Por Mariano Vázquez *
El imperio apela a sus peores armas tradicionales para amedrentar a los pueblos de la periferia. Su presidente exhibe un aire bravucón que sólo habíamos visto en las películas de Hollywood.
Siria es objetivo militar de Estados Unidos desde los atentados de 2001
El estilo de Donald Trump no se caracteriza por el decoro. El propio Sun Tzu valoraba la diplomacia, pero como en una versión posmoderna de la Guerra Fría el presidente de los Estados Unidos amenazó a su par Vladimir Putin a través de su cuenta personal de Twitter: “Prepárate Rusia, porque van a ir misiles, suaves y nuevos e ¡inteligentes!” contra Siria. La promesa se concretó sobre Damasco en la madrugada del sábado y Moscú respondió: “Estas acciones no quedarán sin respuesta (…). El insulto al presidente de Rusia es inaceptable e inadmisible”.
Las excusas usadas en el pasado vuelven cíclicamente para que el mandatario de turno las utilice. Esta vez la noticia fue que el 7 de abril hubo un ataque químico en la ciudad de Duma perpetrado por las fuerzas militares del gobierno de Bashar al Assad. Como ocurrió en 2013, también en Siria, los organismos internacionales no pudieron comprobar la veracidad de la denuncia estadounidense. Y como en Irak y Libia, Washington —ahora en alianza con París y Londres—, bombardeó Damasco sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Rusia y China son los otros dos países con poder de veto y, por supuesto, se hubiesen opuesto al ataque. Sacha Llorenti, representante de Bolivia como miembro no permanente del Consejo, calificó la ofensiva como “ilegal”, acusó a estos países de mostrar “desdén por el derecho internacional” y reafirmó que “no se puede combatir la supuesta violación del derecho internacional con la violación del derecho internacional”.
La pregunta es elemental: ¿por qué Damasco usaría armas químicas en momentos en los que tiene una ventaja bélica abrumadora sobre las bandas armadas rebeldes? Recordemos las declaraciones que realizó ya hace tiempo, en mayo de 2013, la jurista suiza Carla del Ponte, integrante de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y no precisamente benévola con Al Assad: “Nuestros investigadores han estado en países vecinos (a Siria), entrevistando a víctimas, médicos y en hospitales de campaña y, según sus informes, que yo he visto, hay sospechas fuertes y concretas del uso de gas sarín dado el modo en que las víctimas tuvieron que ser tratadas. Fue un uso por parte de la oposición, los rebeldes, y no por parte de las autoridades gubernamentales”. En esa línea Dale Gavlak, freelance de la agencia norteamericana Associated Press, afirmó que las armas químicas usadas estaban en manos de los rebeldes y procedían de Arabia Saudita, un aliado central de los Estados Unidos en la región. Complementariamente, el corresponsal del diario británico The Independent y especialista en Medio Oriente, Robert Fisk, afirmaba entonces que en la zona donde se arrojaron las armas químicas había soldados del ejército sirio: “¿Cuál sería la lógica del gobierno de Al Assad de bombardear a sus propias tropas?”.
No es el primer bombardeo unilateral de Estados Unidos en Siria ni será el último. El país asiático es parte de un plan hegemónico de Washington para controlar los corredores energéticos en Oriente Medio y África del Norte. Este objetivo no se filtró desde Moscú, Teherán, Pekín, La Habana o Piongyang. Fue Wesley Clark, general de cuatro estrellas, primero en su promoción en West Point, comandante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y héroe de Vietnam. Lean con atención: “Un día después del 11 de septiembre de 2011 fui a ver el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, luego bajé para hablar con algunos de los oficiales que habían trabajado conmigo y uno de los generales me dijo: `Hemos tomado la decisión de ir a la guerra contra Irak´, esto era alrededor del 20 de septiembre. ¿Ir a la guerra contra Irak? ¿Por qué? Dijo: `No sé, supongo que no tienen otra cosa que hacer´. Pregunté si habían encontrado alguna información que conectara a Saddam Hussein con Al Qaeda. Me dijo: `No, no hay nada nuevo en ese sentido. Simplemente tomaron la decisión de ir a la guerra contra Irak´. A las semanas volví a ver a este general, ya estábamos bombardeando Afganistán y le pregunté: ¿Todavía vamos a ir a la guerra contra Irak? Y me contestó: ‘¡No, es peor! Este es un memo que describe cómo vamos a tomar siete países en cinco años; comenzando con Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalía, Sudán terminando con Irán’”. No lo lograron en cinco años, pero la lista a la que accedió Clark se va cumpliendo poco a poco. Ya lo hicieron en Irak y Libia, Líbano vive una inestable situación en su frontera sur, a Sudán lo dividieron en dos y a Somalía buscan partirlo en tres. Y desde la Revolución de los Ayatolas de 1979, Irán es la madre de todas las batallas para los halcones de la Casa Blanca, la CIA y el Pentágono.
Estados Unidos cuenta además con la colaboración de los medios hegemónicos occidentales que justifican las acciones bélicas unilaterales y violatorias del Derecho Internacional. Basta recordar el aval a la invasión de George W. Bush a Irak en 2003 mediante la mentira de “Hussein y sus armas de destrucción masiva”. Son las mismas operaciones de desinformación que usaron en Libia en 2011 para derrocar a Muammar Gaddafi. Los medios –esta vez con la ayuda de Al-Jazzera de Qatar— afirmaron sin pruebas que el líder libio había bombardeado a la población civil. Los observadores presentes en el terreno no fueron escuchados, como el entonces diputado brasileño Brizola Neto que viajó para esas fechas en misión oficial para conocer la situación. Su relatoría fue presentada a la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara baja. Jody McIntyre, corresponsal del periódico británico The Independent, así lo describió: “Todos los medios se alinearon: es una guerra para proteger civiles. Es una guerra para obligar a que Gaddafi se vaya. Como si los gobiernos occidentales, con sus orgullosas historias de abusos contra los derechos humanos en todo el mundo, tuvieran algún derecho moral a juzgar al gobierno de Libia”.
Cualquier similitud con Hussein o Gaddafi no es pura coincidencia. Al margen de la calificación que tengamos de los regímenes políticos en Irak, Libia o Siria, Estados Unidos no tiene como fin la protección de los civiles, lo que busca es restablecer su desvencijada presencia militar en aquellos países que no responden a sus intereses geopolíticos, como sí lo hacen las petromonarquías del Golfo Pérsico.
* Mariano Vázquez – Periodista argentino egresado de la Universidad Nacional de La Plata, Ayudante Graduado Adscripto en las Cátedras de Taller Integral de Lenguajes y Narrativas y el Taller de Tecnologías en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de esa Universidad; Productor de la corresponsalía en La Paz de HispanTV.
Fuente: www.elcohetealaluna.com – 15-4-18