Populismo – un concepto que se las trae. Parte I – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Las últimas décadas han padecido la intromisión del uso abusivo de las palabras populista o populismo, sin que quienes lo hacen se tomen el menor trabajo por definir qué sentido le atribuyen dentro de sus discursos. Sin que esto se tome como un alarde erudición, sólo como para aportar un origen histórico a dichos vocablos, podemos encontrar en el diccionario etimológico http://etimologias.dechile.net:

«Su origen es un movimiento ruso del siglo XIX, llamado narodnismo, término que se traduce al español como populismo, derivado del lema “ir hacia el pueblo”, que obraba como guía para los movimientos democráticos rusos. Hay un consenso respecto de ese origen ubicado aproximadamente en la década de 1870; fecha en la que se alzó un movimiento político bajo el nombre de Naródnichestvo, de cuya traducción derivó la palabra “populismo”».

Dicho movimiento político ruso se apoyó en la creencia de que quienes se consideraban socialistas debían aprender del pueblo antes de tomar el poder; en contra de los intelectuales.

En el siglo XX el vocablo adquirió condición académica.

«La Real Academia Española registró el vocablo “populista” por primera vez en 1936 como “perteneciente o relativo al pueblo”, mientras que populismo entró en el Diccionario manual de esta institución en 1985 como “doctrina política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo”, en ninguno de los casos aparecen connotaciones que indicasen que su uso fuera contener un significado despectivo».

Sin embargo, sobre fines de ese siglo el Diccionario de la lengua española lo definió como: «Tendencia política que pretende prestar atención especial a los problemas de las clases populares»; y en el  Diccionario esencial de la lengua española: «Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares». En estas definiciones, como se ve, conservan la neutralidad que, a pesar de ella, no impidió que fueran leídas despectivamente.

Durante un tiempo, la palabra populista sirvió para bautizar a diversos movimientos políticos que subrayaban así su identificación o la defensa de los intereses del pueblo. En ese contexto y con ese sentido, ser populista no solo no era algo negativo, sino más bien un rasgo positivo del que hacer gala en el discurso político. Al mismo tiempo, diversos regímenes políticos que buscaban el apoyo de las masas de forma directa y más allá de las instituciones tradicionales empezaron a recibir el calificativo de populistas.

Esa carga peyorativa es aún más evidente si atendemos al uso y abuso mayoritario actual, sobre todo el de la prensa hegemónica. En casi todos los ejemplos que encontramos cada día en esos medios, populismo parece aludir a una forma de hacer política caracterizada por la carencia de una ideología que la sustente, que buscan atraerse emocional y vehementemente el favor popular ofreciendo soluciones simples y poco fundadas en problemas reales y complejos.

Siguiendo estos pasos de la evolución del concepto “populismo” podemos leer en https:www.bbc.com/mundo de no hace mucho tiempo, con un dejo de fatalismo: “Y el populismo ciertamente está en ascenso, especialmente entre la derecha europea y en Estados Unidos”:

«¿Por qué el populismo está en auge en Europa y en los Estados Unidos? En ese último país ayudó a la coronación de Trump. Mientras que los buenos resultados en Italia del populista Movimiento Cinco Estrellas y la antiinmigrante Liga — los más votados en las últimas elecciones—, son solo los últimos de varios resultados similares en Europa. Aunque no hay que confundir el ser popular con el ser populista».

Sin embrago, el recorrido de las acepciones de populismo y populista se están convirtiendo en voces que califican más que definen, que se lanzan como armas arrojadizas a uno y otro lado del espectro político y que han saltado ya a otras facetas de la realidad para formar expresiones como populismo judicial o populismo sanitario, etc. Por lo que estamos viendo el vocablo se ha visto envuelto en un proceso que hace que sea pertinente preguntarnos hoy:

¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? ¿Es el populismo simplemente la defensa de los intereses del pueblo? ¿Es una doctrina política que pretende incorporar las masas populares a la vida política, frente a las élites? ¿O es cualquier modo de hacer política, con independencia de la ideología que la sustente, en la que solo cuenta atraerse a los ciudadanos con apelaciones emocionales y propuestas simplistas? ¡Qué bien suenan, pero qué poco dicen!

El doctor Mario Casalla [1] en una nota reciente, analiza irónicamente este tema y dice:

«Está todo y no está nada, pretenden decir (asépticamente) mucho pero ocultan lo esencial, esto es: que lo popular ni es eso, ni degenera de esa manera (porque no proviene de dónde creían), ni se comporta como pronosticaban, ni se opone a lo democrático sino a lo oligárquico, (¡con perdón de la palabra!) La definición académica más explícita se la debemos a don Gino Germani, “definió al populismo como un modo de dominación autoritario, bajo un liderazgo carismático asociado a las clases populares”. Si así fuese, lo popular podría empezar a mirarse con mejores ojos y con oídos más finos, y –por supuesto- hasta con mayor rigor conceptual. Esto a su vez mejoraría no sólo esa visión parcializada del peronismo argentino, sino también la comprensión de los fenómenos políticos latinoamericanos, de los que el peronismo forma parte inescindiblemente. Y sin anteojeras no sólo se ve mejor, sino que se hace mejor política y mejor democracia. Al menos en América Latina».

Sí, todo esto, se lo lee con mente abierta, para evitar que los prejuicios originarios en la socialdemocracia europea, que intenta inculcarnos el periodismo de estas tierras, que se amanta en la prensa extranjera, centralizado en el servicio de las multinacionales. Creo, amigo lector, que una lectura atenta de estas reflexiones nos puede abrir una senda por la filosofía política. En esta estaremos en mejores condiciones para pensar desde los “intereses populares” de las grandes mayorías. Además aportaremos en la importante tarea que, en palabras del maestro Noam Chomsky [2], “están siendo idiotizadas por esos medios”. La libertad, que hoy tanto se pregona (con la condición de que aceptemos divorciarla de la igualdad), podrá seguir mintiendo lo que encierra. Entonces, afirma Casalla:

«Lo primero será entonces pensar situadamente, por ende no desde una universalidad abstracta (supuestamente objetiva y avalorativa), sino desde una universalidad situada. Ello implica un doble movimiento: por un lado, la inserción del pensamiento en lo inmediato, en lo singular, en lo local y, por otro, la remisión de esa singularidad hacia una totalidad dentro de la cual ésta adquiere su sentido más pleno. Concretamente y en este caso: partir de la conformación latinoamericana de lo popular y de su riqueza simbólica y a partir de allí, pensar entonces sí su dinámica, sus formas institucionales y sus consecuentes derivas históricas y políticas. En decir, invertir aquel corsé de hierro del “populismo” y pensar –sin prejuicios- lo popular. No por cierto para alabarlo, ni para modelizarlo, sino sencillamente para entenderlo sin reducciones y desde su propia lógica. Sólo desde esta comprensión básica, la praxis ulterior tiene sentido. Lo contrario -como efectivamente ocurrió- está condenado al fracaso, tanto en el plano intelectual como en el político. Sencillamente, porque la realidad los desmiente».

Termina con una reflexión profunda, cargada de enseñanzas, de ideas liberadoras, de conceptos críticos que abren un camino hacia un modo de pensar que tanto nos ha escamoteado el sistema educativo:

«Entonces descubriremos también algunas cosas básicas. En primer lugar, que el proceso de formación de nuestras nacionalidades difiere estructuralmente del de las nacionalidades europeas, el cuál –sin embargo- es el que se toma como modelo de análisis, con las groseras distancias del caso. En segundo lugar, se minimiza la matriz colonial de nuestra política y de nuestra economía, sin la cual es imposible pensar tanto los fenómenos imperialistas que le son intrínsecos, como las respuestas liberadoras que también lo son. En tercer lugar, al ignorar lo anterior se ignora también la conformación de lo popular, bajo tales condiciones específicas y como marco de referencia inexcusable para entender el fenómeno de las clases sociales y del Estado desde América Latina, y no a pesar de ella».

No ignoro que la carga de ideas, que el autor resume en un párrafo, ofrece no pocas dificultades para la comprensión del ciudadano de a pie [3]. El camino de la liberación de los pueblos tiene condiciones ineludibles: la liberación de nuestras mentes de las herencias de ideologías que hemos acumulado en nuestra conciencia. Son ellas las que defiende con severidad el sistema; sabe que apenas se abre una ventana, el aire fresco de las ideas liberadoras no permite que se vuelva a cerrar.

[1] Doctor en Filosofía y Letras por la UBA, en cuya Facultad de Psicología ejerce además la docencia como profesor regular e investigador, en grado y postgrado, en las cátedras de “Problemas Filosóficos en Filosofía y Psicoanálisis” e “Historia de la Psicología”.

[2] Filósofo, politólogo y activista estadounidense; profesor emérito en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (EEUU).

[3] A pesar de ello, es este el destinatario necesario para esta comprensión, parte de la “batalla cultural”.

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