dictadura». La densidad y claridad de la palabra del Profesor Chomsky, me exime de agregar comentarios a la tesis que expone.

Empecemos por el asunto de los medios de comunicación. En Francia, en mayo del 2005, con ocasión del referéndum sobre el tratado de la Constitución Europea, la mayor parte de órganos de prensa eran partidarios del “sí”, y sin embargo el 55% de los franceses votó por el “no”. Luego, la potencia de manipulación de los medios no parece absoluta. ¿Ese voto de los ciudadanos representaría también un “no” a los medios?

La respuesta del Profesor es extensa:

El trabajo sobre La manipulación mediática o la manufactura del consentimiento hecho por Edgard Herman y yo no aborda la cuestión de los efectos de los medios en el público. Es un asunto complicado, pero las pocas investigaciones que profundizan en el tema sugieren que, en realidad, la influencia de los medios es más importante en la fracción de la población más educada. La masa de la opinión pública parece menos tributaria del discurso de los medios.

En el debate actual aparecen voces, apoyadas en la idea de que si la manipulación de la opinión pública no es total y perfecta, esto demuestra que no es posible demostrar su existencia. El argumento es tomado por el Profesor:

Tomemos, por ejemplo, la eventualidad de una guerra contra Irán: encuestas llevadas a cabo por institutos occidentales sugieren que la opinión pública iraní y la de Estados Unidos convergen también en algunos aspectos de la cuestión nuclear. Ahora bien, para encontrar este tipo de información en los medios, es necesario buscar mucho tiempo. En cuanto a los principales partidos políticos de los dos países, ninguno defiende este punto de vista. Si Irán y Estados Unidos fueran auténticas democracias en cuyo interior la mayoría determinara realmente las políticas públicas, el diferendo actual sobre lo nuclear ya estaría sin duda resuelto. En lo que se refiere, por ejemplo, al presupuesto federal de Estados Unidos, la mayoría de norteamericanos desean una reducción de los gastos militares y un aumento de los gastos sociales. Sin embargo, la anulación de las bajas de impuestos decididas por el presidente George W. Bush se realizó en favor de los contribuyentes más ricos.

Cualquier persona que se interese por la política y lea los temas internacionales sabe que la política de la Casa Blanca siempre ha hecho oídos sordos a este tipo de reclamos. Pero, las encuestas revelan que esta es la posición de una mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo las encuestas que muestran persistentemente esto raramente son publicadas en los medios:

Es decir, a los ciudadanos se les tiene no solamente apartados de los centros de decisión política, sino también se les mantiene en la ignorancia del estado real de esta misma opinión pública. Cada vez que se le pregunta a un periodista estrella o a un presentador de un gran noticiero televisivo si sufre de presiones, si le ha pasado que lo censuren, él contesta que es completamente libre, que expresa sus propias convicciones.

El Profesor propone esta pregunta: ¿Cómo funciona el control del pensamiento en una sociedad democrática? A esto responde:

En lo que respecta a las dictaduras lo sabemos. Cuando se les pregunta a los periodistas, responden de inmediato: “Nadie me ha presionado, yo escribo lo que quiero“. Es cierto. Sólo, que si tomaran posiciones contrarias a la norma dominante, ya no seguirían escribiendo sus editoriales. Cualquiera que no satisfaga ciertas exigencias mínimas no tiene oportunidad alguna de alcanzar el nivel de comentador con casa propia.

Diferencia de métodos de control público

Avanza en su análisis respecto de las grandes diferencias que existen entre el sistema de propaganda de un Estado totalitario y la manera de proceder en las sociedades democráticas. Comienza con un ejemplo:

Exagerando un poco, en los países totalitarios, el Estado decide la línea que se debe seguir y luego todos deben ajustarse a ella. Las sociedades democráticas operan de otro modo. La “línea” jamás es enunciada como tal, se sobreentiende. Se procede, de alguna manera, al “lavado de cerebros en libertad”. E incluso los debates “apasionados” en los grandes medios se sitúan en el marco de los parámetros implícitos consentidos, los cuales tienen en sus márgenes numerosos puntos de vista contrarios. El sistema de control de las sociedades democráticas es muy eficaz; infiltra la línea directriz como el aire que respira. Uno no se percata, ni se imagina a veces al estar frente a un debate particularmente vigoroso. En el fondo, es mucho más rendidor que los sistemas totalitarios.

Recuerda la experiencia de la Alemania a comienzos de los años 30. Se atreve a afirmar algo que ha quedado en el olvido; «Este país era entonces el país más avanzado de Europa, estaba a la cabeza en materia de arte, de ciencias, de técnicas, de literatura, de filosofía». La pregunta que se ha formulado muy pocas veces es: ¿Cómo, en muy poco tiempo, se produjo tal retroceso? Todo aquello se realizó destilando temor: de los bolcheviques, de los judíos, de los norteamericanos, de los gitanos, de todos aquellos que, según los nazis, amenazaban el corazón de la civilización europea. Quien ha leído un poco de historia sabe que esa transformación fue rápida y profunda. Deben haber algunas causas que no se han planteado con la necesaria claridad. O ¿era necesario ocultar algo que afectaba a algunos poderosos? Nos responde Chomsky:

La mayoría de medios de comunicación alemanes que bombardearon a la población con mensajes de este género usaron las técnicas de marketing diseñadas y aplicadas por los publicistas norteamericanos.

Joseph Goebbels, político alemán que ocupó el cargo de ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich (1933-1945)​​ había leídos los libros de Edward Bernays y de Walter Lippmann, pioneros en la investigación de las técnicas de manipulación de la opinión pública. Contrató algunos investigadores estadounidenses para la implementación de esas técnicas. De ellos aprendió lo que señala el Profesor:

Para dominar, la violencia no basta, se necesita una justificación de otra naturaleza. Así, cuando una persona ejerce su poder sobre otra -trátese de un dictador, un colono, un burócrata, un marido o un patrón-, requiere de una ideología que la justifique, siempre la misma: esta dominación se hace “por el bien” del dominado. En otras palabras, el poder se presenta siempre como altruista, desinteresado, generoso.

Continuaré con el tema en una próxima nota.

[1] Publicada en Le Monde Diplomatique – Agosto 2007.

[2] Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana: es un movimiento internacional altermundialista que promueve el control democrático de los mercados financieros.

[3] Filósofo, politólogo y activista estadounidense, analista de tema de la comunicación social.

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