Por Peronistas por la Vida
NUESTRO PUEBLO VALORA LA VIDA Y LA DIGNIDAD HUMANA
Nuestro país está viviendo una inédita crisis sanitaria, social y económica. Generada por múltiples causas, algunas son inequívocamente el resultado de malas políticas internas. No obstante, no hay duda de que la pandemia provocada por el coronavirus, impactó fuertemente en todo el planeta y agravó dramáticamente las condiciones en las que se encuentra la Argentina.
La crisis nos afectó de manera colectiva y de forma individual. No hay ningún argentino que no sufra hoy sus secuelas sociales, económicas e incluso emocionales y afectivas. ¿Cuántos hermanos murieron en soledad, sin que sus familiares pudieran despedirlos dignamente?
Pese a las múltiples adversidades sufridas, tenemos aún la oportunidad de transformar todas estas vivencias en una experiencia transformadora. La crisis nos permite tomar mayor conciencia de nuestra interdependencia, de la común vulnerabilidad, de la necesidad del otro, de la importancia del encuentro, del vínculo afectivo, de la compasión con el que sufre y de la solidaridad para construir una comunidad más sólida y cohesionada.
No podemos perder de vista el rostro concreto de cada persona y reducir su existencia a una fría estadística. Los argentinos no somos números y no somos descartables. Cada vida es única e irrepetible. La cultura que construyamos a partir de esta pandemia deberá sustentarse en lo que siempre hizo fuerte a nuestro pueblo: la hermandad, la solidaridad, el respeto por la dignidad de cada persona humana, particularmente cuanto más frágil es.
En el reconocimiento de la dignidad de cada persona, sin importar su condición, su estado de desarrollo, su posición social, su productividad, su capacidad de consumo o su edad, se juega gran parte del fundamento de nuestra civilización.
Para alcanzar el sueño y el modelo de una comunidad organizada es indispensable el aporte de cada persona, con su especial y única característica.
Uno o una menos de nosotros, cualquiera sea, nazca donde nazca de nuestra Patria, nos priva de una riqueza impensada, de un aporte sustancial para construir nuestro destino común. No somos quiénes para privarlo del derecho a ser, a expresar su particularidad, a aportar su fuerza creadora. Tampoco para privarnos, como comunidad, de la bendición de que esa persona camine a nuestro lado.
Por eso, rechazamos la cultura del descarte que se basa en un individualismo egoísta e indiferente sometido a una avidez insaciable. La cultura del descarte aparece cuando se considera al ser humano como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar o, dicho de otra manera, que se puede excluir o eliminar si se opone a mi deseo o a mi proyecto personal.
En este sentido, la pandemia nos presenta una oportunidad para que como sociedad podamos replantearnos nuestro modo de habitar en el mundo y discernir los valores fundantes de nuestra convivencia. En este replanteo, una de las tendencias positivas que se manifiestan, es la instalación del cuidado de la vida humana como un valor que está por encima de todos los demás.
Hoy más que nunca el primer deber del Estado es proteger la vida de todos los argentinos, especialmente de los más vulnerables. Nada puede estar por encima de este principio: privilegiar la salud y el cuidado de la vida -especialmente de los más débiles, por encima de un sistema económico al servicio de los mercados y no del hombre-, forma parte de este criterio.
Sería una gran contradicción que, por un lado, el cuidado de la vida se despliegue en relación a quienes ven afectado su derecho a la salud, y por el otro, se le niegue protección a quienes están en el inicio de la vida, justamente, cuando la persona es más vulnerable y requiere de mayores cuidados.
No tiene justificación negarle la condición de persona al niño por nacer para poder descartarlo irresponsablemente. Negarle el derecho a la vida, por su condición, es inaceptable ya que sería un gran paso en la construcción de una sociedad deshumanizada. No nos recuperaremos de la crisis que nos embarga, habilitando un elemento central de la cultura del descarte como es el aborto.
Por otra parte, es urgente una eficaz política para erradicar la magnitud y profundidad del drama de la pobreza y la exclusión social. Pero simultáneamente, es preciso trabajar para construir una ética de la alteridad. Somos siempre con el otro, somos comunidad. Eso nos ayuda a comprender que nuestra vida no es realmente auténtica, si hay otros compatriotas que sufren enormes privaciones –muchos de ellos niños y niñas-, o que son excluidos sin que la sociedad les brinde un horizonte de futuro.
Por último, el aborto involucra un asunto estratégico para nuestra patria como es la cuestión demográfica. Se trata de un factor tan importante que se proyecta sobre toda su realidad: la política de empleo, la productividad, la posibilidad de desarrollo, la sostenibilidad del sistema previsional. El factor demográfico es la base sobre la que se asientan todas las cuestiones estratégicas del país: la geografía, la infraestructura científico-tecnológica, la capacidad militar, la calidad de la diplomacia, el sistema político-administrativo.
Desde esta perspectiva, es contrario al interés de nuestro pueblo que desde el gobierno se promuevan políticas de control de la natalidad como la de la legalización del aborto. Esto conspira contra la política de crecimiento poblacional y de distribución territorial que Argentina necesita imperiosamente para ocupar ordenadamente el espacio de nuestro extenso territorio.
Finalmente, no puede haber verdadera política de desarrollo, sin que exista una política demográfica seria que invierta en las capacidades humanas de nuestro querido y sufriente pueblo.
Por eso, decimos: Gobiernen para el pueblo. Nadie sobra. Paz, Pan, Trabajo y Salud para todos.
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