Por Ricardo Vicente López
El liberalismo clásico está endiosado en los medios de comunicación. De allí que el ciudadano de a pie se vea arrastrado por interpretaciones tergiversadas que cumplen un papel fundamental: justificar el neoliberalismo. Comencemos a reflexionar, amigo lector. La idea de libertad del ciudadano es un aporte del pensamiento liberal, y se impuso en el siglo XIX, tras los cambios producidos en Europa, como consecuencia de las revoluciones de los siglos anteriores: la Revolución política inglesa (1642-1689) y la Revolución Industrial (segunda mitad del siglo XVIII y primera mitad del XIX) y la Revolución francesa (finales del siglo XVIII). La burguesía, que había estado varios siglos disputándole el poder a las clases nobles, finalmente triunfaba en sus propósitos, y las ideas proclamadas por sus intelectuales comenzaban a tomar forma político-institucional.
El liberalismo es, entonces, un sistema de ideas que se expresa en el terreno filosófico, en el cultural, en el económico y en el político; plantea las libertades civiles, se opone a cualquier forma de despotismo, para lo cual propone los principios republicanos. Su ofrecimiento, para modificar las ideas y prácticas políticas heredadas, postula una reorganización social que se sustente en una democracia representativa y en la división de poderes:
República (del latín res-publica, ‘cosa pública’, ‘lo público’), en sentido amplio, es un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley (constitución) y la igualdad ante la ley como la forma de frenar los abusos históricos de las clases que tienen mayor poder, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos. El sistema republicano elige quienes han de gobernar mediante la representación de toda su estructura con el derecho a voto. El electorado constituye la raíz última de su legitimidad y soberanía. No debe confundirse república con democracia (del griego dimokratía= poder del pueblo), pues aluden a principios distintos: la república es el gobierno de la ley mientras que democracia significa el gobierno del pueblo.
Los siglos de despotismo monárquico debían ser superados a partir del ejercicio de las libertades individuales, lo que conduciría al progreso de la sociedad. Esta libertad para todos los ciudadanos debía ser garantizada por el establecimiento de un Estado de Derecho, en el cual todas las personas fueran iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones, subordinadas a un mismo marco normativo mínimo. Los liberales tenían una gran desconfianza de la presencia de un Estado fuerte, dada la experiencia del Estado Absoluto de las monarquías anteriores, y el despotismo padecido los mantenía alertas. Por ello, el Estado que proponían debía ser mínimo, lo suficiente para evitar y controlar los abusos de los poderosos.
El siglo XIX se presentó como el escenario en el que se fue desplegando la construcción política de esa propuesta que tiene la libertad del ciudadano como columna vertebral para su institucionalización. Esta magna tarea debería ir acompañada, necesariamente, por una educación del ciudadano que debía ser consciente de lo que se estaba construyendo: ello exigiría convertirse en custodio del nuevo orden social. Esta doctrina adquirió su consagración con el triunfo de la Revolución norteamericana del siglo XVIII.
Es necesario aclarar, debido a las confusiones que se han dado alrededor de este tema, que lo que se fundamentó en ella fue el republicanismo más que la democracia, según la distinción anterior. No debe olvidarse que, a fines del siglo XVIII, debido a los desbordes sociales provocados como consecuencia de la Revolución francesa, aparecieron muchas dudas sobre la viabilidad de que un pueblo se hiciera responsable de las grandes decisiones políticas para la conducción de un Estado. Los Padres Fundadores de los Estados Unidos pusieron a buen recaudo las decisiones de la Gran Política, argumentando que no podían quedar en manos de los farmers (nuestros chacareros) las decisiones de la conducción del Estado [1]. Veamos la diferencia conceptual entre democracia y república en esos debates:
Los Padres Fundadores de los Estados Unidos de América (en inglés: Founding Fathers of the United States) fueron los líderes políticos y hombres de Estado que participaron en la Revolución Americana, firmaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776), participaron en la Guerra de Independencia, y establecieron la Constitución de ese país. Muchos de los Padres Fundadores tenían esclavos afroamericanos y la Constitución adoptada en 1787 sancionó la vigencia del sistema de la esclavitud. Si bien hubo intentos de regularla, se hicieron esfuerzos para contener o limitar la esclavitud en la Ordenanza del Noroeste de 1787. Se prohibía la esclavitud en esa zona y se fijó en el Río Ohio la frontera entre los territorios libres y los territorios de esclavos alrededor de los Apalaches y el Río Misisipi. La abolición de la trata internacional de esclavos volvió a plantearse en 1807. Todos los estados al norte de Maryland abolieron la esclavitud entre 1789 y 1830, gradualmente y en diferentes momentos. Sin embargo, la esclavitud permaneció inalterada en el sur hasta su final liberación en 1863.
El triunfo de las ideas liberales adquirió el prestigio necesario como para que pensadores e investigadores de gran parte del mundo de principios del siglo XX se hicieran eco de esta doctrina, por lo cual una importante bibliografía se fue publicando desde allí en adelante. La mayor parte del mundo occidental se fue estructurando en torno de este conjunto de principios. Las dos grandes guerras (1914-1918 y 1939-1945) que padeció la humanidad, casi en su totalidad, así como la mayor parte de las libradas en diversas zonas del planeta, tuvieron, como banderas justificadoras, “la defensa de la democracia y de las libertades individuales”. Es evidente que estas ideas calaron muy hondo en la conciencia de los hombres pertenecientes a la cultura occidental. Sin embargo, en las primeras décadas de ese siglo —probablemente por la utilización interesada de los principios proclamados, pero no respetados por parte de grupos económicos concentrados (neoliberalismo)—, provocaron la desilusión de los menos favorecidos, lo que abrió cauce a la emergencia de proyectos autoritarios.
Podemos afirmar que el resultado de la contienda en 1945, después de los enormes costos en vidas y bienes, consolidó el liberalismo político, económico y cultural, para lo que se dio en llamar el “Mundo Libre”, en otras palabras, los países del Primer Mundo. Lo que siguió después comenzó a mostrar la otra cara de ese liberalismo: las desigualdades económicas oscurecieron lo que se había presentado como el “reino de la libertad”, al comprobar que éste estaba lejos de la igualdad prometida.
Es necesario agregar que las libertades e igualdades proclamadas, con bombos y platillos, no fueron respetadas por los países mencionados en sus relaciones con los países periféricos. Eso se hizo mucho más evidente cuando la implosión y disolución de la Unión soviética (1991) dejó el escenario internacional mucho más libre para las acciones depredatorias que aplicaron en sus políticas hacia esos países. Aunque no debe dejarse de lado que a partir del Atentado a las Torres Gemelas tampoco hacia el interior de los EEUU fueron respetadas, como lo demuestra la sanción del Acta Patriótica del 2001 que suspendió la vigencia de la Constitución y de los Derechos Civiles de los ciudadanos estadounidenses.
Podríamos repetir un muy viejo refrán: Del dicho al hecho hay un largo trecho.
[1] Sobre este tema se puede consultar mi trabajo La democracia y sus problemas.pdf en la página www.ricardovicentelopez.com.ar