A propósito del niño por nacer. Reflexiones del filósofo argentino Alberto Caturelli

A propósito del niño por nacer
Reflexiones del filósofo argentino Alberto Caturelli (1927-2016)*

Selección de textos por el Dr. Pablo Davoli

La concepción es una creación:

“… el embrión humano ‘tiene’ un ‘acto de existir’ (acto del todo) que le es intransferiblemente propio. Este acto (pura donatividad) no lo ‘tiene’ por sí mismo ni por la operación de sus padres. Lo primero es inconcebible porque nada existe antes de existir; lo segundo es imposible porque gameto masculino y gameto femenino disponen la totalidad de la materia (podríamos hablar de ‘plasma vital’) pero ‘no pueden’ donar el acto mismo de ser del embrión. La donación del acto de ser al ente -en este caso a este nuevo hombre que la embriología llama cigoto- se denomina ‘creación'”.
Cada uno de nosotros ha sido creado por Dios mismo (causa eficiente absoluta) y por nuestros padres (causa eficiente por participación):
“… sólo el ‘Tú’ infinito, el mismo Ser subsistente, ‘es’ la potencia infinita que puede ‘donar’ al embrión su ‘actus essendi’, su mismo existir participado. Él es la Causa eficiente primera, absoluta, principal y principial del embrión humano. En el acto supremo del amor humano, cuando es fecundo con fecundidad carnal, los esposos son las causas principales eficientes por participación y, como tales, segundas; son principales en su orden en cuanto a la disposición de la materia; digo también ‘principiales’ porque dan comienzo o principio. (…) La fecundidad es, pues, acto por el cual los 23 cromosomas paternos constituyen, ‘en el instante’, el cigoto con sus irrepetibles 46 cromosomas; absolutamente, es el Tú infinito (causa eficiente primera) Quien dona, ‘en el instante’, el acto de ser del embrión”.
La “co-incidencia” de amor de Dios y el amor de nuestros padres:
“Dios no causa por un lado el cuerpo y por otro el alma sino que ‘causa el todo’ del embrión, singular, irrepetible. En el instante cualitativo se encuentran eternidad y tiempo sucesivo; quiero decir que la creación divina y el acto de amor humano fecundo ‘co-indicen’ y, en ese mismo ‘instante’ eternidad y tiempo se ‘tocan’; esta coincidencia se prolonga en los momentos sucesivos de la duración. (…)
Los padres son procreadores “en cuanto la unión carnalmente fecunda, co-incide con el acto de creación divina; los padres disponen; sólo crea el Tú infinito en ese ‘instante’ que bien podríamos llamar ‘instante creador’. Cuando los científicos quieren captar el instante de la concepción (lo mismo acontece con el instante de la muerte real) se condenan al fracaso porque ese instante es cualitativo incaptable para los más finos aparatos de la tecnología. Trátase de un instante metafísico ‘inverificable’ para la ciencia empírica”.
La concepción y la muerte (el inicio y el fin de nuestro tiempo) son instantes metafísicos:
“(…) … el hombre, desde su concepción hasta su muerte, se mueve de la Presencia a la Presencia; o, si se quiere ser más exacto, del Instante al Instante; así existimos temporalmente, en el ámbito de la eternidad”.

“El acto de ser embrión humano es ‘medido’ por la eternidad; su dinamismo vital, lo es por el tiempo. Sacro instante el de la co-incidencia de mi amor por ti con el acto eterno del amor de Dios”.

Nuestra vida en el seno materno:

“En el seno materno, el hombre existe en estado de ‘inclusión’; quiero decir que existe en ‘simpátheia’ no sólo con el seno materno sino con el todo. En nuestra lengua se dice que ‘incluir’ (de ‘includere’) es ‘poner un ente dentro de otro o dentro de sus límites’; también significa contener una cosa en otra como llevándola consigo. El estado de inclusión no es, por tanto, negación de la singularidad ontológica, sino un existir en simpatía, en com-pasión con el todo al cual, el niño no puede, ‘todavía’, considerar ‘objeto’, como lo que está delante (‘ob-iectum’)”.

“El infante no nacido vive en estado de ‘inclusión’ en el seno materno y en el todo; la madre es realmente quien pone al niño en un vínculo cósmico; él está ‘incluido’ en el todo”.

“El tiempo del niño no nacido bien puede llamarse ‘pre-natal’; durante este tiempo, la matriz (no olvidemos que proviene de ‘matrix’ y ésta de ‘mater’) es una suerte de redoma, de cofre sacro; (…); porque la matriz (el centro del seno materno) es el ‘cobijo originario’ del niño. Nuestra palabra ‘cobijo’ proviene de ‘cubiculum’ y éste de ‘cubo’ que significa acostarse. El niño está reclinado, en un ‘cuidado’ vital previo al nacimiento. (…) Persona humana desde el instante inicial, vida viviente, psiquis activa inmersa en la inclusión con el ‘Tú’ materno y con el todo, su secreto más escondido se nos escapará siempre. La vida de este hombre completo -que escapa y se ‘defiende’ cuando su vida es amenazada en el horrendo acto del aborto o que se recuesta tiernamente flotando en el seno materno- es para nosotros un misterio. Pero es una vida intensa”.


EXTRACTOS DE: Caturelli, Alberto, “Dos, una sola carne. Metafísica, Teología y Mística del Matrimonio y la Familia”, Gladius, C.A.B.A., 2005, páginas 139-140 y 148-149, selección y títulos de Pablo Davoli.
 

*Alberto Caturelli fue Licenciado en Filosofía por la Universidad de Córdoba en el año 1949 y doctorado en la misma Universidad en 1953. En la histórica «Casa de Trejo» cumplió una larga carrera docente como profesor, entre los años 1953 y 1993. Es profesor de Historia de la Filosofía Medieval e Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en la Argentina, a cuya vida institucional estuvo vinculado muchos años. Recibió el Premio Nacional de Filosofía, provincia de Santa Fe, (1965 a 1970), el Premio Consagración Nacional de Filosofía (1983), el Premio Internacional de Filosofía “Michele F. Sciacca”, Italia (1987). Fue miembro honorario de la Pontificia Academia para la Vida.