Por Ricardo Vicente López
I.- En esta columna he adoptado el compromiso de mirar el mundo aportando una mirada crítica, que supone la defensa de los más desprotegidos del mundo. Por ello no podemos soslayar, en este mes de octubre, hablar de lo que se ha dado en llamar el descubrimiento de América, sus significados y sus consecuencias. El título lo he tomado prestado de varios prestigiosos historiadores, que han asumido la obligación de denunciar el ocultamiento de la historia de los vencidos. Esa es la razón para proponer el juego de esas dos palabras en el título.
Voy a contar una historia de un territorio conquistado, y desde él, asumiendo ser parte de él, porque no ha logrado todavía la liberación total. Analizaré las consecuencias que padecieron nuestros pobladores, que todavía hoy en el siglo XXI están lejos de ser superadas. Dentro de este panorama el año 1492 se convierte en una fecha fundamental para nuestra historia, y para la gran transformación mundial que tuvo origen a partir de entonces. Esta actitud contiene sobradas razones para que nos detengamos a revisar la historia que nos han contado, que se ha convertido en uno de los relatos fundantes de la conquista y justificativos de la dominación y el saqueo. Este relato lo hemos estudiado en nuestra formación escolar y sigue todavía siendo repetido dentro del sistema educativo, sin el menor pudor.
Uno de los intelectuales que voy a citar, como autoridad en la materia, es el pensador brasileño Leonardo Boff (1938), quien escribió un folleto al cumplirse el quinto aniversario de ese acontecimiento que llevó por título, con tono de advertencia, Cómo celebrar el quinto centenario. En él propone al lector pensar un escenario, casi teatral, en el que se encuentran dos grupos de personas que van a ser protagonistas de dos versiones diferentes de lo que sucedió: unos, los que llegaban en las carabelas, representantes de la visión triunfalista, que habla de temerarios navegantes que enfrentaron los mares bravíos:
«Con una aventura y una valentía mucho más significativas de lo que fue ir a la Luna o a los espacios siderales, porque iban a lo desconocido».
Los otros, los habitantes de las islas caribeñas, que están en las playas y ven llegar las carabelas. La recepción que les brindaron a los recién llegados la describe Cristóbal Colón con estas palabras de asombro, algo que la historia oficial ocultó sistemáticamente:
«Como personas, que tenían tanto amor que podrían dar su propio corazón, que repartían todo y daban lo mejor que tenían a los llegados. Aquellos que – llega a pensar el Almirante– tal vez no han conocido el pecado original y por eso andan desnudos en la santa inocencia. Una especie de paraíso perdido».
Pero, esa situación casi paradisíaca duró poco, ya que cuando desembarcaron mostraron qué es lo que les esperaba a partir de allí. Un relato de esa historia, contado por mayas anónimos en los libros del Chilam Balam del siglo XVI, lo pintaba de este modo:
«¡Entristezcámonos, ay, porque han llegado! Nos han cristianizado, pero nos hacen pasar de un señor a otro como si fuéramos animales. Sólo por causa de los tiempos locos, de los locos sacerdotes porque muchos cristianos llegaron aquí con el verdadero Dios, pero éste fue el comienzo de nuestra miseria, el principio del tributo y del desastre, el principio de los atropellos, el principio del despojo absoluto. Fue el principio de la obra de los españoles y de los sacerdotes, el principio de utilizar los caciques, los maestros de escuela, los fiscales. Ellos nos enseñaron el miedo, por ellos se marchitaron nuestras flores. Para que su flor viviese, dañaron y devoraron la nuestra».
Las miserias padecidas tenían una razón fundamental para el conquistador, fue el saqueo de los metales preciosos que forjaron la transformación de la vida europea. Boff la escribe con estas palabras:
Durante quince años, circuló por el continente europeo diez veces más oro del que normalmente circulaba. Se produjo la gran expansión mercantilista de la economía, y también la animación que significó la acumulación primitiva que proporcionó el nacimiento del capitalismo. En esa primera etapa España y Portugal pasaban el oro a Holanda e Inglaterra. Esa fecha es de fundamental importancia. Es un hecho histórico de la mayor trascendencia, incluso para los que no tienen la referencia cristiana y a quienes no les interesa hablar de la evangelización del continente.
II.- Para tener una visión más cercana de cuál era la actitud del “descubridor” y “conquistador” conviene leer el texto de la primera carta que Cristóbal Colón mandó a su regreso, desde Tenerife, para contar al mundo europeo el gran descubrimiento. Textualmente dice:
«Hemos tomado posesión para sus Altezas, con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho. Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos Rey y Reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa a donde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas y dar muchas gracias a la Santísima Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán, entornándose tantos pueblos a nuestra fe, y después por los bienes temporales que no solamente a España más a todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia».
Llama San Salvador a la isla y se refiere a aquellas tierras como “las Indias” porque allí creía haber llegado. Su actitud es de un profundo agradecimiento a Dios ya que ha llegado a ver esas tierras y descubrir riquezas para los reyes.
Boff agrega una anécdota personal que pinta su humor y su sagacidad. En una oportunidad, poco antes de la celebración del Quinto Centenario, tuvo la suerte de conocer a un dominico muy inteligente y muy solidario con la Teología de la Liberación, que era confesor del Rey de Juan Carlos I de España, que le dijo:
«Hermano dominico: le doy ese libro de León Portilla, El reverso de la conquista, para que se lo pase al Rey de España. Cuando él venga a confesarse impóngale como penitencia que lea este texto y que no solamente lo lea sino que, desde su lugar oficial e institucional como Rey y como Presidente de la Comisión Europea y Latinoamericana de Presidentes que van a hacer las grandes celebraciones de los Quinientos años, desde ese lugar social, cuando haga su discurso, junto a los Presidentes de América Latina, y que posiblemente será el discurso que tendrá más repercusión de todos los de la conmemoración, no deje de escuchar, intercalar, interponer en él la voz de aquellos que jamás fueron escuchados. Porque esa es una cuestión de justicia y tenemos que escucharlos».
Ya quedó dicho que el tal descubrimiento fue pensado por muchos americanistas como un encubrimiento. Y esto no debe tomarse como un simple juego de palabras, encubrir es ocultar la verdad sobre lo que sucedió. Ejemplo de este dispositivo discriminatorio lo podemos encontrar a comienzos del siglo XIX en uno de los filósofos más importantes de Europa, el alemán Georg W. F. Hegel (1770-1831). En una de sus obras Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (1830), plantea sus exigencias para considerar a un pueblo como perteneciente a la historia, equivale a decir, como digno de estar junto a los civilizados. Leámoslo:
Lo único propio y digno de la consideración filosófica es recoger la historia allí donde la racionalidad empieza a aparecer en la existencia terrestre… La existencia inorgánica del espíritu, la brutalidad… feroz o blanda, ignorante de la libertad, esto es del bien y del mal y, por tanto, de las leyes, no es objeto de la historia… Los pueblos pueden llevar una larga vida sin Estado, antes de alcanzar esta determinación. Y pueden lograr sin Estado un importante desarrollo, en ciertas direcciones. Esta prehistoria cae empero fuera de nuestro fin.
Si el lenguaje es un tanto oscuro, se puede traducir simplemente diciendo: no todos los pueblos que han existido tienen la dignidad suficiente para ser considerados parte de la Historia, junto a los pueblos superiores. Algunos son nada más que una parte de la naturaleza: es decir sólo una especie más de animales. Si preguntamos por qué sólo algunos pueblos son merecedores de esa clasificación y otros no, encontramos una respuesta en otro filósofo alemán, Edmund Husserl (1859-1938), quien lo definió de este modo:
Europa entendida no geográficamente o cartográficamente, como si se pretendiera circunscribir el ámbito de los hombres que conviven aquí territorialmente en calidad de humanidad europea. En el sentido espiritual pertenecen manifiestamente también a Europa los Dominios Británicos, los Estados Unidos, etc., pero no los esquimales ni los indios de las exposiciones de las ferias ni los gitanos que vagabundean permanentemente por Europa. Con el título de Europa trátase, evidentemente aquí, de la unidad de un vivir, obrar, crear espirituales: con todos los fines, intereses, preocupaciones y esfuerzos, con los objetivos, las instituciones, las organizaciones.
Ahora creo que queda más claro. Podemos definirlo de otro modo, un tanto más irónico pero no carente de verdad: «Sólo los blancos, rubios, altos, de ojos celestes». Los hombres de América – entiéndase bien de la del Río bravo hacia el sur− no dan el tipo por lo tanto no entran en la historia. Debemos agregar aquí que no debemos olvidar que la historia de estas tierras la contaron los conquistadores, hombres civilizados, que hablaron de nosotros analizando cómo son y se comportan los bárbaros [[1].
América es un territorio que ha sido muy poco estudiado y pensado desde él, salvo honrosas excepciones, por lo tanto la historia está contada desde afuera de él. Al hablar de territorio no se debe olvidar ese concepto de Husserl de no pensarlo geográficamente ni cartográficamente, sino espiritualmente sabiendo que el espíritu es exclusividad de los hombres blancos.
El filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) comenta la afirmación de Hegel:
Pero la paradoja no radica en que Hegel elimine a América del cuerpo propiamente histórico, sino que, no pudiendo colocarla ni en el presente ni en el pasado propiamente tal, tiene que alojarla en la prehistoria… un tiempo es prehistórico no porque ignoremos lo que en él pasó, sino, al revés, porque en él no pasó nunca nada, sino que pasó siempre lo mismo, y el pasado, en vez de pasar, se repitió pertinazmente.
Entre las excepciones recién mencionadas podemos leer al Doctor Enrique Dussel, filósofo argentino, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien propone una puntualización:
Hablaremos de Latinoamérica por dos motivos. Primeramente, por cuanto América del Norte (la anglosajona y canadiense francesa) es otro “mundo”… En segundo lugar, porque hispano o Iberoamérica existió hasta el siglo XVIII… mientras que, el proceso de universalización y secularización del siglo XIX, se constituyó esencialmente por el aporte francés –en lo cultural-, y anglosajón –en lo técnico-. Desde ese momento el “mundo español” es ya marginal en América latina… es esa totalidad humana, esa comunidad de los hombres que habitan desde California al Cabo de Hornos, cuyo mundo se ha ido progresivamente constituyendo a partir del fundamento racial y cultural del hombre pre-hispánico, pero radicalmente desquiciado por el impacto del mundo hispánico del siglo XVI.
Otra de las excepciones es el sacerdote jesuita español, filósofo y teólogo Ignacio Ellacuría (1930-1989) –que, por pensar de este modo, fue asesinado por para-militares de El Salvador. Fue Rector de la Universidad Centro-Americana de ese país. En una conferencia sobre el Quinto centenario sostuvo:
Pero en América Latina la verdad es que el quinto centenario, en cuanto tal, no le interesa prácticamente a nadie. Y ello, a mi modo de ver, es lo mejor que puede suceder. El problema es que desde fuera nos va a llegar toda una cascada de escritos, celebraciones y programas. Y, ante tal situación, nosotros vamos a tener que tomar partido, vamos a tener que apuntarnos a las voces capaces de comprender críticamente este asunto. Naturalmente intentaremos que nuestra crítica no se produzca de forma destructiva, pero lo que no vamos a poder tolerar es que se repita, ahora conmemorativamente, la misma historia de los conquistadores.
III.- Afirmaba que lo primero que había sucedido es que el «conquistador» o dominador se puso al descubierto. Por lo tanto, lo que se descubrió en América fue la verdad de lo que era España, la realidad de la cultura occidental que priorizaba el oro y también cuáles eran las alianzas de la Iglesia en ese momento. Continúa Ellacuría:
Ellos se pusieron al descubierto, se desnudaron sin darse cuenta, porque lo que hicieron respecto a la otra parte fue «encubrirla» no «descubrirla». En realidad es el Tercer Mundo quién descubre al primer mundo en sus aspectos negativos y en sus aspectos más reales.
La voluntad de dominio, de saqueo de riquezas, de sometimiento a los nativos, quedaron expuestos para los ojos que estuvieran dispuestos a ver. Lamentablemente esos ojos se demoraron mucho en hacerse cargo de la verdad de lo que había sucedido y siguió sucediendo. El discurso académico fue cómplice de ese encubrimiento de las intenciones y trapacerías de los civilizados. Todavía hoy, en colegios y universidades, se sigue enseñando la maravilla de la cultura superior de las naciones noratlánticas, y los medios de información concentrados acompañan ese discurso.
Propongo ahora otra mirada sobre este tema partiendo de la pregunta: ¿Quiénes fueron los beneficiarios de ese acontecimiento? Porque no queda ninguna duda que fue un contecimiento, en su carácter de ser fundante de un mundo nuevo. Un suceso histórico de una dimensión tal que no fue percibida –o fue ocultada− por diversas razones, entre los que escribieron sobre él. Una de esas razones es que de haberse tomado conciencia de su magnitud, de haberse evaluado correctamente su profundidad, hubiera desmerecido el relato de la auto-realización de la Europa Moderna. El capitalismo, que aparece en los manuales como el resultado de la creación de la burguesía centroeuropea, también se hubiera visto obligado a reconocer el inmenso aporte del oro americano, sin el cual no se hubiera sido posible su expansión, tal como se dio a partir del siglo XVIII.
En un artículo publicado algún tiempo atrás (12-10-15) como una propuesta de reflexionar sobre lo que no se dice de esa fecha, titulado 12 de octubre – una herida abierta, su autor Marcelo Colussi − escritor y politólogo de origen argentino, Licenciado en Filosofía e Investigador del Instituto de Problemas Nacionales de la Universidad de San Carlos de Guatemala − ofrece una mirada que se aparta de las tan consabidas publicaciones. Comienza afirmando con cierto tono provocativo –en el sentido de que intenta provocar una reflexión−:
Puede decirse, sin temor a equivocarnos, que en el amanecer de ese día de 1492 comenzó el verdadero proceso de la globalización que fue, al mismo tiempo, el ocaso de las civilizaciones americanas originarias. Más de cinco siglos han pasado desde aquel entonces, y la deuda pendiente no parece llegar a su fin. En un sentido, esa deuda es impagable.
Establece un paralelo, entre esos dos procesos, que denuncia: la globalización y el etnocidio − el proceso imperial y exterminio de las culturas del continente americano−. Esos comienzos no refieren simplemente una correspondencia temporal, una simultaneidad, sino, por el contrario, que se entrelazan mutuamente en relaciones causales: La riqueza del primer mundo tiene una enorme deuda con el saqueo de las riquezas del mundo conquistado:
El “descubrimiento” de América fue la condición de posibilidad del “inicio del mundo moderno capitalista”. Es un hecho de una trascendencia sin par en la historia de la Humanidad: inaugura un escenario novedoso que sienta las bases para la universalización de la cultura del imperio dominante, a escala planetaria luego con la entrada triunfal de las tecnologías de la comunicación e información que vuelven al planeta una verdadera aldea global.
Nacía así la Modernidad europea, una cultura expansionista que se considerará a sí misma la civilización. Esta cultura, su concepción del hombre, de las relaciones sociales, su cosmovisión se fue convirtiendo, según nuestro autor:
En el “Modo de vida occidental”, pero podría llamarse con terminología actual: libre empresa, o economía de mercado. La llegada de los europeos a tierra americana y su posterior conquista fue la savia vital que alimentó la expansión del capitalismo. El 12 de octubre marca, entonces, la irrupción violenta de la avidez capitalista europea en el mundo, llevándose por delante toda forma de resistencia que se le opusiera, y haciendo de su cultura la única válida y legítima, vestida con las ropas de la “civilización”. Lo demás fue condenado al estatuto de barbarie.
Por todo ello no hay nada que festejar para los pueblos de la Amerindia. Cuando se corre el telón del relato almibarado sólo aparece miseria, sangre, fuego. Esa es la razón que impide hablar de festejos. Las heridas de esa larga historia, de más de quinientos años, no han sido cerradas porque se las negó y, por lo tanto, quedó oculta en los corazones de los habitantes originarios, de los criollos y sus descendientes. Se puede preguntar ¿Quién la va a pagar? ¿Es posible pagarla? Muy posiblemente ¡NO! Un aspecto de esa deuda es de carácter cultural y ha penetrado profundamente en la conciencia americana:
Pero hay algo bien importante: el triunfo de la conquista fue muy grande, y los latinoamericanos seguimos sufriendo hoy “complejos de inferioridad”. No es infrecuente ver en cualquier ciudad latinoamericana, o incluso en sus regiones rurales, a algún ciudadano (hombre o mujer) de aspecto aindiado, moreno −en definitiva: no-blanco desde el punto de vista fenotípico− con el cabello teñido de rubio. Los palacios gubernamentales, aún rodeados de palmeras y bajo abrasadores soles tropicales, deben tener muchas columnas jónicas y dóricas con amplias escalinatas de mármol como los de los “hombres blancos” del norte. La juventud “chic” canta en inglés. Y en diciembre, ¡por supuesto!, los shopping centers se llenan de pinos plásticos y nieve artificial con un viejo barbudo vestido con trajes de piel (que no se sabe de qué se ríe…) y que viaja en trineo (¿trineo para la nieve en nuestros países?).
IV.- Conferencia del Cacique Guaicaipuro Cuatémoc ante la reunión de los Jefes de Estado de la Comunidad Europea (2003). Presento un fragmento de una obra de ficción, que merece ser leído y difundido. El autor, Luis Britto García (1940), es abogado y Doctor en Leyes en la Universidad Central de Venezuela. La versión completa de este discurso puede consultarse en http://www.pepe- rodriguez.com/Ecologia_Consumo/Deuda_externa_indigena.htm
«Aquí pues yo, Guaicaipuro Cuatémoc, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro. Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que se encontraron hace quinientos años. Aquí pues nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa… El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme. El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses, aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros, sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos, también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias: papel sobre papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda [Andalucía] 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata provenientes de América. ¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron al Séptimo Mandamiento. ¿Expoliación? ¡Guárdeme Tonantzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre del hermano! ¿Genocidio? ¡Eso sería dar crédito a calumniadores como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro de “destrucción de las Indias”. ¡No! Esos 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata deben ser considerados como el primero de muchos préstamos amigables de América destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir su devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios. Yo, Guaicaipuro Cuatémoc, prefiero creer en la menos ofensiva de las hipótesis».
[1] Se puede consultar mi trabajo: Civilizados y bárbaros en www.ricardovicentelopez.com.ar – para un análisis más detallado.
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