Por Ricardo Vicente López
Parte III
(ver parte II acá)
El tema de las masas se convirtió en problema en las décadas finales del siglo XIX y las primeras del siglo XX. Tanto en Europa como en los Estados Unidos aparecieron investigadores que se dedicaron a estudiar ese fenómeno. En la Parte II me he detenido en algunos de ellos. La importancia del tema, ha prácticamente desaparecido a partir de la segunda posguerra. Anticipo una tesis que espero poder desarrollar más adelante: Las técnicas de manipulación de la conciencia colectiva habían logrado desaparecer, en una parte importante, los conflictos con los cuales ese problema amenazaba. Quien puso públicamente el tema en primera plana fue el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) cuando publicó en 1929, su famoso libro La rebelión de las masas, es una reflexión filosófica sobre el tema. Fue traducido a diversas lenguas. Dice en él:
«Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos conducir la sociedad, quiere decir que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre: Se llama la rebelión de las masas».
Creo que este filósofo, que propone un matiz diferencial muy importante para él, que se expresa en el hecho de que la masa adquiere, en su concepción, una definición que toma distancia con los otros investigadores contemporáneos. Leamos:
«La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora? Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada. Aproximadamente, el mismo número de personas existía hace quince años. Después de la guerra [1] parecería natural que ese número fuese menor. Aquí topamos, sin embargo, con la primera nota importante. Los individuos que integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre. Repartidos por el mundo en pequeños grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lo visto, divergente, disociada, distante. Cada cual -individuo o pequeño grupo- ocupaba un sitio, tal vez el suyo, en el campo, en la aldea, en la villa, en el barrio de la gran ciudad».
Su mirada, deja traslucir un rasgo melancólico respecto de un pasado perdido, refleja una extrañeza ante la sorpresa de lo no esperado:
«Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera muchedumbres. ¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejores, creación relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a minorías. La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro».
Amigo lector, quiero subrayar el tono aristocrático, el dejo molesto ante una invasión no esperada ni deseada. Si Ud. recuerda lo leído en los investigadores estadounidense aparece ahora, en este filósofo, una diferenciación en el abordaje del tema:
«La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no coincide con la jerarquización en clases superiores e inferiores [2]. Claro está que en las superiores, cuando llegan a serlo, y mientras lo fueron de verdad, hay más verosimilitud de hallar hombres que adoptan el «gran vehículo», mientras las inferiores están normalmente constituidas por individuos sin calidad».
Creo que es entendible cómo califica a los hombres, sean estos masa o de los que se destacan por sus cualidades personales. El ojo adiestrado del filósofo diferencia a uno de otros, por tal razón insiste:
«Pero, en rigor, dentro de cada clase social hay masa y minoría auténtica. Como veremos, es característico del tiempo el predominio, aun en los grupos cuya tradición era selectiva, de la masa y el vulgo. Así, en la vida intelectual, que por su misma esencia requiere y supone la calificación, se advierte en ella el progresivo triunfo de los seudo-intelectuales incualifícados, incalificables y descalificados por su propia contextura. Lo mismo en los grupos supervivientes de la «nobleza» masculina y femenina. En cambio, no es raro encontrar hoy entre los obreros, que antes podían valer como el ejemplo más puro de esto que llamamos «masa», almas egregiamente disciplinadas».
Para Ortega el problema de la masa no radica solamente en su irrupción en el espacio público, sino en lo que podríamos definir, con una palabra del lenguaje burgués: los mersas de los refinados. Tal vez, y arriesgo una interpretación, vivir en un sistema monárquico español, el problema de las clases no es un tema que le atrae, su mirada escandalizada está puesta en aquellos mediocres que han irrumpido en los espacios que debieron haber sido preservado para la minoría auténtica.
Es un pensamiento que se contrapone al estadounidense. El Doctor Clark MacPhail, Profesor Emérito de la Universidad de Illinois, ve el problema de las masas como lo puede hacer un estadounidense: aunque esto no sea explícito, califica a los inferiores y a los superiores según sus cuentas bancarias o su ubicación en la escala de los CEOS mejor remunerados. Desde esa mirada afirma:
«La confusión económica, social y política de finales del siglo XIX convirtió a las masas en un formidable problema para el statu quo político y ciertamente la historia nos llega llena de acontecimientos tumultuosos en casi todo el globo durante el siglo XIX».
El problema de la masa presenta, entonces, para una sociedad de un capitalismo avanzado, el riesgo que puede manifestar el conflicto social que puede suponerse por la persistencia de las diferencias entre los pocos que acumulan grandes fortunas y las mayorías despojadas. Este tema fue analizado y resuelto, en una dimensión que sorprende, en los Estados Unidos mediante la manipulación de la conciencia masificada, con la aplicación de nuevas técnicas.
Sin embargo la preocupación en Europa hizo surgir el estudio de la psicología de las masas, que sostenía que las multitudes reunidas generaban un contagio de emociones entre los miembros que trasportaban la psicología del individuo a una psicología colectiva. En Estados Unidos se tenía una visión más positiva de la sociedad de masas; se había teorizado su gestión.
[1] Se refiera a la Primera Guerra Mundial.
[2] Sugiero recordar que el peso de las definiciones de Carlos Marx: dividiendo la sociedad en burgueses y trabajadores ofrecía un planteo estructural. Aparece en Ortega un aristocratismo que lo separa de todo lo que he analizado.
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