123 diputados rechazan legalizar el aborto y ya hay una tendencia. La opinión de la Academia Nacional de Medicina

La Cámara de Diputados ya cuenta con 123 de 256 legisladores que han manifestado su rechazo a la legalización del aborto, bajo la consigna “Salvemos las 2 vidas”, contra 99 que se han manifestado a favor de la legalización, marcando una tendencia difícil de revertir (para tener cuórum se necesitan 129 votos, que es la mitad más uno de la Cámara. Si los 257 diputados estuvieran sentados, también se necesitarían 129 votos para aprobar el proyecto por mayoría simple).

Desde la postura contraria a la despenalización se propone que se diseñen políticas públicas de educación y prevención del embarazo no deseado, especialmente en casos de situaciones de mayor vulnerabilidad. Con esta tendencia, el proyecto difícilmente pueda aprobarse en Diputados y es casi imposible directamente que lo haga en el Senado si lograra pasar a esa instancia (los senadores representan a las provincias, donde la postura contra la legalización del aborto es mayor). Pero el debate podrá servir a Durán Barba y Macri para mantener a gran parte de la población entretenida debatiendo sobre ese tema y no sobre la baja de los salarios, la destrucción de la industria nacional, el megaendeudamiento que pagaremos por décadas y los negociados del Gobierno. Los debates seguirán durante todo mayo, justo hasta el comienzo del Mundial de Fútbol en junio, el que oficiará de nueva cortina de humo durante la que podrán seguir pasando por detrás con tranquilidad varios “elefantes”.

En números concretos, la Cámara Baja del Congreso tiene hoy 123 representantes “en favor de salvar las dos vidas (la de la madre y la del niño o niña por nacer)”; 99 por la despenalización del aborto, 20 en duda, y otros 14 sin declaraciones públicas.

“Este escenario refleja el sentir de la gran mayoría de los argentinos, que se han expresado el pasado 25 de marzo en más de 200 ciudades del país en defensa de la mujer y del niño por nacer”, evaluó Santiago Santurio, a cargo del seguimiento legislativo de Unidad Provida.

“Los que proponen la legalización del aborto -analizó Santurio- llegaron rápidamente a su techo; en cambio, quienes hablamos de salvar las dos vidas hemos sumado semana a semana más adhesiones, porque los diputados ven que del otro lado hay una obsesión por el supuesto derecho al aborto, sin atender la situación de las mujeres y de la vida en gestación. Es importante subrayar que en este debate no se habla de despenalizar sino de legalizar la práctica del aborto, es decir, que deje de estar prohibida y se la eleve a la categoría de un supuesto derecho, sobre el que no hay consenso en la cámara”, completó el analista.

También se difundió por estos días una solicitada con la postura de la Academia Nacional de Medicina:

La Academia Nacional de Medicina ratificó su postura a favor de la vida y reclamó propuestas sanitarias que “cuiden y protejan” la vida de la mujer y del niño por nacer.

Mediante un comunicado, el organismo exigió que se respete la objeción de conciencia de los médicos, ya que “la obligación médica es salvar a los dos” y “nada bueno puede derivarse para la sociedad cuando se elige a la muerte como solución”.

“La salud pública argentina necesita de propuestas que cuiden y protejan a la madre y a su hijo, la vida de la mujer y la del niño por nacer. La obligación médica es salvar a los dos, nada bueno puede derivarse para la sociedad cuando se elige la muerte como solución. Si el aborto clandestino es un problema sanitario, corresponde a las autoridades tomar las mejores medidas preventivas y curativas sin vulnerar el derecho humano fundamental a la vida y al de los profesionales médicos a respetar sus convicciones”, dice el texto.

La declaración detalla: “La ANM considera que el niño por nacer científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción. Desde el punto de vista jurídico, es un sujeto de derecho, como lo reconocen la Constitución Nacional, los tratados internacionales anexos y los distintos códigos nacionales y provinciales de nuestro país. Destruir a un embrión humano significa impedir el nacimiento de un ser humano”.

El pronunciamiento también apuntó al juramento médico y a la objeción de conciencia: “El pensamiento médico a partir de la ética hipocrática ha defendido la vida humana como condición inalienable desde la concepción. Por lo que la Academia Nacional de Medicina hace un llamado a todos los médicos del país a mantener la fidelidad a la que un día se comprometieron bajo juramento. El derecho a la objeción de conciencia implica no ser obligado a realizar acciones que contrarían convicciones éticas o religiosas del individuo”.

Exposiciones en el Congreso

Cobró notoriedad también la exposición de Lorena Fernández, referente barrial de la Villa 31, quien desafió a los presentes a que vayan a las villas y pregunten a cada mujer pobre si está de acuerdo con el aborto: “Estoy cansada que todas (las que promueven el aborto) se cuelguen de nosotras que somos pobres, humildes. Soy de la villa 31 y muchas como yo pensamos que un aborto es matar”. Y cargó las tintas sobre el rol de los hombres y la falta de participación en el debate. “Acá están hablando solo las mujeres, los hombres allá, ¿pero las mujeres solo tenemos la culpa? ¿Por qué no hay educación sexual para los hombres? ¿Nosotras autoengendramos? ¿Nosotras solas nos ponemos el esperma?”. “Quiero que vayan a la villa y les pregunten a las mujeres si están de acuerdo con el aborto, no que les laven la cabeza, que les pregunten, y vamos a ver cuántas están a favor”, advirtió. “Yo estoy en contra del aborto, hay que dar vida, no muerte”, concluyó.

También en las exposiciones hubo cuestionamientos a la financiación de las posturas pro legalización con intenciones antinatalistas (como supo reclamar en su momento Henry Kissinger) por parte de fundaciones transnacionales como la Open Society de George Soros, la Fundación Ford y la Fundación Rockefeller (como puede verse en este informe) y críticas a las estadísticas esgrimidas por el sector pro-legalización, ya que resulta poco verosímil la cifra de 500.000 abortos practicados al año, cuando se registran alrededor de 700.000 nacidos vivos en el mismo período o las afirmaciones de que “miles de mujeres mueren por esta causa” cuando el Ministerio de Salud informa de 43 personas fallecidas en 2016 por causal de aborto (sin especificar si fue por aborto inducido o espontáneo, por lo que la cifra sobre la que incidiría una eventual legalización sería menor). Contra la argumentación de que la única vía de disminuir estas muertes es la legalización del aborto se ha citado el caso de Irlanda que mantiene la prohibición pero mediante la educación en la prevención y la asistencia integral de las personas tiene la tasa de mortalidad más baja de Europa.

También siguieron los ecos del crudo relato de Patricia Sandoval, la mujer que trabajó para la fundación pro-abortista norteamericana International Planned Parenthood Federation y salió horrorizada con lo que presenció:

“Después de haberme hecho tres abortos, me sentía agradecida con ellos. Pensé que iba a ayudar a muchas chicas que no querían ser madres. Vi un aviso que buscaban asistentes de habla hispana y me contrataron como enfermera, aunque era estudiante. Pero lo primero que vi en la clínica fue el engaño. Cualquier vocabulario que diera dignidad humana, era rechazado. No podíamos decir “bebé”, “madre”, “latidos”, ni siquiera “feto”. Las mujeres sienten que no tienen apoyo. Sentimos miedo a tener que cambiar de planes por la llegada de un hijo que no esperamos. Los médicos ocultan la verdad. Dicen que lo que vas a perder es una bolsa de células que no es una vida. Pero es mentira. Lo que vi salir en los abortos a los que asistí, fueron bebés. Vi manos, piernas, ojos, dedos con huellas digitales, pelos. Lo que más me horrorizó fue que casi todos salían con la boca abierta, como si estuvieran gritando. Yo aborté tres veces en un año. Me dijeron que era una bolsa de células, un coágulo. No me dejaron escuchar los latidos. No vi nada. Pero un tiempo después, cuando entré a trabajar a la clínica como asistente, empecé a ver lo que ocurría del otro lado de la paciente. El primer día quedé impresionada. Había una jeringa del largo de un antebrazo, una cánula con un bisturí y una aspiradora. El médico inyectaba siete veces a la mujer y después empezaba a sacar tejido. Había mucha sangre. Cuando había salido una cierta cantidad y después de cinco minutos, el aborto había terminado. La otra asistente y yo nos llevamos lo que había salido y lo vertimos en una palangana de vidrio. Allí, ella empezó a buscar las partes: tenía que haber cinco. Primero encontramos una mano, después la otra, las piernas y por último el torso. Las manos tenían dedos, uñas, huellas dactilares, pelitos. Eso no era un saco de células. Era una persona. Rota en cinco partes. Quedé shockeada. Sentía que me habían mentido sobre el aborto. A nadie le importa la salud de la mujer. Esto es un gran negocio. Después de la primera experiencia, trabajé un mes más. Me preguntaba cómo mis compañeras podían seguir con sus vidas después de haber visto lo mismo que yo. Pero a nadie parecía importarle. Al final del día teníamos que descartar los cuerpitos de los abortos. Una enfermera me llevó al freezer donde los guardaban. Eran bloques de hielo en los que se veían partes de cuerpos. Nada podía ser más macabro. Aguanté un mes. Un día llegó una chica de 16 años, embarazada de seis meses, de mellizos. Y me tocó asistirla a mí. Yo dije basta. No soportaba la idea de tener que ver a dos hermanos despedazados. Y ese día me fui”.

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