Por Ricardo Vicente López
Parte V
(Puede leer la parte IV, acá)
Estoy convencido de que las preguntas más profundas que debemos hacer, y hacernos, son para poner bajo la lupa crítica el sistema de la sociedad global. Esta tarea exige una gimnasia intelectual que a una mayoría importante de sus habitantes actuales les fue negada. Que esto haya sido una consecuencia de un sistema escolar esclerotizado o que haya sido el resultado de un plan estratégico para la manipulación, no cambia la situación actual que exhibe. En nuestro caso de argentinos, extensivo a nuestros hermanos hispanoamericanos, la institución educativa basada en la práctica del memorismo, impide toda posibilidad de desarrollo del pensamiento crítico. Este es uno de los resultados. Es evidente que la pregunta, en tanto tal, no tiene cabida en el aula, salvo excepciones, a partir de la vocación de un docente original. Ello me permite afirmar que, explícita o implícitamente, la pregunta crítica estuvo y está prohibida.
La enseñanza superior encorsetada por el especialismo, tampoco la ofrece, Se da un juego perverso entre “los que saben”, que están dentro del círculo académico, aún los que de ellos tengan la mejor voluntad, no pueden dejar de lado su lenguaje. Y no alcanza su voluntad individual para enfrentar la posibilidad de incitar una renovación. Por esa razón para esas grandes mayorías que, aún así, profesan una admiración excesiva por esas instituciones, se justifican a sí mismas diciendo que no están en condiciones de acceder a las altas Casas de Estudio [1].
“Ellos, los que saben, pero no educan”, con actitud sustentada por los aires de superioridad y menosprecio que tienen para con “Esos Otros”, a los que algunos llamamos, cariñosamente, los ciudadanos de a pie. Estos quedan desplazados, tantas veces imposibilitados, de comprender la filosofía, sin la cual no puede haber un verdadero pensamiento crítico. Entiéndase bien: me refiero a la filosofía de los “cultos”. Sin embargo hay mucha más filosofía, que podría ser calificada como popular, uno de sus primeros cultores fue Sócrates (470-399 a. C.), el Maestro de Platón, que reunía a los jóvenes en las plazas de Atenas y les enseñaba a pensar correctamente: les proponía un juego de preguntas y de repreguntas en la búsqueda de una respuesta fundada. Su audacia la pagó con su vida. Me pregunto si ese ejemplo congeló cualquier intento posterior de desarrollar una filosofía que liberara a las personas; volvamos a la Caverna:
«Sócrates dice que tiene que rechazar dos tipos de acusaciones diferentes: su “mala fama”, la opinión esparcida por sus rivales de que es un criminal: un curioso que pregunta hasta al cielo y la tierra; y los más recientes cargos legales de corromper a los jóvenes y de creer en cosas sobrenaturales de su propia invención, en vez de los dioses de la polis. El acusado descalifica estos “cargos informales” dándoles una apariencia legal diciendo: “Sócrates comete delito al investigar los fenómenos celestes y subterráneos, debido a que, según ellos, convierte el argumento más débil en el más fuerte, instruyendo esto a otros, y sin creer en los dioses, es decir, es ateo”. Ateo a los dioses que justificaban la injusticia»
Queda claro que el filósofo ateniense era un personaje molesto para el orden establecido en aquella Atenas, era éste su mayor delito, a lo que se le agregaba su prédica a los jóvenes para que aprendieran a pensar y superar el dominio de la ideología imperante:
«Sócrates dice que estas preguntas indiscriminadas le ganaron la reputación de entrometido, pero a partir de ahí él interpreta su misión en la vida como la prueba de que la verdadera sabiduría no pertenece exclusivamente a los dioses: que la sabiduría humana debe servir para la formación de ciudadanos justos».
Mucha historia ha corroborado cuál es el destino de los rebeldes. Muchos otros también han sido juzgados y condenados por haber denunciado la injusticia de este mundo. Todo esto llevó a que las personas consideradas sabias por la sociedad se volvieran enemigas de Sócrates, ya que él los dejaba en ridículo y con ello amenazaba su autoridad. Recordemos que, unos cuatrocientos años después, otro predicador, Jesús de Nazaret, con palabras de un contenido similar, fue acusado y condenado «por delitos relacionados con desórdenes públicos y el cuestionamiento a la autoridad».
Amigo lector, Ud. se estará preguntando dónde quedó la Caverna. Lo que he querido hacer es mostrar una marco histórico que permite comprender mucho mejor lo que Platón dice por boca de Sócrates. Antes de comenzar con ello, quiero contarle una experiencia personal. En los comienzos de los sesenta yo cursaba en la facultad de Filosofía y Letras (UBA) la carrera de Filosofía. Fue entonces que entré en contacto con los textos de Platón y a ese joven que yo era lo maravilló la Alegoría de la Caverna, aunque me costó mucho comprenderla. Quiero comentarle un pequeño pasaje tal como me lo enseñaron. Y digo, además, que las veces que después leí comentarios sobre ese pasaje todas coincidieron en lo siguiente: el prisionero que se liberó y descubrió la verdad y quiso contárselo a sus compañeros “no fue comprendido y no le creyeron”.
Necesito recordarle que estamos rondando el tema de esta serie de notas: la relación de las masas y el poder. Además ya recordé que cuando Platón estaba escribiendo República unos treinta años antes Sócrates había sido ejecutado. Es decir una muerte tan injusta de su Maestro, querido y admirado, no podía haber sido olvidada. Esto dio lugar a algunas interpretaciones que suponen que el prisionero incomprendido podía ser Sócrates. Esta tesis que le propongo ahora se me presentó muchos años después, cuando el que era, para mí, el prisionero incomprendido, la figura de un liberador, deja de serlo para pasar a ser una pobre víctima más. Lecturas posteriores me permitieron comprender que el prisionero no se había liberado, lo habían obligado a levantarse y subir el duro camino hacia la luz, y padecer el enceguecimiento que le impuso el sol. Además, y esto me parece el pasaje más crudo del relato: dice Sócrates que el resto de los prisioneros no sólo no le creyeron sino que, de haber estado sin las cadenas habrían intentado matarlo. Las palabras del texto original dicen:
«Liberamos a uno de estos prisioneros. Le obligamos a levantarse… ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo llevamos por el sendero áspero y escarpado hasta la claridad del sol… Imagina Glaucón ahora que este hombre vuelve a la caverna y se sienta en su antiguo lugar… Y si alguien intentase desatar a sus compañeros y llevarlos allí, ¿no lo matarían, si pudiesen agarrarlo?»
Amigo lector, he abundado en esta descripción y he reproducido sus palabras para que podamos ahora avanzar en una interpretación que le propongo. Yo no puedo evitar el ser un argentino, ya maduro, del siglo XXI, que leo y pienso desde mi situacionalidad, lo cual teñirá mi interpretación con ese condicionamiento. Platón vivió en una sociedad esclavista y fue un rico terrateniente con esclavos que trabajaban en sus plantaciones. Él también estaba condicionado por su situacionalidad. Digo esto para dejar en claro que yo no sé qué pensaba Platón cuando escribió estas páginas, lo que voy a ofrecerle es qué me parece a mí y qué me dejó la lectura de ese libro.
Si Ud. puede recordar lo que escribí en páginas anteriores, siguiendo a investigadores como Gustave Le Bon o Gabriel Tarde, entre otros, respecto de la dualidad entre la masa y los gobernantes: aparece una preocupación respecto de un conflicto latente. Platón trata en su famoso libro el problema que él advierte entre el conjunto mayoritario de los miembros de la polis (minoritario respecto de la totalidad de pobladores de la Atenas de entonces), a los que califica como los hombres de las sombras (recordar la Alegoría), y los pocos hombres de la luz (los filósofos), los que serían llamados a gobernar.
Se ha escrito mucho sobre este libro fundamental, dentro de su importante producción filosófica, sin embargo, el menosprecio de Platón respecto de los miembros de la masa (hombres de la sombra), comprensible en un miembro de las clases superiores, es muy poco mencionado. Como tampoco se dice nada de que era un terrateniente esclavista. Quiero aclarar que esto que digo no es una denuncia sobre el gran ateniense, sino que señalo los prejuicios de la gran mayoría de los filósofos académicos que ocultan todo esto, que es para ellos impensable en el Divino Platón. Los que han escrito, conscientemente los menos e inconscientes la mayoría, han sido formados por la tradición de “las personas que saben” de la Academia. A todos aquellos que plantean utilizar esta información de la Historia, totalmente despreciable para estos filósofos: “La filosofía no debe ser manchada con la política”. Sobre este tema volveré más adelante.
[1] Un estudio histórico-político de esta institución: La universidad y el proyecto popular está disponible en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.