Por Ricardo Vicente López
Una recuperación de ideas imprescindibles para repensar la liberación latinoamericana
Parte I – una primera aproximación
Las décadas de los sesenta y setenta vivieron, en parte, sumidas en un clima de esperanza que podríamos denominar utópica. Desde este hoy, adquiere un tono despectivo después de cuatro décadas de imperio de un neoliberalismo burdamente materialista y perversamente pragmático. La Real Academia nos informa que el vocablo deriva: «del griego οὐ = no, y topos = lugar; “lugar que no existe o lo que no tiene lugar”. También aparece como plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación». Otro modo de abordar el tema:
El concepto utopía se refiere a la representación de un mundo idealizado que se presenta como alternativo al mundo realmente existente, mediante una crítica de éste. El término fue concebido por Tomás Moro en su obra Dē Optimo Rēpūblicae Statu dēque Nova Insula Ūtopia [en castellano: Libro Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía]. Allí Utopía aparece como el nombre dado a una isla y a la comunidad ficticia, cuya organización política, económica y cultural contrasta en numerosos aspectos con las sociedades humanas de su época.
Tomás Moro (1478–1535) fue un inglés de una cultura muy amplia y diversa: pensador, teólogo, político, humanista y escritor, además de poeta, traductor, Profesor de leyes, Juez de negocios civiles y abogado. En su obra más famosa, aparece, como vimos, este vocablo de su invención: Utopía. En ella busca relatar la organización de una sociedad ideal, asentada en una nación cuyo territorio es una isla. Este planteo le permite abrir la posibilidad de incorporar algunos comentarios de los navegantes que habían regresado de América. Las cartas de Cristóbal Colón, con relatos semejantes, probablemente hayan desarrollado su imaginación. La creación de una comunidad ficticia, con ideales filosóficos y políticos no hallables en las sociedades de su época, nos habla de una profunda crítica social que se sostiene en su sólida formación filosófica cristiana.
La obra presenta la narración y descripción de dicha comunidad que un capitán de ultramar, personaje ficticio llamado Rafael Hythloday, le ofrece al autor. El marino se presenta como integrante de la tripulación de uno de los viajes de Américo Vespucio [1] (1451-1512) que se separó de él junto con otros tripulantes, y vivió cinco años en la isla Utopía. Los detalles que Moro incorpora a la narración pintan esa comunidad como una vida en paz y armoniosa. Esto se ha logrado por la organización de un sistema de propiedad común de los bienes, sin autoridades despóticas. Un anarquismo idealizado.
El cuadro se destaca por sus diferencias con el sistema de autoridad rígida y de propiedad privada de su época, la Inglaterra del siglo XVI. Por contraste, se puede entender el origen de la relación social conflictiva en las sociedades europeas. Otra diferencia que contrapone con las sociedades medievales de entonces es el hecho de que las autoridades en Utopía son elegidas mediante el voto de la comunidad. Se puede advertir alguna influencia del espíritu que anima a La República de Platón, en la cual también se describe una sociedad idealizada. Se percibe eso en las numerosas referencias a los pensamientos del filósofo Sócrates, personaje central de esos Diálogos.
La obra de Tomás Moro sentó un antecedente crítico que también puede encontrarse en algunos otros pensadores de su época. Las convicciones de los humanistas del Renacimiento, con sus ideas, con sus escritos, sus prédicas, daban existencia terrestre a las, para entonces, ya viejas enseñanzas evangélicas. Así, Girolamo Savonarola (1452-1498), Erasmo de Rotterdam (1469-1536), Juan Pico de la Mirándola (1463-1494), Tomás Campanella (1568-1639) —todos ellos cristianos, aunque con reparos frente a los poderes eclesiásticos— comenzaban a construir las bases de un pensamiento que colocaba al hombre libre, en tanto tal, en el centro de sus reflexiones. La vieja utopía cristiana del «Reinado [2] de Dios en la Tierra» se presentaba, en la imaginación de esos pensadores, bajo diversas formas de sociedades posibles, superadoras de las injusticias de sus épocas.
Todos ellos eran representantes de la ideología de una clase en ascenso: la burguesía de las comunas urbanas [3] (varios siglos antes de la Revolución industrial inglesa), que recuperaban las verdades del humanismo cristiano ante las dogmáticas interpretaciones que las cúpulas eclesiásticas habían realizado de los Evangelios. En este sentido, eran más fieles a las enseñanzas de Jesús de Nazaret que las que aparecían en las interpretaciones de algunos de los teólogos oficiales. Las versiones vigentes de entonces muchas veces fueron justificaciones del poder dominante. El marchar de las ruedas de la historia comenzaría luego a desviarse de ese camino. La embriaguez de poder y riquezas de esa misma clase, tiempo después, se solazaba con el oro y la plata que llegaba de allende los mares.
La supuesta y muy bien publicitada afirmación de que las ideas son universalmente válidas, tarea que realizó ejemplarmente la Ilustración [4], arrastra a más de un equívoco. La Europa burguesa de los siglos XVIII y XIX estaba profundamente convencida de ser portadora de las verdades universales. Verdades que levantó como banderas cuando emprendió la tarea de intentar convertir a los habitantes de la periferia, con una prédica perseverante, coincidente con sus ideales y, para ello, no siempre apeló a los mejores argumentos e instrumentos.
Tal vez, imbuida de aquella afirmación de que «la letra con sangre entra», exageró el contenido de este enunciado y derramó demasiada sangre. Sus cerradas convicciones les impidieron comprender que detrás de su filosofía se escondía un proyecto imperial. Las leyes de los imperios tienen siempre una tenacidad histórica que sobrepasa la conciencia de sus ejecutores. Desde la racionalidad imperial, todo está justificado (Si hay alguna duda, amigo lector, consulte a la Casa Blanca y al Pentágono).
La conquista, con sus métodos feroces, fue aplicada en el seno de la sociedad europea. La justificación de la explotación de los pueblos indígenas sirvió también para avalar la explotación de los trabajadores que la Revolución Industrial [5] amontonó en sus grandes talleres. Posiblemente, el ruido de las nuevas máquinas tapó el gemido de esa gente que dejaba jirones de sus vidas durante las doce o catorce, y hasta dieciséis horas, de sus jornadas laborales. La cantidad de mercancías que esas fraguas industriales arrojaban a la venta alimentó la apertura de los nuevos mercados (para utilizar un lenguaje técnico y aséptico). De modo tal que el mundo se fue convirtiendo en un solo escenario de ventas y de aprovisionamiento de insumos. Diría Carlos Marx en el Manifiesto (1848): «La gran industria creó el mercado mundial (…) Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas».
El romanticismo y la fe de los renacentistas, en sus ideales de un mundo mejor, fueron quedando sepultados bajo las tentaciones de la nueva promesa de la felicidad por vía de la acumulación infinita de riquezas a cualquier precio.
La prédica del cristianismo en ciertas Iglesias fue puesta al servicio del proyecto capitalista. Aprovecharon y reinterpretaron el mensaje evangélico excediéndose en la espiritualización. Esto le quitó todo el contenido subversivo que Jesús predicaba en defensa de los pobres, ahora convertidos en los pobres de espíritu.
[1] Navegante florentino que trabajó al servicio del reino de Portugal y de la Corona de Castilla. Se lo consideró el primer europeo en comprender que las tierras descubiertas por Cristóbal Colón conformaban un nuevo continente; por esta razón, el cartógrafo Martín Waldseemüller, en su mapa de 1507, utilizó el nombre “América” en su honor como designación para el Nuevo Mundo.
[2] Se ha conocido con la expresión: el “Reino de Dios”, sin embargo la traducción más fiel debe ser reinado. Reino es una institución política vigente en aquella época. Reinado se refiere al tiempo en que rigen algunas ideas y valores. Jesús utilizó esta acepción del concepto: un tiempo en el cual rigieran las enseñanzas evangélicas, equivale a decir que todos adoptaran esos valores.
[3] Para mayor información sugiero la lectura de mi trabajo Los orígenes del capitalismo moderno, Parte 3 La formación de la comuna aldeana en la página www.ricardovicentelopex.com.ar.
[4] La Ilustración fue una época histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo –especialmente en Francia e Inglaterra–que se desarrolló desde fines del siglo XVII hasta el inicio de la Revolución francesa. Fue denominado así por su declarada finalidad de “disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón”. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces.
[5] Período histórico comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, durante el que Gran Bretaña en primer lugar, y el resto de Europa continental después, sufren el mayor conjunto de transformaciones socioeconómicas, tecnológicas y culturales de la historia de la humanidad.