Vivir sin asedios – modo de vida de un pasado no tan lejano – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Dadas las características del tema que aborda el autor de estas líneas, Adrián Paenza, y su calificación científica, Doctor en Matemáticas, le propongo la lectura de su nota, sin comentarios de mi parte:

«Lea esta historia con cuidado porque aunque no sea usted la víctima podría tocarle (si es que no le ha tocado ya y no lo advirtió) en un futuro muy cercano. Me explico.

Es posible que usted tenga un teléfono celular o una laptop o una computadora de escritorio. Es también posible que usted tenga acceso a internet y, desde hace un tiempo, la tecnología le haya cambiado la vida. De hecho, ahora se puede comprar sin salir de la casa, sin siquiera haber “tocado” la mercadería que elige, pagar por servicios, impuestos, pasajes… estudiar, investigar, aprender… El correo se usa solamente para lo imprescindible. Hoy por hoy: ¿Quién escribe una carta? Es posible hablar por teléfono “viéndose” mutuamente con la otra persona, mensajes de texto, fotos, facebook, twitter, instagram, WhatsApp, Skype, etc., etc., etc…, Creo que la idea está clara».

Entra en el meollo de lo que quiere contar:

«Pero, ¿adónde quiero llegar? Téngame un poquitito más de paciencia. Una pregunta: ¿es gratis todo esto? Es decir, me doy cuenta que la respuesta obvia es que no, que gratis no es… pero, si uno analiza la cantidad de tiempo que uno ahorra, más la facilidad y celeridad en el  acceso a la información (para los privilegiados como yo, sin ninguna duda), uno supondría que la cuota mensual a pagar tendría que ser abrumadora y/o prohibitiva. Sin embargo, aun teniendo en cuenta las diferencias en los potenciales planes y velocidades de transferencia de datos, hay algo que no cierra. Por ejemplo, ¿dónde está el negocio de Google? ¿Cómo es posible que uno pueda contestarse preguntas que ni siquiera se hizo ni sabía que eran posibles de formular, y todo en un milisegundo? ¿Qué ganan empresas como Facebook, Instagram (por poner algunos ejemplos)? ¿Cómo puede ser que uno no tenga que pagar nada para abrir una cuenta de correo electrónico en hotmail o gmail… o agregue acá el proveedor que más le convenga? ¿Cuál es el negocio? ¿Desde cuándo en el mundo capitalista alguien regala algo?

Ahora sí, la historia que le prometí al principio. Target, es el nombre de una de las cadenas de supermercado, su Casa Central está en Minneapolis pero también opera en la India. En algún sentido, es la gran competidora de Wal-Mart.

Una tarde cualquiera, un hombre que vivía en las afueras de Minneapolis entró a la sucursal de Target que tenía más cerca visiblemente enfurecido. En la mano derecha, sostenía varios papeles que parecían recién impresos y pidió… o mejor dicho… demandó hablar con el gerente del local.

Pocos minutos después, ya en una oficina, desparramó los papeles que había traído: eran cupones con descuentos que Target le había enviado a la cuenta de correo electrónico de la hija: “¿Están locos ustedes? ¡Mi hija tiene 14 años! ¡Recién empezó el colegio secundario y ustedes le envían cupones con descuentos para ropa de bebé, pañales y cunitas! ¿Qué es lo que quieren: estimularla para que quede embarazada?”

El gerente le pidió los cupones, los revisó y consultó con el departamento que Target tiene destinado a promociones. Quería asegurarse que ese correo hubiera sido enviado por la empresa. Y sí. Después de esperar unos minutos, la voz del otro lado del teléfono le confirmó lo que le había dicho el señor que tenía adelante. El gerente pidió disculpas de todas las formas imaginables y pensó que todo terminaba allí… Pero no.

Estimulado por un superior, quien entendía la promoción negativa que podía tener Target si el episodio tomaba estado público, llamaron a la casa del padre de la joven con la idea de reiterar y enfatizar  las disculpas. De paso, el llamado serviría también para garantizar que la empresa tomaría el ejemplo para no incurrir en futuros errores.

El padre escuchó unos instantes y con un tono de voz sombrío dijo: “Vea. Tuve una conversación con mi hija y después de una larga charla es evidente que en mi casa se produjeron algunas actividades de las que yo no tenía idea. El bebé debería nacer en agosto. El que tiene que pedirles disculpas soy yo”.

Aquí, una pausa. No sé si usted se imaginó desde el comienzo que la historia apuntaba en esa dirección. No importa. En todo caso, lo que sí importa es que Target –que es solamente un ejemplo– supo, antes que los padres, que la niña estaba embarazada. La compañía, a través de su sector de “Analytics” [1], le asigna a cada mujer un “índice de potencial embarazo o de preñez”, y lo hace recopilando la información sobre cuáles son sus patrones de compra.

De acuerdo con lo que se hizo público, la empresa pudo detectar que una gran mayoría de las mujeres que incrementan fuertemente la cantidad de loción sin perfume que compran, terminaba teniendo un bebé seis meses después. Más aún. Esas mismas mujeres aumentan -habitualmente– la ingesta de suplementos medicinales que contuvieran magnesio, zinc y calcio, y esos son datos que a Target le sirven para aumentar fuertemente la probabilidad de embarazo. A partir de ese momento, como las consideran muy buenas candidatas a tener un bebé en un futuro cercano y con la idea de capturarlas como clientes, comienzan a enviarles cupones con descuentos sobre determinados productos relacionados con una futura mamá.

Creo que no hace falta que siga con el ejemplo. Lo extraordinario (o increíble) es que el algoritmo ¡no había fallado! Target supo antes que los padres de la niña lo que estaba sucediendo con ella.

Ahora, unos párrafos sobre la privacidad. Cuando usted utiliza su GPS para decidir cómo llegar a su destino, está claro que usted tiene que enviar los datos de su ubicación. Y uno lo hace tranquilo porque el servicio que recibe como devolución es verdaderamente extraordinario. En algún sentido, es como si todos estuviéramos manejando un avión y no un auto. No hace falta saber nada. Uno pone el lugar al que quiere llegar… ¡y listo! El algoritmo detecta la posición de su teléfono y hace el resto sin su intervención.

Por supuesto, la tecnología del GPS es muy potente, pero funciona en una avenida de doble mano: uno aprende cómo ir… pero, al mismo tiempo, uno está dejando una huella sobre el camino que está eligiendo y desde dónde empieza a recorrerlo. Esa es la parte que uno no ve, o no considera. Usted está enviando señales constantemente sobre esa ubicación (la suya).

Revisando esos datos, alguien interesado podría determinar los lugares en los que usted estuvo instante por instante. No solamente eso: podría exhibir los caminos que utiliza a diario, dónde vive (o donde pasa las noches), dónde trabaja, los lugares que visita, los restaurantes en los que come, los negocios en donde hace sus compras, las canchas a las que concurre, su colegio, universidad, trabajo, oficina, fábrica o los cines, o los teatrosSabe dónde viven sus familiares y amigos (ya que uno –en general– entra con su teléfono celular mientras hace sus visitas) y cuánto tiempo se queda en cada lugar. ¡Y listo: paro acá!

Un último dato que le propongo que piense: si una persona tuviera acceso a las páginas que usted visitó en -digamos– la última semana, tanto en su computadora/teléfono/tableta, etc. … ¿No cree que eso terminaría identificándola? O sea, ¿cuántas personas habrán depositado su interés en exactamente los mismos lugares que usted? Es algo parecido a un ADN digital. Uno termina autodefiniéndose por los sitios que visita. Y si me permite, quiero aventurar algo más: todos estos datos permiten no solo saber dónde estuvo… ¡sino también para predecir o estimar dónde va a estar! Lo mismo que quienes tengan los datos de su GPS.

Por último: hace cuatro días, uno de mis amigos españoles, el genial periodista del diario El País de España, Ramón Besa, me preguntó: ¿podremos ser anónimos otra vez? Mi respuesta: ¡no! Es demasiado tarde. Hemos dejado demasiadas señales en el trayecto. No hay manera de volver atrás. Eso sí, de lo que estoy seguro es que ahora estoy en condiciones de dar la respuesta que me había formulado más arriba: ¿Gratis? ¡No…! Seguro que gratis no es».

Amigo lector, creo que Ud. estará de acuerdo conmigo en que, aunque algo de esto es posible que ya lo sepamos, presentado como lo hace Paenza, nos sacude, porque nos muestra las consecuencias de tantas comodidades… Pero ¿a qué precio? Precio que no se mide sólo en dinero… sino en una moneda más delicada: nuestra libertad. Por ello la angustia que contiene la pregunta del amigo periodista español… «Esto no tiene revisión alguna»… «Es el precio de la seguridad personal…»

[1] Me resulta difícil encontrar una palabra en español que incluya todo lo que se entiende por el departamento de “Analytics”. Podría decir que es el que se dedica a analizar estadísticas y patrones de compra, o descubrirlos. Pero también se trata de predecir y de allí el valor del análisis. (Adrián Paenza)

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