La tarea evangelizadora de Bartolomé de las Casas y Antón de Montesinos

Por Ricardo Vicente López

Voy a seguir el texto de Juan José Tamayo (1946), cuyos antecedentes académicos dan prueba suficiente de su autoridad en la materia: Licenciado en Teología por la Universidad Pontificia Comillas; Doctor en Teología por la de Universidad Pontificia de Salamanca; Diplomado en Ciencias Sociales por el Instituto León XIII; Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor titular de la Universidad Carlos III de Madrid y de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III. Secretario General de la progresista Asociación de Teólogos Juan XXIII. Profesor invitado en varias universidades: Autónoma de Madrid, Universidad de Córdoba, Universidad Pablo de Olavide, Carlos III de Madrid.

Comienza la nota dando razones respecto de un tema muy poco tratado, lo cual lo lleva a decir: «Ofrezco esta nota a cuantas personas estén interesadas en conocer la otra página de la conquista menos conocida: la de los frailes y obispos defensores de los indios, entre ellos fray Bartolomé de Las Casas y fray Antón Montesino;

«El 21 de diciembre de 1511 subía al púlpito del convento de los dominicos en La Española (Santo Domingo) fray Antón Montesino para pronunciar un memorable sermón, que se convertiría en una de las primeras y más radicales denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en un antecedente del pensamiento latinoamericano liberador, una de cuyas manifestaciones más importantes es la Teología de la Liberación, cuyo nacimiento tuvo lugar en 1971 con la publicación del libro de Gustavo Gutiérrez Teología de la Liberación. Perspectivas, publicado en Lima en 1971. Una parte del sermón ha llegado hasta nosotros gracias a la profética e incisiva pluma de fray Bartolomé de Las Casas, que recoge lo sustancial de la prédica y las reacciones a la misma en el tercer libro de su Historia de las Indias:

«¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo».

Afirma, para dar verosimilitud al texto que:

«El sermón fue preparado por todos los miembros de la comunidad dominica, quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de la relevancia de tan decisiva pieza oratoria. Los dominicos lo habían preparado a conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el “crudelísimo y aspérrimo cautiverio” al que los encomenderos españoles sometían a los indios en las minas de oro y otras granjerías, y tras escuchar numerosos testimonios sobre la “tiránica injusticia” y las “execrables crueldades” contra los nativos, tratados como animales “sin compasión ni blandura”, y “sin piedad ni misericordia”, según la descripción de Las Casas. Tras tan concienzudo análisis de la realidad acordaron denunciar desde el púlpito el régimen de la encomienda por considerarlo contrario “a la ley divina, natural y humana”».

El Prior de la Comunidad, Pedro de Córdoba, encargó pronunciar el sermón a fray Antón Montesino (1745-1840), uno de los primeros dominicos en llegar a la isla. Subraya el autor que fue un afamado predicador:

«Hombre de letras, muy animoso, “aspérrimo en reprender vicios”, “muy colérico en sus palabras” y “eficacísimo en sus frutos”».

Como un detalle importante agrega:

«El templo estaba a rebosar. Ocupaban los primeros puestos las principales autoridades coloniales, entre ellas el almirante Diego de Colón, hijo del conquistador. También estaba presente el clérigo Bartolomé de Las Casas, en su calidad de encomendero. Ante un público tan cualificado el predicador no tuvo pelos en la lengua y, recurriendo al género literario interrogativo, todavía más incisivo en la denuncia, habló a las personas presentes de esta guisa».

Es difícil decir hoy si había previsto alguna reacción de las autoridades españolas. El resultado que fue una vez terminada la misa, Diego de Colón y los oficiales reales se dirigieron al convento de los dominicos para reprender al predicador por el escándalo sembrado en la ciudad, acusarlo de “deservicio” al Rey y exigirle que se retractara en público el domingo siguiente.

Siete días después, fray Antón Montesino volvió a subir al púlpito y, lejos de desdecirse, se ratificó en las denuncias y afirmó que los encomenderos no podían salvarse si no dejaban libres a los indios y que irían todos al infierno si persistían en su actitud explotadora. El sermón provocó todavía mayor alboroto que el del domingo anterior, y los oficiales reales enviaron al rey cartas de protesta contra los frailes.

«Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo».

Como resultado de las palabras del dominico, Fray Antón Montesino fue enviado a España para dar cuenta y razón al rey de su sermón. Logró entrevistarse con el anciano monarca. Expuso ante el Rey un largo memorial de los agravios de los conquistadores contra los indios: hacer la guerra a gente pacífica  y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre quién les cortaba la cabeza de un tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etcétera.

Subraya Tamayo que aquel sermón no cayó en saco roto. Sostiene que marcó el comienzo del cristianismo liberador, del reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto al pluriverso cultural y religioso en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teología de la liberación. El sermón anticipa la metodología seguida hoy por la teología liberadora: análisis de la realidad, juicio ético-evangélico, denuncia profética, interpretación liberadora de los textos bíblicos y llamada a la transformación personal y estructural y cultiva la teología interrogativa no dogmática.

Tres años después, Bartolomé de Las Casas renunciaba a su oficio de encomendero, se convertía en el defensor de los derechos de los indios, el precursor del diálogo interreligioso e intercultural y el iniciador de la variante latina de la filosofía europea de la alteridad y de la tolerancia, como demuestran Francisco Fernández Buey en su libro La gran perturbación. Discurso del indio latinoamericano (El Viejo Topo, Barcelona) y Gustavo Gutiérrez En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de Las Casas (Sígueme, Salamanca).

Creo, amigo lector, que es una magnífica reivindicación de quienes comenzaron la tarea evangelizadora y liberadora de nuestra América.