Por Manuel Bertoldi * y Maisa Bascuas *
Si utilizáramos la hipótesis del marciano que visita Argentina, tantas veces mencionada, no encontraríamos una lógica razonable para explicarle el estado actual de nuestro país.
Si le preguntáramos a un chico cómo solucionar el problema del hambre, seguramente respondería: “Y, démosle de comer a los que tienen hambre”. Una respuesta tan básica, tan simple y tan elemental como real. Pero siguen existiendo quienes insisten en las variables de aquí y allá, y que los números, y las fórmulas, y las tablas. Todas excusas cuyo objetivo es no blanquear que hay hambre porque algunos sectores amasan mucha riqueza gracias a un sistema en el que algunos pocos ganan, muchos otros pierden, y la rentabilidad se encuentra siempre a salvo y en ascenso. El alimento no puede regirse con la misma lógica que la producción de carteras, paraguas, o autos de lujo. Si hay hambre, el Estado debe garantizar que la gente coma, y después de garantizar esto, se discute todo lo demás.
En la actualidad, mientras el país puede producir alimento para 200 millones de personas, en la Argentina hay 8 millones que sufren carencias básicas, entre ellas 6 millones de personas padecen hambre. Millones de niños y niñas no llegan a las cuatro comidas básicas para su efectiva nutrición. Organizaciones sociales, agrupaciones culturales, religiosas y deportivas, gente de a pie que semanalmente se organiza para llevar adelante una olla popular, cumplen en la actualidad un rol fundamental abriendo merenderos y comedores en los barrios, pero las manos no dan abasto. Es el Estado quien tiene que hacerse presente y tomar medidas de carácter urgente.
Una ley de estas características debe ser tomada como una lamentable excepción ante una situación crítica, pero debe servir para poner sobre la mesa cuáles son las causas reales del hambre en nuestro país.
Hambre y pobreza van de la mano y esto conforma un problema estructural. En primer lugar, hay que discutir la distribución de las riquezas que produce nuestra tierra. El actual Gobierno Nacional tomó el camino contrario, el de mayor concentración: quita de retenciones a las exportaciones de soja, más flexibilidad ante el negocio megaminero, especulación financiera, tarifazos. Mientras el bolsillo de unos pocos engorda, el de otros muchos se acostumbra a rasguñar el calendario y el fondo de la olla.
Al mismo tiempo, los alimentos se encarecen cada vez más y eso sucede porque la escena productiva de este país y, centralmente la de la provincia de Buenos Aires, es totalmente desigual. Solo para dar un ejemplo, al productor de cebolla se le paga 10 pesos la bolsa de 20 kilos, mientras en la verdulería se vende a 15 pesos el kilo. En el medio de esta cadena hay especuladores que se llevan más del 2000 por ciento de ganancia. El combo termina siendo letal. Productores y economías regionales fundidas, pueblo sin poder de compra y especuladores que mucho ganan sin arriesgar nada.
Se torna urgente la aprobación de una Ley de Emergencia Alimentaria, y en ese sentido resulta fundamental participar masivamente de la movilización del próximo lunes, para darle fortaleza y masividad a esa agenda.
También, trabajar para que en un país con riquezas y amplia tradición de participación, solidaridad y resistencia, las y los que no acordamos con un sistema de cosas en el que todo vale por lo que cuesta, nos pongamos como objetivo realizar desde la política transformaciones estructurales que hagan que derechos tan básicos como poder comer dignamente no dependan de los precios internacionales de las materias primas, o de la orientación económica de un gobierno.
* Por Manuel Bertoldi – Ingeniero agrónomo, docente de la UNLP, candidato a diputado nacional Frente Vamos
* Maisa Bascuas – Politóloga, docente universitaria UBA y UNGS. Militante popular y feminista. Precandidata a diputada nacional por Buenos Aires en Vamos.
Fuente: www.pagina12.com.ar – 5 de agosto de 2017