The Economist profetiza una “catástrofe alimentaria global” y propone una “intervención armada de una amplia coalición”

Por Fausto Frank

La revista internacional The Economist, propiedad de las poderosas familias Rothschild y Agnelli, vuelve a sorprender con una de sus agoreras predicciones, acompañada por otra de sus ingeniosas tapas. En esta ocasión, la edición del 19 de mayo de 2022 muestra de manera sugerente tres espigas de trigo, cuyos granos son en realidad pequeñas calaveras, con el título: “La catástrofe alimentaria que se avecina”, en la bajada de la nota se expresa: “La guerra está inclinando a un mundo frágil hacia el hambre masiva”.

La nota no lleva firma, por lo que funge de editorial de la propia revista. Comienza responsabilizando a Vladimir Putin por la situación que vive el mundo: “Al invadir ucrania, Vladimir Putin destruirá la vida de las personas que se encuentran lejos del campo de batalla, y en una escala que incluso él puede lamentar. La guerra está golpeando un sistema alimentario global debilitado por el Covid-19, el cambio climático y el shock energético. Las exportaciones de cereales y semillas oleaginosas de Ucrania se han detenido en su mayoría y las de Rusia están amenazadas. Juntos, los dos países suministran el 12% de las calorías comercializadas. Los precios del trigo, que subieron un 53 % desde principios de año, subieron otro 6 % el 16 de mayo, después de que India dijera que suspendería las exportaciones debido a una alarmante ola de calor”.

Luego plantea que la nueva crisis que azotará al mundo “podría durar años”: “La idea ampliamente aceptada de una crisis del costo de vida no comienza a captar la gravedad de lo que se avecina. António Guterres, el secretario general de la ONU, advirtió el 18 de mayo que los próximos meses amenazan con “el espectro de una escasez mundial de alimentos” que podría durar años”.

Pasa después a cuantificar las vidas humanas que sufrirán el hambre: “El alto costo de los alimentos básicos ya ha elevado el número de personas que no pueden estar seguras de obtener lo suficiente para comer en 440 millones, a 1600 millones. Casi 250 millones están al borde de la hambruna. Si, como es probable, la guerra se prolonga y los suministros de Rusia y Ucrania son limitados, cientos de millones de personas más podrían caer en la pobreza. El malestar político se extenderá, los niños sufrirán retrasos en el crecimiento y la gente morirá de hambre”.

La publicación de la tricentenaria dinastía financiera Rothschild vuelve a cargar sus tintas sobre el presidente ruso: “Putin no debe usar la comida como arma”.

Sin embargo, plantea que el problema, cómo no, “requiere una solución global”: “La escasez no es el resultado inevitable de la guerra. Los líderes mundiales deberían ver el hambre como un problema global que requiere urgentemente una solución global”.

Luego detalla la incidencia mundial de las consecuencias que emanan de la zona de conflicto: “Rusia y Ucrania suministran el 28 % del trigo comercializado a nivel mundial, el 29 % de la cebada, el 15 % del maíz y el 75 % del aceite de girasol. Rusia y Ucrania aportan alrededor de la mitad de los cereales importados por Líbano y Túnez; para Libia y Egipto la cifra es de dos tercios. Las exportaciones de alimentos de Ucrania proporcionan las calorías para alimentar a 400 millones de personas. La guerra está interrumpiendo estos suministros porque Ucrania ha minado sus aguas para disuadir un asalto y Rusia está bloqueando el puerto de Odessa”.

Pero para The Economist, las causas de una hambruna global también venían de antes, cómo no: a causa del “cambio climático”: “Incluso antes de la invasión, el Programa Mundial de Alimentos había advertido que 2022 sería un año terrible. China, el mayor productor de trigo, ha dicho que, después de que las lluvias retrasaran la siembra el año pasado, esta cosecha podría ser la peor de su historia. Ahora, además de las temperaturas extremas en India, el segundo mayor productor mundial, la falta de lluvia amenaza con socavar los rendimientos en otros graneros, desde el cinturón de trigo de Estados Unidos hasta la región francesa de Beauce. El Cuerno de África está siendo devastado por su peor sequía en cuatro décadas. Bienvenidos a la era del cambio climático”.

Pronostica una (aún más) dura realidad para los pobres de este mundo: “Todo esto tendrá un efecto doloroso sobre los pobres. Los hogares de las economías emergentes gastan el 25 % de sus presupuestos en alimentos, y en África subsahariana hasta el 40 %. En Egipto, el pan proporciona el 30% de todas las calorías. En muchos países importadores, los gobiernos no pueden permitirse subsidios para aumentar la ayuda a los pobres, especialmente si también importan energía, otro mercado en crisis”.

Como si todo esto fuera poco, The Economist predice que la situación empeorará y que incluso buena parte del grano cosechado se “pudrirá” en los silos: “La crisis amenaza con empeorar. Ucrania ya había enviado gran parte de la cosecha del verano pasado antes de la guerra. Rusia todavía está logrando vender su grano, a pesar de los costos y riesgos adicionales para los transportistas. Sin embargo, los silos ucranianos que no han resultado dañados por los combates están llenos de maíz y cebada. Los agricultores no tienen dónde almacenar su próxima cosecha, que comenzará a fines de junio, por lo que podría pudrirse. Y les falta el combustible y la mano de obra para plantar el siguiente. Rusia, por su parte, puede carecer de algunos suministros de las semillas y pesticidas que suele comprar a la Unión Europea”.

En este escenario distópico, tampoco los productores podrán obtener ganancias de la suba de precios: “A pesar del aumento vertiginoso de los precios de los cereales, es posible que los agricultores de otras partes del mundo no compensen el déficit. Una razón es que los precios son volátiles. Peor aún, los márgenes de beneficio se están reduciendo debido al aumento de los precios de los fertilizantes y la energía. Estos son los principales costos de los agricultores y ambos mercados se ven afectados por las sanciones y la lucha por el gas natural. Si los agricultores reducen el uso de fertilizantes, los rendimientos globales serán más bajos en el momento equivocado”.

Condena a los políticos, que optarán por echarse culpas los unos a los otros: “La respuesta de los políticos preocupados podría empeorar una mala situación. Desde que comenzó la guerra, 23 países desde Kazajstán hasta Kuwait han declarado severas restricciones a las exportaciones de alimentos que cubren el 10% de las calorías comercializadas a nivel mundial. Más de una quinta parte de todas las exportaciones de fertilizantes están restringidas. Si el comercio se detiene, se producirá la hambruna. El escenario está preparado para un juego de culpas, en el que Occidente condena a Putin por su invasión y Rusia condena las sanciones occidentales. En verdad, las interrupciones son principalmente el resultado de la invasión de Putin y algunas sanciones las han exacerbado. El argumento podría convertirse fácilmente en una excusa para la inacción. Mientras tanto mucha gente pasará hambre y algunos morirán”.

Y deposita la solución en fortalecer el comercio global a través de instituciones financieras, como el FMI: “En cambio, los estados deben actuar juntos, comenzando por mantener abiertos los mercados. Esta semana Indonesia, fuente del 60% del aceite de palma del mundo, levantó una prohibición temporal a las exportaciones. Europa debería ayudar a Ucrania a enviar su grano por ferrocarril y carretera a puertos en Rumania o los países bálticos, aunque incluso los pronósticos más optimistas dicen que solo el 20% de la cosecha podría salir de esa manera. Los países importadores también necesitan apoyo, para que no terminen hundidos por facturas enormes. Los suministros de emergencia de cereales deberían ir solo a los más pobres. Para otros, el financiamiento de importaciones en condiciones favorables, tal vez proporcionado a través del FMI, permitiría que los dólares de los donantes rindieran más. El alivio de la deuda también puede ayudar a liberar recursos vitales”.

Propone reducir la producción de biocombustibles y, siguiendo el credo veganista, dejar de usar cereales para alimentar animales en la ganadería: “Hay margen para la sustitución. Alrededor del 10% de todos los granos se utilizan para producir biocombustibles; y el 18% de los aceites vegetales se destinan al biodiésel. Finlandia y Croacia han debilitado los mandatos que requieren que la gasolina incluya combustible de cultivos. Otros deberían seguir su ejemplo. Se utiliza una enorme cantidad de cereales para alimentar a los animales. Según la Organización para la Agricultura y la Alimentación, los cereales representan el 13 % de la alimentación seca del ganado. En 2021, China importó 28 millones de toneladas de maíz para alimentar a sus cerdos, más de lo que Ucrania exporta en un año”.

Para finalizar, preconiza la necesidad militar de enviar una “escolta armada respaldada por una amplia coalición”: “El alivio inmediato vendría de romper el bloqueo del Mar Negro. Aproximadamente 25 millones de toneladas de maíz y trigo, equivalente al consumo anual de todas las economías menos desarrolladas del mundo, están atrapadas en Ucrania. Se deben incorporar tres países: Rusia debe permitir el envío ucraniano; Ucrania tiene que desminar el acceso a Odessa; y Turquía necesita dejar escoltas navales a través del Bósforo. Eso no será fácil. Rusia, luchando en el campo de batalla, está tratando de estrangular la economía de Ucrania. Ucrania se resiste a limpiar sus minas. Convencerlos de que cedan será una tarea para los países, incluidos India y China, que se han quedado al margen de la guerra. Los convoyes pueden requerir escoltas armadas respaldadas por una amplia coalición. Alimentar a un mundo frágil es asunto de todos”.

 

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