Por Ricardo Vicente López
Educar, enseñar, son palabras de nuestro uso coloquial que damos por entendidas… Tal vez por sobreentendidas, quiero decir que, por tan sabidas, no necesitan explicación alguna. Sin embargo, es precisamente por esa condición, por dar por sabida cosas que no han sido debidamente reflexionadas, que no avanzamos para resolver ciertos nudos filosóficos que se parecen al nudo gordiano [1]. Debemos partir de una actitud reflexiva crítica respecto de cuáles son los objetivos (implícitos o explícitos) a que apunta nuestro sistema educativo.
Me atrevo a afirmar, por mi larga experiencia docente, que no se busca desarrollar el pensamiento crítico. Esto está muy de los objetivos del sistema. Por el contrario, se apela a la tradición memorística: esta confunde saber con memorizar, o dicho de otro modo todo saber es una acumulación de memorizaciones. Esto genera vicios tales que van alejando al alumno de la posibilidad de desarrollar un pensar crítico, un pensar que pregunte y repregunte hasta comprender. Porque no sabe qué es pensar o, más todavía, reflexionar.
Partiendo de las premisas que sostienen la educación, aún el alumno más brillante (uno “todo diez”) puede saber mucho de lo que memorizó pero no está en condiciones de comprender e interpretar. Esto se ve claramente en el ingreso a las universidades. No ha sido enfrentado a ningún nudo gordiano, razón por la cual no está en condiciones de reflexionar, (salvo cualidades innatas que irá perdiendo en parte). Recuerdo que, siendo yo miembro de una mesa examinadora, quien la presidía, ante una respuesta muy ingeniosa del alumno, lo desaprobó diciendo: “Eso no es lo que yo dije en clase”. Tenía razón no había respetado el catecismo escolar.
Albert Einstein (1879-1955) afirmaba: «Cada día sabemos más y entendemos menos».
Lo invito, amigo lector, a que me acompañe en este razonamiento: «saber es un verbo cuyo origen etimológico remite al latín sapĕre. Acción de anoticiarse o adquirir conocimiento de algo» RAE. Pero ¿qué nos está diciendo Einstein? Pareciera que saber no es lo más importante. Lo que nos sumerge en una cierta zozobra, es la percepción de que la dinámica de los cambios que se avecinan escapa a nuestras previsiones. Se agrega a ello el saber que expresa esa frase tantas veces escuchada, pero no siempre comprendida en toda su dimensión: «Esta no es una época de cambios, sino un cambio de época».
Lo que nos dice es que gran parte de lo sabido corre el riesgo de ser inútil, porque todavía no estamos en condiciones de discernir qué es lo que es bueno o sirve y qué no lo es. Decía, en la década del treinta, Enrique S. Discépolo (1900-1950): «Ya nadie comprende si hay que ir al colegio… o habrá que cerrarlos para mejorar…» Se trata de un saber que recibimos sin beneficio de inventario, debemos aceptarlo sin derecho a reclamos. Una frase muy iluminadora de Rudyard Kipling (1865-1936), sostenía: «Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé, sus nombres son: cómo, cuándo, dónde, qué, quién y por qué». Estos seis servidores Kipling no han sido admitidos en nuestro sistema escolar.
Preguntémonos, amigo lector: ¿Cuántos maestros, profesores de todos los niveles, permiten una pregunta en clase? Muchas veces me dijeron alumnos universitarios que ellos tienen las preguntas prohibidas en clase. Una de las respuestas más significativas la leí del doctor Federico Mayor (1934); Director General de la UNESCO: «Uno de los desafíos más difíciles será el de modificar nuestro pensamiento de manera que llegue a estar en condiciones de enfrentar la complejidad creciente, la rapidez y la imprevisibilidad que caracterizan nuestro mundo».
Deberemos pensar una educación acorde con las exigencias de los tiempos futuros. Esto nos impone aceptar las dificultades que debemos superar para comprender las exigencias de la tarea. Más difícil aun en cuanto somos, en gran parte, el resultado de la educación recibida, que ha estado muy lejos de todo ello. La paradoja se muestra así: «pensar una educación para enfrentar toda esta problemática debe comenzar con cambiar la estructura actual de nuestro pensamiento, y en ello deberán estar incluidos todos los docentes». El Doctor Mayor nos anunció que es muy difícil; y lo será cada vez más, en la medida que sigamos encerrados en este paradigma rígido, que es adorado por muchísimos docentes.
Ver, saber, comprender son cosas muy diferentes
Yo creo que el diagnóstico inicial debe partir de diferenciar qué es formar y qué es informar. El profesor José Luis Brea [2] (1957-2010), especialista en arte y en filosofía de la estética, nos propone pensar con otra mirada, que nos abrirá el camino hacia una comprensión más amplia respecto de nuestra relación con la realidad: lo que vemos y lo que conocemos:
«Una primera impresión podría hacer pensar que necesariamente ambos escenarios –el de lo visible y el de lo cognoscible– deberían coincidir. Sin embargo, y a poco que reflexionemos, nos encontramos con que el registro de lo cognoscible sobrepasa en mucho el de lo visible: tenemos noticia y conocimiento bien construido de muchos otros datos que los aportados por la visión, y obviamente hay allí mucho de lo conocido al margen de lo originado en el registro de la visión. Lo cognoscible es por lo tanto mucho más amplio que lo meramente visible».
Gran parte de esto está ausente en las aulas, el resultado no puede ser otro que formar ciudadanos sin capacidad de crítica y análisis, ciudadanos que no cuestionan nada, sino que sencillamente aceptan lo que leen o escuchan. Así han sido enseñados. Amigo lector, ¿lo estoy escandalizando? Hagamos el esfuerzo de prestar atención a qué se dice y se lee en los medios de información – porque no comunican, informan–. Dicho con otras palabras: el ideal es el alumno sumiso que preanuncia un ciudadano sometido.
Pero hemos convenido que educar -o mejor dicho una verdadera educación- no es simplemente el obligar a memorizar, es mucho más: es formar personas maduras, con capacidad crítica, personas que hagan y se hagan preguntas, que cuestionen. El ideal debiera ser formar futuros ciudadanos creativos, cuya crítica pueda aportar soluciones y conclusiones propias. Personas con autonomía que puedan realizar un examen de cualquier situación y también un auto-examen, aunque, en esos primeros pasos se equivoquen mucho. Eso los obligará a revisar sus propios pensamientos para que puedan detectar el error y proponer su corrección. En definitiva, personas formadas para ejercer la libertad.
Será por tanto, responsabilidad de la tarea docente, ayudar a formar al alumno respetando la etimología de la palabra educar:
«La palabra educar lleva la raíz de la palabra latina “ducere” = guiar, conducir; también, permitir y ayudar a la interioridad para que florezca. La acción docente es apoyar la construcción de ese aprendizaje propio del alumno. Es decir, respetar en la persona su facultad de realizar su propio proceso de enseñanza-aprendizaje, que puede llegar a ser “autodidacta”, aunque no deje de reconocer la necesaria guía del docente. Por ello educar debe ser, entonces, guiar, ayudar en su maduración, conducir, orientar. El proceso del conocimiento supone dos actores: un alumno que va reconociendo sus propias cualidades y capacidades y se prepara a desarrollarlas, acompañado de un guía docente que respeta sus iniciativas y ayuda a corregir los errores. Idéntico significado tiene la palabra griega “pedagogo”, “paidós” = niño y “agogós” = que conduce: el que orienta, dirige, conduce».
El maestro, palabra de origen latino: “magister”: «el que está más experimentado en una actividad cualquiera y por eso dirige, conduce, orienta. Deberá ser un amigo que colabore y busque el desarrollo y la expansión de las mentes de sus alumnos». No debe castrarlos con la memorización autoritaria, sino ser un conductor que fomenta la creatividad y el cuestionamiento. En pocas palabras: alguien que enseñe a reflexionar, y por tanto a ser libre.
Pensar, comprender, reflexionar
Porque pensar — algo que es cada vez menos frecuente– nos hace libres, abre el camino de la verdad. La libertad exige un ejercicio responsable de personas atentas a lo dicho y lo hecho, con capacidad de definir lo bueno y lo malo. Equivale a decir: con valores firmes sobre los cuales se puedan construir conductas responsables, con capacidad analítica. Libres en cuanto a que puedan elaborar un pensamiento crítico y propio. Libres para desarrollar las capacidades personales, evitando convertirse así, en autómatas de las sociedades de masas.
Se me podrá decir que esto es un idealismo delirante. Bien lo admito. Pero las idealidades han sido siempre el faro de luz que nos ayuda a encontrar caminos nuevos, necesarios y posibles. Todo lo dicho se torna urgente en la medida en que la capacidad de manipulación de los públicos masificados sigue avanzando en la cultura occidental. Sobre este tema sugiero consultar mi trabajo El control de la opinión pública, en la Sección Biblioteca de la página www.ricardovicentelopez.com.ar.
[1] La expresión nudo gordiano procede de una leyenda griega según la cual los habitantes de Frigia tenían que elegir un Rey. El oráculo sentenció que quien desatara un nudo cuyos cabos se escondían en el interior, sería elegido. nadie había logrado hacerlo. Cuando Alejandro Magno (356-323 a. C.) se dirigía a conquistar el Imperio persa, en el 333 a. C., le presentaron al reto: desatar el nudo. Sacó su espada y lo cortó y dijo «Es lo mismo cortarlo que desatarlo».
[2] Teórico y crítico de la cultura, de nacionalidad española. Fue profesor titular de Estética y Teoría del Arte contemporáneo en la Universidad Carlos III de Madrid y en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, en España.